viernes, 2 de diciembre de 2011

¿CUÁNTO CASTIGO ES DEMASIADO?





Eric Raskin

Llámenlo el "Exilio en la Calle Mutilación": Dos veces en un espacio de dos años, Antonio Margarito fue prohibido del boxeo después de una derrota agonizante. La profesión elegida por Margarito es una misión temperamental que lo ha salvado y lo ha sometido a salvajadas. Al igual que muchos boxeadores, él acepta (y a menudo adopta) el dolor físico. Él aguanta sin problemas un golpe a fin de conectar uno de los suyos. Y no hay nada más frustrante para un hombre como Margarito que quedar fuera de cualquiera de los dos lados de esa ecuación.
Pero esa ha sido su realidad. Dos veces.
Entre el 24 de enero del 2009 y el 8 de mayo del 2010, Margarito no estuvo involucrado en ninguna pelea de boxeo profesional. No fue la paliza que le dio Shane Mosley lo que lo dejó relegado. Fue el vendaje que le hicieron a sus propios puños. En un vestuario del Staples Center antes de aquella pelea, el entrenador de Margarito, Javier Capetillo, fue sorprendido mientras trataba de introducir almohadillas endurecidas en las vendas del peleador. El combate siguió adelante con las manos de Margarito vendadas adecuadamente, Mosley lo castigó hasta derrotarlo por nocaut técnico, y tres semanas más tarde la Comisión de Atletismo del Estado de California le revocó la licencia a Margarito. Durante 15 meses y medio, Margarito no boxeó.

Estas pruebas representaron un complejo giro en la suerte de Margarito en comparación con lo que había acontecido con Margarito en la pelea ante Mosley. Él se había transformado en una de las atracciones más candentes del boxeo y estaba subiendo en los ránkings libra por libra luego de haberle propinado a Miguel Cotto su primera derrota en un dramático giro en el 2008. En aquella noche en Las Vegas, Cotto superó sólidamente en boxeo a Margarito durante los primeros seis rounds. Pero el rostro de Cotto se deformó rápidamente cuando el peleador mexicano de presión comenzó a conectar golpes, y en el 11er asalto, un castigado Cotto se rindió.
Margarito y Cotto chocarán nuevamente el sábado por la noche en el Madison Square Garden, en parte para responder preguntas sobre lo que realmente sucedió en Las Vegas. Cuando lo hagan, terminará otro largo descanso para Margarito.
Eso es así porque el 13 de noviembre de 2010, luego de apenas dos peleas tras su descanso obligado, Margarito fue despedido nuevamente del boxeo. Esta vez fueron los golpes de otro hombre lo que lo despidieron. Manny Pacquiao continuó lo que había empezado Mosley y castigó al alguna vez temible Margarito. Para el cuarto round, los golpes de Pacquiao habían levantado un terrible bubón bajo el ojo derecho del rey de los pesos welter. A partir de ese punto, el fuerte golpe de izquierda recta del Pacman no erró nunca en ese objetivo, entrando con fuerza y velocidad y golpeando repetidamente lo que ya era un hueso orbital derecho fracturado. Un corte se abrió sobre la hinchazón, el ojo casi se cierra de la hinchazón, y la paliza continuó. En el 11er asalto, Pacquiao miró al réferi Laurence Cole para detener el pleito, pero ni Cole ni los esquineros de Margarito le hicieron caso.
Pacquiao bajó el ritmo en el 12do round. En su mente, él había castigado al hombre más odiado del boxeo de manera más que suficiente. Margarito necesitó una cirugía para reparar la órbita de su ojo, y nueve puntos en los dos cortes de su descolorido y lastimado rostro.
El comportamiento villanesco vende mucho en la mayoría de los deportes, y en ninguna parte es más redituable que en el boxeo, donde los fanáticos aman la posibilidad de una venganza ante los atletas que odian. El peleador derrotado siente dolor (no solo el dolor de la derrota, sino un dolor real y físico) y la gente pagará específicamente para ver cómo se inflige. Por eso, un hombre como Margarito, que intentó hacer trampas (y de quien se sospecha que ha introducido con éxito la sustancia similar al yeso en sus vendajes en al menos una ocasión previa), puede lograr recompensas financieras como némesis de un héroe como Pacquiao. Margarito ganó $6 millones por su pelea ante Pacquiao. Otra cifra de siete dígitos lo espera por su revancha ante Cotto.
