domingo, 12 de abril de 2009

ADIÓS DEFINITIVO AL "LINCE DE PARLA"


El promotor y preparador Ricardo Sánchez Atocha anunció rotundamente en el programa de Radio Marca, "El Boxeo tiene Música", de Emilio Marquiegui, que el ocho veces campeón mundial en los pesos superwelter y medio, el madrileño Francisco Javier Castillejo, está retirado definitivamente, después de su combate del pasado 4 de abril, en el que hizo combate nulo ante Pablo Navascués. Según Sánchez Atocha, "Javier ya ha demostrado todo lo que tenía que demostrar, y tal y como están las cosas en el boxeo en España, ya no puede conseguir las bolsas que él se merece". Ricardo abundó aún más en insistir en que ese fue el último combate del "Lince de Parla" en que "el recibimiento fue bestial, si hacemos otra pelea como retirada, no saldría igual de bien". Por tanto, Castillejo (62-8-1, 43 KO) dice adiós al boxeo profesional, tras 21 años como profesional, desde que debutara allá por el 22 de julio de 1988, con una victoria por puntos ante Ángel Díez, en Madrid. Su primer título nacional, en el peso welter, fue ante Alfonso Redondo, el 19 de octubre de 1990, al que noqueó en cuatro asaltos. El 24 de abril de 1993, ante el argentino Julio César Vásquez, fue su primer asalto, fallido, de campeonato del mundo, perdiendo por decisión unánime. El 11 de enero de 1994, en Dijon, Francia, ante el local Bernard Razzano, consiguió su primer entorchado continental, tras vencerle por abandono, en seis asaltos.
En la mítica Plaza de Toros de La Cubierta de Leganes, el 29 de enero de 1999, accedió a su primer título mundial, en el peso supwerwelter, tras vencer, en decisión mayoritaria, ante el norteamericano Keith Mullings. Revalidó el cinturón del WBC, el mismo 1999, ante Humberto Aranda, Paolo Roberto y Michael Rask, en los tres casos, antes del límite. En el año 2000, dos defensas exitosas más, ante Tony Marshall, en Leganés, por puntos, y en México, ante el cántabro Javier Martínez, por KO en el 4º asalto. Tuvo su primera gran experiencia en la Meca, en los EE.UU. ante el legendario Óscar de la Hoya, el 23 de junio de 2001, en el MGM Grand de Las Vegas, perdiendo por decisión unánime, y cediendo su corona universal. En Parla (Madrid), volvió a proclamarse campeón mundial, si bien fuera de cáracter interino, venciendo el 12 de julio de 2002, al ruso Roman Karmazin, en decisión unánime. Al colombiano Diego Castillo, su siguiente rival, lo despachó en solo un asalto. Su otro gran momento en Estados Unidos, llegó el 20 de agosto de 2005, cuando perdió en 10 asaltos, en pelea no titular, en el Allstate Arena, de Rosemont, Illinois. Con 38 años, y cuando nadie daba un euro por él, se proclamó campeón del mundo del peso medio, en Hamburgo, derrotando en el 10º asalto al púgil local, Felix Sturm. Ya en el ocaso de su carrera, y tras perder en la revancha con Sturm, aún impartió una lección bóxística, ante el argentino Mariano Natalio Carrera, al que venció contundentemente en seis asaltos, tras un combate anterior entre ambos, "Sin Decisión", por dar positivo el argentino en el control antidoping. El 12 de abril de 2008, con 40 años recién cumplidos, la afición española, sufrió más de la cuenta, viendo a su último héroe, caer derrotado, por segunda vez en toda su carrera, por nocaut, ante el alemán Sebastian Sylvester, alguien al que hubiera derrotado sin problemas "El Lince" en su mejor época. Su último legado al boxeo español, los 8.000 espectadores que casi llenaron "su" Cubierta de Leganés, en su última pelea, ante su paisano Pablo Navascués, en un magnífico combate. Adiós, Lince. Adiós deportivo al más laureado deportista español, después de Ángel Nieto, de toda la historia, aunque, como a éste, nunca le vayan a conceder el Premio Príncipe de Asturias. Hasta siempre, Lince. GRACIAS.

JOSÉ MANUEL MORENO. BOXEO VELEÑO.

'Sugar' Ray, el que se comió la vida a golpes





Por QUIQUE PEINADO

“Sé que me he gastado cuatro millones de dólares. Y no me arrepiento. Nunca aposté, simplemente me dediqué a hacer a la gente feliz, a llevar a los míos conmigo y a prestarle dinero a quien lo necesitaba. Muchas veces no me lo devolvían, pero no me importa”. La frase era de un orgulloso boxeador retirado, ‘Sugar’ Ray Robinson, unánimemente reconocido como el mejor boxeador de la historia libra por libra. Acabó arruinándose, pero nunca se arrepintió de lo hecho. “El dinero es para disfrutarlo”, decía.

