jueves, 30 de octubre de 2014

HACE 40 AÑOS DE "THE RUMBLE IN THE JUNGLE"





ALEJANDRO DELMÁS
AS.com

Poco antes de que amaneciera en Kinshasa, una derecha de Muhammad Ali explotó en la mandíbula de George Foreman. Norman Mailer lo describió como “el golpe que encerraba todo el conocimiento y sabiduría de la carrera de Ali”. El Ali-Foreman, el combate tocado por los dioses, formaba parte de una velada que comenzó a las 04:30 horas de la madrugada del 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, horario para captar el prime-time en las televisiones de América: por circuito cerrado. El mundo acabaría conociéndolo como Rope a Dope (Engaño, Trampa o Encantamiento en las Cuerdas, por la estrategia desplegada por Ali) o The Rumble in the Jungle: el rugido o estruendo en la jungla…. con diez millones de dólares de bolsa a repartir. Lo financió Mobutu Sese Seko, el déspota congoleño de la entonces República de Zaire: el promotor Don King embarcó a Mobutu en el barco del gran combate.
Invicto. Desde el corazón de África, el magnetismo que emitía el Ali-Foreman era incomparable: Foreman, campeón olímpico en 1968, llegaba con 40 victorias en 40 combates. Y sólo la negativa de Ali al reclutamiento militar, que le impidió combatir entre 1967 y 1970, pudo poner algún plomo en las alas de Muhammad: campeón olímpico en 1960 cuando aún respondía por Cassius Marcellus Clay y volaba como una mariposa. Tras regresar a los cuadriláteros, en 1970, Ali (44-2 en 1974) había perdido el halo de invencibilidad al caer en su primer cruce con Frazier: El Combate del Siglo, en el Garden de Nueva York, en 1971. Frazier, al que Ali ya había llamado “ignorante”, acudió a Kinshasa para comentar la pelea por televisión.
En casetas, y por divergencias con el batín a elegir, Ali discutió con su consejero Bundini Brown. Muhammad abofeteó a Bundini, que no repetía la frase sacramental de Ali: “¿Are we gonna dance, vamos a bailar?”. “Di a tu hombre que más le vale que esté listo para bailar”, espetó Muhammad a Doc Broadus, descubridor de Foreman. “George no baila”, insinuó Broadus. “Su propio hombre dice que George no puede venir al baile”, lagrimeó Ali. En el vestuario de Foreman, su equipo le recubría con toallas: la humedad era insoportable.
Y El Más Grande, Muhammad Ali, recorrió la senda hasta el ring del Estadio 20 de Mayo entre el frenesí de 60.000 espectadores que coreaban en lengua lingala: “¡Ali, boma ye!”, “¡Ali, mátalo!”. Allí, Angelo Dundee, el preparador de Miami y de Ali, portaba una pequeña bolsa de deportes de la que extrajo llave inglesa, varillas de radios y alicates. Metódicamente, Dundee operó sobre los postes tensores de las cuerdas (ropes) del ring, cuya tensión rebajó. Ali esperó a Foreman ya junto al árbitro, el reputado Zack Clayton, afroamericano. Ali lanzó a Foreman unas palabras hipnóticas: “Desde que eras un chiquillo has oído hablar de mí y me has ido siguiendo. Ahora te toca encontrarte conmigo, con tu maestro”.
Toro. Exasperado e ignorante de las maniobras de Dundee, Foreman se arrancó con todo, casi como un toro. “El toro es más fuerte, pero el matador es más inteligente”, había dicho Muhammad. Y a los 30 segundos, Ali olvidaba sus shuffles o pasos de baile: reculaba ante Foreman, se retiraba hacia las cuerdas privadas de tensión por las herramientas de Dundee. Allí, el llamado Loco de Louisville comenzó a atascar el asalto de Foreman: a un clinch seguía una combinación izquierda-derecha. Hacía más de tres años que Foreman no superaba los cinco rounds de acción.
 “George está castigando el cuerpo y Ali necesita moverse”, opinaba Frazier. “Pero Ali hace daño incluso en las cuerdas. Y eso va a notarse”, observaba su colega Jim Brown. Foreman seguía atacando como un camión... cada vez más ralentizado. En Kinshasa, la vieja Leopoldville, la ominosa madrugada tropical reclamaba a los cazadores de la jungla.
Al comienzo del octavo asalto, la ofensiva de un Foreman sin munición se desplomaba por tanto golpe
descontrolado contra Ali, agazapado en las cuerdas. A 20 segundos de la campana, Muhammad olfateó la ocasión. Y reaccionó con el instinto del felino ante una presa fatigada. Ante la enésima carga del ralentizado Foreman, el superclase Muhammad Ali, El Más Grande, salió de las cuerdas y dejó a Foreman sin escapatoria.
La avispa acorraló al mamut con una serie de ganchos cortos de derecha. Un gancho de izquierda fijó al desencajado Foreman. Y otra derecha durísima, mortal, la melodía de La Canción del Verdugo, hizo explosion en la cara de George, quien se fue a la lona, un paracaidista derribado.
Cuenta. Foreman se alzó a la cuenta de nueve, pero Zack Clayton ya detenía la pelea… cuando sólo quedaban dos segundos del histórico octavo asalto.
Pensativo tras recuperar el cetro, Ali dejó escapar un amago de pasos de baile, el famoso Ali Shuffle, como en disculpa por no haber danzado durante casi toda la noche. Ali se desmayó en su banqueta durante unos diez segundos. Archie Moore y Dick Sadler consolaron a Foreman. Al momento descargó la tormenta ecuatorial: la noche de Kinshasa acababa, la leyenda amanecía.