Se suponía que esa pelea se hiciese en julio, pero con Margarito luchando para recuperarse de dos cirugías separadas en su ojo derecho, la pelea fue pasada de septiembre a diciembre. Este mes, la Comisión de Atletismo del Estado de Nueva York amenazó con sabotear la pelea, o al menos forzarla a reprogramarse en otra sede en otro estado, debido a los problemas continuos de Margarito en sus ojos. Las complicaciones causadas por la pelea ante Pacquiao (la peor paliza de Margarito en una carrera de 46 peleas no necesariamente marcadas por una base de astucia y buena defensa) continúan acumulándose.
Margarito recibirá poca simpatía. Estamos hablando de un individuo que intentó hacer trampas y que tuvo una carrera que estará marcada por la pregunta "¿habrá usado guantes con yeso en esa pelea?" para toda la vida. Él cometió la mayor ofensa en el boxeo. Él pagó por eso. Luego pagó un poco más. Y podría continuar pagando durante el resto de su vida.

¿Cuándo habrá pagado lo suficiente?
¿Y qué nos dice esto sobre los fanáticos del boxeo, al saber que el brutal castigo de Margarito fue precisamente el resultado que muchos de nosotros estábamos deseando?
El boxeo puede ser mortal. El objetivo es golpear con todo a tu oponente. En un deporte peligroso como el fútbol americano, lastimar gente es un producto residual de tratar de mover o evitar el movimiento de un balón. En el boxeo no hay balón. Por tanto, como fanáticos, usamos el profesionalismo como barrera ante la brutalidad del deporte. No quiero que nadie salga lastimado, pero estos tipos reciben mucho dinero y entienden el riesgo.
Yo no era seguidor del boxeo cuando me transformé en editor asociado de la revista The Ring en septiembre de 1997. Yo era un chico de 22 años con el anillo de graduación todavía marcado en mis dedos cuando acepté esa posición. La acepté porque (a) era mejor que no tener trabajo del todo, y (b) yo esperaba que me llevara a un eventual rol editorial en Sports Illustrated o una columna en el Philadelphia Inquirer. Quizás no sea astuto admitir esto en un foro público, pero la misma compañía que publicaba The Ring también publicaba un grupo de revistas de lucha libre que yo leía mientras crecía, y acepté el trabajo en parte para posicionarme para hacer luego un movimiento lateral hacia el departamento de lucha. Así era mi nivel de desinterés en el boxeo.
Pero entonces fui a mi primera pelea en vivo. Atlantic City. 4 de octubre de 1997. Un peso ligero junior cuyo nombre casi no había escuchado y llamado Arturo Gatti estaba parado apenas sosteniéndose ante una seguidilla de uppercuts en el cuarto round, cuando se abalanzó nuevamente para derribar a Gabriel Ruelas con un tremendo gancho de izquierda en el quinto. Cuando ganó, Gatti cayó de rodillas, como en cámara lenta, triunfante, aliviado, agotado. Yo había visto la Pelea del Año. En mi primera cartelera de boxeo. Ya estaba enganchado.
No es que no me gustara el boxeo de niño. Pero la nuestra fue la última casa en la cuadra en recibir televisión por cable, y para cuando lo logramos, en 1992, ya era demasiado tarde. Desde mediados de los '80s había sido casi imposible ser fanático del boxeo teniendo solamente una antena de alambre sobre el televisor. Yo había visto pelear a Ray Mancini , sabía quiénes eran Sugar Ray Leonard y Marvin Hagler y Larry Holmes, y recuerdo exactamente dónde estaba cuando oí que Buster Douglas había noqueado a Mike Tyson. Ciertamente yo sabía que existía el boxeo. No lo miraba mucho y no tenía una opinión formada o informada sobre nada que se relacionara con el boxeo.
Toda mi vida he sido pacifista. De hecho, al principio fui un cobarde, y eso me llevó más tarde a declararme como pacifista. Me encantaba la violencia de las películas tanto como a cualquiera, pero ¿violencia real con consecuencias reales? Eso es algo que no iba a pasarme por al lado.
