miércoles, 29 de abril de 2009

PACQUIAO, DESDE DENTRO


Tim Keown
ESPN The Magazine

Esta es una razón por la cual el boxeo es diferente: el gimnasio Wild Card, cerca de la intersección de Santa Mónica y Vine en Hollywood, es el tipo de lugar al que ningún profesional de los deportes entraría voluntariamente. Son un par de salas grandes con un ring, un montón de bolsas colgando y un baño que apenas puede albergar a un peso súper pluma. En un día cálido en Los Ángeles, con 50 o más peleadores y entrenadores llenando el lugar, uno ni siquiera quiere saber a qué huele todo eso. Créanme, estos tipos no son exactamente adictos a la higiene.
El último jugador del peor equipo de béisbol de grandes ligas no entrenaría ahí ni siquiera para ganar una apuesta. No hay vestuarios de madera fina, o televisores de pantalla gigante, o piscinas para relajarse. El gimnasio Wild Card, manejado por el entrenador Freddie Roach, está en el segundo piso de un centro comercial con forma de U que podría haber sido diseñado por un niño de segundo grado con una regla y un lápiz.
El estacionamiento está detrás del gimnasio, y para llegar ahí uno debe manejar a través de un túnel en la planta baja del edificio. Hay una lista de precios en la pared del gimnasio: $5 por día, $50 por mes. Un boxeador aficionado o profesional con licencia puede entrenar ahí por $25 por mes. Una enorme cantidad de idiomas rebota entre sus paredes. Si se aguantan el olor, es el mejor precio que pueden pagar por un gimnasio.
Aquí es donde Manny Pacquiao (uno de los más renombrados deportistas del momento, uno de los peleadores más millonarios en el boxeo actual) entrena en las semanas previas a sus peleas. Aquí parado viendo la llegada de todo su grupo, apenas recibiendo algo de atención de parte de la mayoría de estos personajes del submundo boxístico, tuve que reírme sobre lo incongruente de la escena. Un tipo de Nike estaba ahí con cajas de ropa con la firma de Manny, y lo primero que el Pacman hizo fue ver todas las cajas y darle la aprobación a su equipo para que se las lleven todas a la camioneta del grupo en el estacionamiento. "Todos los tamaños", dijo el representante, logrando robarle una sonrisa a los miembros más regordetes del equipo de Pacquiao. Había algo para todos ellos.
El Wild Card se cierra durante tres horas cuando Manny entrena, y el olor mejora unos segundos después de que el lugar ha sido dejado vacío. Muchos de los que entrenan en el Wild Card son jóvenes soñadores, refugiados de todas partes que llegan a este lugar a perseguir la posibilidad de una pelea millonaria. Muchos de los más viejos (los entrenadores) se delatan solos, mostrando las marcas de su antigua profesión con el modo en que sostienen sus manos frente a ellos mientras caminan por esta sala atestada de gente, atajándose ante una probable caída. Ellos caminan por ahí como si tuviesen el doble de su edad, hablando con niños que se paran frente a las bolsas de golpeo y aprobando sus movimientos.
Mickey Rourke entrenó ahí durante su breve e ignominiosa carrera como boxeador profesional, a medio camino entre sus dos carreras como actor. Rourke está muy representado entre los cientos de recortes de periódico y posters de boxeo que cuelgan sobre las paredes. Roach, un tipo amigable con sus ya característicos lentes Oakley de prescripción médica, le resta importancia a sus lazos con Rourke. "Me cae bien, pero no ando por ahí alardeando con que lo entrenaba yo".
Roach tiene que tomar una llamada en su oficina, y hay un drama desarrollándose ahí. Un joven peleador ruso le está diciendo al ex campeón de peso pesado Michael Moorer, con una mezcla de inglés muy pobre y gestos ampulosos, que no se siente bien y que piensa que debería saltearse el entrenamiento de hoy.
Moorer es el asistente de Roach, y se toma muy en serio su trabajo. Le dice al boxeador, que ya está al borde de las lágrimas: "eres un tipo grande. Si estás enfermo, no te hará bien estar aquí". El joven asiente, pero Moorer apenas está comenzando.
"Tienes que ser malo, ignorante y descortés", dice Moorer. "No estás aquí para ser un buen tipo. Estás aquí para noquear a algún (mala palabra). Puedes ser un buen tipo cuando te vayas de aquí, pero dentro de estas paredes esto es un negocio". En respuesta, el boxeador estira su mano y se la ofrece a Moorer. No dice nada. No queda muy claro cuánto de esto entendió.
Moorer luce satisfecho, empero, y para celebrar se dirige a su oficina (no mucho más grande que un ropero) y sale cargando una tarántula del tamaño de un puño. Se dirige hacia Alex Ariza, preparador físico de Pacquiao y temeroso de las arañas. En unos segundos, Ariza está de espaldas en el piso, pateando y gritando para que Moorer lo deje tranquilo. Moorer continúa sádicamente su entretenimiento, poniendo la araña en el rostro de Ariza y amenazando con soltarla. El resto del gimnasio sigue con sus tareas, y apenas notan el incidente.
Roach es un tipo notable. Trabajó en mercadeo telefónico cuando se retiró del boxeo y se metió a entrenador solamente por su conexión con Rourke, quien le dio el Wild Card Gym después de haberlo comprado para entrenar él mismo.
Roach, de 49 años, sufre el mal de Parkinson, pero hoy hará 15 rounds de guantaletas con Pacquiao sin descansar. Sus palabras le salen más despacio que antes, pero no se pierde mucho. Conocido como el "Monaguillo" de Denham, Massachusetts, peleó 150 peleas amateur y 52 como profesional. Aquí tienen un cruel dato sobre este negocio: sus 182 combates y su continuo entrenamiento sin duda le causaron mal de Parkinson, y ahora Roach pelea con los efectos debilitadores de su enfermedad permaneciendo activo como entrenador en el cuadrilátero. La causa de sus males es también su terapia. Esto es todo lo que necesitan saber de Freddie: hay un tipo con un solo ojo, de unos 30 años, Shane Langford, que vive en el gimnasio y cuida el lugar. Langford es un ex peleador amateur canadiense que llegó a California y ahí terminó por perderse. Tal como lo dice Roach, Shane estaba "viviendo afuera" cuando comenzó a venir al gimnasio por primera vez. Vivir afuera, en este caso, significa usar el espacio que queda entre los basureros del estacionamiento como dormitorio. Shane comenzó a venir al gimnasio, y Freddie empezó a darle trabajo. Limpiar aquí y allá, hacer algunos mandados. Freddie lo observó para ver si seguía viniendo, y cuando lo hizo le ofreció una cama y un trabajo de sereno en el lugar.
Freddie todavía tiene que vigilar a Shane (tuvo que detenerlo cuando se lanzó a contar la historia de un travesti que se arrojó involuntariamente de un apartamento en ese edificio hacia el piso más abajo) pero está claro que está orgulloso de ese muchacho. "Ha estado viviendo adentro durante seis años", dice Freddie, "y ahora piensa que es el dueño del lugar". Freddie guiña un ojo y sonríe. Shane no es el dueño del lugar, de hecho es difícil decir qué es lo que hace cada quien. Pero por lo que pudimos ver, el Wild Card funciona a pura esperanza, sueños y bajo el especial efecto que el boxeo le aporta a los desposeídos para seguir adelante. Después de un rato, uno se termina por dar cuenta: este lugar huele a desesperanza.

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