La noticia causó un efecto semejante al de las grandes tragedias. Inesperada, categórica y antipopular. Se la difundía al mundo por el sonido ametrallador de las máquinas de las agencias cablegráficas que causaban la paralización visual de quien leía este informe hace treinta años. Las campanillas no dejaban de retumbar en aquellos aparatos que, con letras de título-catástrofe, sentenciaban:
“LAS VEGAS–URGENTE–PERDIO EL TITULO MUHAMMAD ALI…”
La pérdida del campeonato mundial de los pesados del deportista más popular del siglo XX era un episodio excluyente, pero la radiofoto con máximo índice de publicación, el día después, fue la del villano del espectáculo: León Spinks, un desdentado peleador de Saint Louis, que con sólo 7 peleas y 24 años desafiaba al pesado más dotado de todos los tiempos. Y lo hizo con todo éxito al ganarle por puntos en 15 rounds. Spinks había sido campeón olímpico en los Juegos de Montreal de 1976 en los semipesados. Junto con su hermano Michael, Sugar Ray Leonard, Howard Davis y Leo Randolph, formó parte de un equipo inigualable en la historia del amateurismo de los Estados Unidos. Alí comenzaba a envejecer, pero parecía invencible. Sobre todo, después de aquella pelea épica de Manila, cuando en una batalla con contorno de vida o muerte, superó en el último aliento a Joe Frazier, en 1975.
Sin embargo, una serie de peleas que aparentaban no tener mayores atractivos fue minando su resistencia hasta que Spinks lo aprovechó. La derrota de Alí ante Spinks, en el hotel Hilton de Las Vegas, constituyó la sorpresa máxima del siglo XX en la historia de los pesados. Ese es el valor histórico de este recuerdo, que ya consumió tres décadas. Aquel episodio, conmovedor y sorprendente, protagonizado por el Hombre Cenicienta, James Braddock, cuando destronaba al durísimo Max Baer, en Long Island, en 1935, en plena recesión americana, perdió su primera plana histórica ante el gran “batacazo” que daba con sus puños León Spinks, quien sólo medía 1,86 metro y pesaba escasos 89 kg.
Sólo el temblor que causó 12 años después la caída, en Japón, de Mike Tyson ante James Douglas, tuvo un eco semejante como para agigantar polémicas en esta materia. La pelea fue intensa y desequilibrada por la juventud de Spinks, que con una furia casi salvaje tuvo a Alí al borde del KO en el último minuto. Aquel 15º asalto fue eternizado por la revista The Ring como el round más saliente del año. Dos de los jurados marcaron 145-140 y 144-141 para Spinks, y el restante señaló en modo absurdo y obsecuente 143-142 para Alí. Ninguno pudo, posteriormente, repetir un esfuerzo semejante al brindado en ese cotejo. Si bien Alí, viejo y desgastado, con 36 años, doblegó a Spinks en el desquite 7 meses más tarde, su talento y despliegue se extinguieron para siempre tras esa fatídica noche de Las Vegas.
Spinks efectuó sólo una defensa mundialista. Su gloria fue fugaz y su vida se sumergió en un infierno personal en el que la droga y el alcohol le pegaron tanto o más que los puños de jóvenes adversarios que buscaban incluirlo como uno de sus vencidos favoritos. El presente es duro para ambos. Alí lucha con la frente alta contra el mal de Parkinson, que lo castiga cada vez con más crudeza. Spinks sigue perdido y olvidado. Pobre y enfermo, sobrevive en el anonimato de las dramáticas historias que protagonizan los ídolos de ayer en EE.UU.
Los hijos de Alí y Spinks lograron ser campeones del mundo en modo simultáneo, como para convertir en imborrable la obra deporte de sus padres. Cory Spinks (29 años) es monarca mediano Jr. (FIB); expondrá su corona ante Vernon Philips el mes venidero y busca un desafío con Floyd Mayweather. Laila Alí (31 años) es la indiscutible reina supermediana (CMB); se mantiene invicta y sin rivales que la comprometan. Alí-Spinks I cumple hoy 30 años de archivo. Se convirtió en un suceso histórico y en un recuerdo agridulce. Lleno de nostalgia, de conmoción y de impacto. Ese impacto rutilante que sólo produce lo que aparenta ser imposible sobre un ring y que de pronto se transforma en una aventura impensada e irrepetible como ésta.