Luego de más de 13 años en el negocio (siete como editor de The Ring y seis como periodista freelance) yo ví la prolongada paliza que Margarito se mereció en noviembre pasado, y mis sentimientos fueron tan conflictivos como lo fueron en mis primeros días en el trabajo. Me encontré preguntándome "¿qué está haciendo un muchacho bueno como tú en un deporte como éste?". La decisión humana hubiese sido que la esquina de Margarito lance la toalla entre el décimo y el decimoprimer round. Pero Margarito ya había dejado atrás su derecho de ser tratado de manera humana. En el 11er asalto, el réferi Cole pidió tiempo para echarle un vistazo al grotescamente hinchado ojo de Margarito, y el comentarista de HBO Max Kellerman atacó a Cole, "el tema no es el ojo de Margarito, sino su cerebro".
Desde una perspectiva puramente deportiva, esos últimos dos asaltos no deberían haberse dado. Pero lo hicieron, y Margarito recibió la oportunidad, a un precio potencialmente letal, de decir que pudo terminar el combate de pie. Y todos aquellos que estaban mirando el combate recibieron un ejemplo maximizado del dilema moral que los fanáticos de los deportes violentos rara vez se detienen a considerar.
El boxeo puede ser mortal. El objetivo es golpear con todo a tu oponente. En un deporte peligroso como el fútbol americano, lastimar gente es un producto residual de tratar de mover o evitar el movimiento de un balón. En el boxeo no hay balón. Por tanto, como fanáticos, usamos el profesionalismo como barrera ante la brutalidad del deporte. No quiero que nadie salga lastimado, pero estos tipos reciben mucho dinero y entienden el riesgo.

Es una racionalización perfectamente válida. La mayor parte del tiempo, el boxeo salva una vida antes de acortar o disminuir una. Tomen por ejemplo al retador de peso welter Devon Alexander. Entre un grupo de 30 chicos con los cuales Alexander creció en su ciudad de St. Louis, él dice que ocho están muertos y 10 (incluyendo su propio hermano) han pasado tiempo en prisión. ¿Qué e s lo que mantuvo a Alexander alejado de la calle? El boxeo. Vayan a cualquier ciudad y escucharán historias como esta. Miren la lista de peleas de cualquier cartelera y verán a varios boxeadores con historias similares para contar. Se podría decir, si quisiésemos, que es preferible una vida entera de trabajar por un salario mínimo que una vida recibiendo golpes por dinero. Pero no se puede argumentar razonablemente que alguien que elije el boxeo como modo de vida estaría mejor siendo baleado a muerte o haciendo ejercicios en el patio de una prisión.
Al mismo tiempo, no se pueden usar los peligros de no boxear como excusa para justificar los peligros del boxeo. Noticia importante: la cabeza humana no está hecha para recibir golpes. Es muy raro que un hombre que pasa por una larga carrera en el boxeo termine sin ningún daño a su capacidad mental. A menudo es apenas un ligero impedimento en el habla, a veces es una demencia total causada por el boxeo. Y no siempre es predecible basándose en el número de golpes recibidos por un hombre. Si así lo fuere, Jake LaMotta no hubiese llegado a sus 80 años con razonable lucidez, y Wilfred Benitez no hubiese perdido la mayor parte de su memoria de corto plazo antes de su cumpleaños número 50.
En su peor expresión, el boxeo es el deporte más desagradable para ver en el mundo. Al menos entre deportes que son, sin debate alguno, de hecho "deportes" y no meras actividades que uno puede realizar sentado o mientras fuma un cigarrillo). Pero en su mejor expresión no hay otro deporte que se le compare.
OK, esa es una opinión, pero comienza a sentirse como si fuese un hecho cuando uno observa la trilogía Gatti-Micky Ward. O las batallas entre Israel Vázquez y Rafael Márquez. O Diego Corrales-Jose Luis Castillo I. O Julio César Chávez-Meldrick Taylor I. O Marvin Hagler-Tommy Hearns. O Ray Leonard-Hearns. O George Foreman-Ron Lyle. O la famosa Thrilla in Manila. Yo podría llenar una hoja con mil palabras listando las sorprendentes peleas que vale la pena mirar nuevamente de principio a final con más atención que cualquier Super Bowl, cualquier juego de March Madness, o cualquier Masters Sunday.
Y no son solamente los combates de alto contacto, alta adrenalina y muchas caídas los que ofrecen una prueba de esta magia. El triunfo de Bernard Hopkins al ganar el campeonato de peso semipesado del mundo a sus 46 años a comienzos de este año fue pura magia. El primer vistazo a Mike Tyson saliendo al estadio, con su toalla blanca cortada con un agujero y colgando de su pecho, siempre fue magia. El nocaut de Joe Louis sobre Max Schmeling en medio round fue magia, al igual que los ojos brillosos de tu abuelo mientras te contaba esa historia, también es magia. Mezclado con la sangre y la brutalidad está la belleza, y no solo en forma de gracia y técnica al mayor nivel posible, sino en el honor y respeto demostrado entre los combatientes (bueno, al menos aquellos que no adulteran sus vendajes).
Me doy cuenta de que soy percibido como un espécimen especial de la naturaleza por el hecho de que tengo menos de 40 años y me gusta el boxeo. Pero cuanto más viejo me pongo menos me encuentro a mí mismo como anormal. La gente puede decir que el "boxeo está muerto", pero en cada pelea a la que voy, la sala de prensa está llena de periodistas jóvenes, la mayoría de ellos trabajando para páginas web y presentándose solamente porque desean desesperadamente estar ahí, y no porque sus editores los envíen. En las audiencias nunca faltan jóvenes tampoco. Kellerman y yo no somos los únicos tipos con menos de 40 años que saben que Cristóbal Arreola es un retador de peso pesado, y no una estrella de cine porno. Yo intercambio tweets y correos electrónicos todos los días con tipos de entre 18 y 34 años que han descubierto lo mágico que es el boxeo. Esta gente me apoyará cuando yo diga que, en el mejor de los casos, el boxeo no puede ser tocado.
Como periodistas, nos preparan para mantener una distancia profesional con los atletas que cubrimos. Pero hubieron momentos tempranamente en mi carrera cuando sufrí deslices: cuando tienes 23 años, no es difícil sentirse contento cuando Fernando Vargas te saluda con un apretón de manos y un abrazo, o cuando Ivan Robinson levanta el teléfono y dice "¿qué onda, E?". Pero para cuando los había visto a ellos absorber una derrota dolorosa, la lección ya había sido aprendida: te pueden gustar los atletas que cubres, pero es peligroso dejar que te importen. Especialmente si son boxeadores. Puede ser incómodo de discutir, o incluso de pensar, pero estas son personas que participan en eventos deportivos que a menudo terminan en muerte. Desde aquellos pasos en falso de mi juventud he desarrollado algunas relaciones sólidas con boxeadores, pero nada que haya superado la cordialidad, ni nada que podría ser considerado como una amistad.
He tenido suerte de no ver nunca una muerte en el ring. Debería haber estado ahí en 1999, la noche en la que Stephan Johnson murió en Atlantic City, pero por la razón que sea, esa fue la única pelea grande de la costa este que yo me perdí ese año. Yo podría haber estado sobre la cubierta del U.S.S. Intrepid en 2001 cuando Beethavean Scottland murió, pero elegí quedarme en casa. Durante años fui a casi todas las carteleras significativas que se presentaron en el Blue Horizon en el norte de Filadelfia, pero para cuando Francisco "Paco" Rodríguez murió ahí en 2009, yo estaba casado y con dos pequeños hijos, y mis estándares habían cambiado, por lo cual las noches de boxeo ya no valían lo mismo.
Por eso nunca me tocó ser testigo de los peores resultados que puede producir el boxeo. Pero he visto más muertes en el boxeo por televisión de las que puedo recordar. Yo sé que casi siempre vienen como resultado de una acumulación de castigo, y no por un solo golpe. Por espectacular y horrible que haya sido el nocaut de Pacquiao sobre Ricky Hatton en dos asaltos, los peleadores nunca mueren ni son permanentemente debilitados de ese modo. Pero ¿lo que Pacquiao le hizo a Margarito en los rounds 9, 10 y 11? Eso era preocupante.
Un par de semanas antes de la pelea, Margarito subió su nivel de maldad al imitar al entrenador de Pacquiao, Freddie Roach, quien sufría de temblores por el mal de Parkinson. A medida que se aproximaba la pelea, la barba en candado de Margarito continuó creciendo, y su parecido con el luchador Ming el Inmisericorde se hizo evidente. Nuevamente: maldad personificada. Pero la barba se transformó en un punto de discusión más allá de apenas su siniestra superficialidad. En el boxeo, un peleador tiene permitida una cantidad limitada de cabello facial, porque con eso puede teóricamente amortiguar los golpes de su oponente. Por eso Roach le pidió a la Comisión de Atletismo de Texas que ordene a Margarito que se afeite.
Pero Pacquiao intervino y dejó que Margarito siga teniendo su barbilla. Manny dijo que quería usarlo como objetivo.
Fue el tipo de decreto frío y descorazonado que normalmente no esperamos escuchar del bien educado congresista filipino que también boxea. Y cuando él tuvo la oportunidad, Pacquiao eligió no respaldar sus duros comentarios. Él le pidió al réferi que detenga el combate en el 11er asalto. Él ayudó a que su oponente llegue al 12do asalto. Cuando llegó el momento, Pacquiao mostró piedad. Él había hecho suficiente daño como para satisfacer su propia sed de sangre, y suficiente daño como para asegurarse que Margarito recordaría esta ocasión para siempre.
La pelea Pacquiao-Margarito puede haber sido satisfactoria para el público, pero no fue una gran pelea. Margarito-Cotto sí lo fue. Ahí hubo un clásico swing del péndulo, una remontada dramática, una conclusión chocante. La violencia superó a la ciencia a medida que avanzaban los rounds, y así es como les gusta usualmente a los fanáticos.
Tanto Cotto como Margarito han quedado disminuidos como peleadores en los tres años que han pasado. Eso significa que los golpes deberían estar conectando a una tasa aún mayor en esta segunda oportunidad, dado que los reflejos defensivos tradicionalmente tardan más en decaer que la potencia ofensiva. La revancha del sábado en el Garden podría ser otro clásico, esta vez sin el problema de los vendajes de por medio. Pero habrán otros asteriscos en juego. ¿Podrá ser que Cotto se desgaste emocionalmente si Margarito golpea igual de fuerte que lo hiciera en el '08? ¿Arriesgará Cotto lo mejor de sí para hacer de esto una pelea personal y una venganza?¿Arriesgará Margarito su salud y su bienestar para salvar su legado y probar que puede ganar sin guantes con yeso?¿Podrá Cotto conectarle al ojo derecho de Margarito?¿Pone ese ojo a Margarito en desventaja peligrosa antes de que tan siquiera se lance el primer golpe?
Vivimos en un mundo donde las figures públicas que cuestionan la celebración de la muerte de Osama bin Laden son condenadas al ostracismo. Por eso no debería sorprender a nadie que vivamos en un mundo en el cual un boxeador con una brújula moral rota pueda ser mutilado y habrán otros que digan que él la sacó barata. No estoy seguro dónde me ubico yo en ese espectro. En su primera pelea, Margarito bien podría haber usado vendajes con yeso para romperle el espíritu a Cotto y transformar su rostro en carne molida. Quería ver a Margarito perder ante Pacquiao, y deseaba haber podido ver esa pelea sin que haya un cheque de $6 millones de dólares yendo a parar a los bolsillos de la víctima.
Pero también me detuve a ver lo equivocado que estaba al alentar lo que estaba alentando. No creo que me transforme en mejor persona. Solo implica que el instinto animal no ha tomado control total de mí. Significa que amo este deporte incondicionalmente, pero no inconscientemente.
Parte de mí no quiere que Margarito vuelva a pelear más. Parte de mí está continuamente intrigada por todo lo que rodea a Margarito-Cotto II y por el potencial de una legendaria pelea llena de acción. Con el modo en que se mezclan los estilos de estos peleadores, esa elusiva magia pugilística está en juego. En base a eso solamente, cuando la campana suene estaré mirando. Eso está claro. Y a pesar de que los miembros de los medios no deberían alentar a los peleadores, yo estaré alentando silenciosamente para que Cotto cumpla con la revancha. Estoy seguro de eso.
Lo que no sé es qué hará falta el sábado a la noche para que yo decida cuándo he visto suficiente castigo. Margarito es una desgracia para este deporte. Pero también es un ser humano. Espero no perder nunca eso de vista. Espero continuar preguntándome periódicamente esa pregunta "¿Qué hace un buen muchacho como tú en un deporte como éste?".
Yo haré la pregunta, y lo haré sabiendo que el boxeo, en sus mejores días, me dará precisamente las respuestas que necesito escuchar.