Mohammed Ali dijo de él que era “el rey, el maestro, mi ídolo”. Le ofreció ser su manager, cuando ‘Sugar’ ya flirteaba con la indigencia, pero se negó. La oferta incluía hacerse de la Nación del Islam, la secta de musulmanes negros de la que era devoto Ali. “Le dije que era cristiano y que creía en Dios”, declaró Robinson. Así era él: todo importaba más que el dinero.
Tanto fue así que a mediados de los 60, unos meses después de retirarse a los 44 años, la ciudad de Nueva York, la misma que le había visto crecer en su orgulloso Harlem cuando a los 12 años emigró desde Detroit, le hizo un homenaje. El Madison Square Garden, repleto, recordó su figura, su pegar radiante, galáctico, el más rápido que ha habido jamás. Y le dio un gran trofeo que le coronaba como ‘El mejor boxeador de todos los tiempos’. Cuando llegó a su modesta casa, se quitó el traje que ocultaba su ruina y el trofeo se quedó en el suelo. Sólo tenía dos muebles: una plancha de débil metal sobre cuatro patas de madera y una vieja cama de madera. Ninguno aguantaba el peso del pesado galardón.
Fue el resultado de la manera en la que interpretó la vida. Viajaba con 13 personas, desde un peluquero hasta un chico que silbaba en los entrenamientos para que ‘Sugar’ llevara el ritmo. Inventó el concepto de ‘séquito’, esa gente que, sin saber muy bien por qué, acompaña a algunos deportistas, especialmente afroamericanos. “Algunos venían simplemente porque me lo hacían pasar bien, para reírnos”, reconocía el boxeador.
Hoy se cumplen 20 años de su muerte, víctima del Alzheimer, en California, donde pasó sus últimos años haciendo esporádicas apariciones en televisión y gestionando una fundación de ayuda a los más pobre. Dos décadas desde que se fue el púgil que bailaba en el ring y cuando se bajaba de él quería seguir danzando, devorando la vida que le había dado el don de boxear como nunca nadie lo hizo antes ni lo ha vuelto a hacer después.
El boxeo más dulce
No había nadie en Nueva York que, a comienzos de los 40, no hubiera oído hablar de ‘Sugar’ Ray Robinson, el chico de los golpes dulces, el que lanzaba puños a la velocidad de la luz. Como amateur había ganado sus 85 combates, 69 por KO. “Era capaz de dar un golpe de KO retrocediendo. Su juego de pies era algo nunca visto hasta entonces. Su velocidad de manos era inigualable”, escribió Bert Randolph, director de ‘Ring Magazine’, en un libro en el que colocaba a ‘Sugar’, como todos, en el número uno del ranking de todos los tiempos.
Para Robinson, la clave era “el ritmo. Tienes que tener ritmo y hacer que el rival no se meta en él. El boxeo es el arte de la autodefensa”. Un ritmo que exhibió en aquellos seis combates de leyenda con Jake LaMota, recogidos en ‘Toro Salvaje’, la mítica película de Martin Scorsese. Pero el baile encima del ring no le llenaba.
Tal era su afán de ritmo que en 1952, 12 años después de su debut profesional, decidía retirarse para empezar una errática carrera en su otra gran pasión: ser bailarín de claqué. Acababa de ser noqueado por primera y única vez en su carrera por Joel Maxim. A Robinson le tiraron los golpes de su rival, pero sobre todo, el calor: En el Yankee Stadium, al aire libre, hacía 39 grados y antes que Robinson, se cayó el árbitro, también víctima del calor.
Sólo le noquearon una vez, y fue por el calor: hacía 39 grados y hasta el árbitro se desmayó
Era su primera retirada, con 131 victorias en 136 combates. Tres años después, tras fracasar como bailarín, volvió, y dejó grandes gestas. En su tercer combate, contra ‘Bobo’ Olson, ya era otra vez campeón del mundo. Terminaría con 16 derrotas, seis de ellas en sus cinco últimos meses como profesional, ya físicamente mermado y con su desordenada vida comiéndose su talento.
Luego vino la pobreza y un final honroso, el que pudo llevar con dignidad sus últimos años hasta que el Alzheimer le convirtió en sus propios recuerdos. Tenía 67 años cuando, el 12 de abril de 1989, se fue para siempre. Él se comió su vida a golpes, la disfrutó y, quizá, acabó noqueado por ella. Pero fue la derrota más dulce del boxeador que pegaba con puños de azúcar.

Chris Arreola pasó la prueba...y con KO


Chris Arreola detuvo a Jameel McCline en el cuarto round el sábado, superando el mayor reto de su carrera hasta el momento, y mantuvo su récord invicto.
Arreola (27-0, 24 KOs), el peleador de 28 años de edad que espera convertirse en el primer campeón pesado de sangre mexicana, terminó la pelea de forma impresionante, ante el rival más importante hasta la fecha, en una pelea de fondo previo al combate entre Winky Wright y Paul Williams.
McCline, que ha realizado cuatro peleas por la corona de los pesados, cayó a la lona luego de recibir dos zurdazos tremendos en la cabeza al promediar el cuarto asalto. A pesar de levantarse y quedarse en una rodilla, McCline (39-10-3) no pudo pararse antes que el referí Tony Weeks terminara la cuenta de 10 en el Mandalay Bay Events Center.

Paul Williams, por encima del resto



Paul Williams castigó sin parar a Winky Wright durante 12 rounds con una avalancha de golpes, para ganar por decisión unánime el sábado en Las Vegas, en un encuentro entre los dos pesos medianos más evitados por otros peleadores.
Williams (37-1, 27 KOs) usó la formidable defensa de Wright como un entrenamiento con la bolsa rápida desde el inicio de la pelea en el Mandalay Bay Events Center, destrozando convincentemente al ex campeón, que venía de un largo receso de 21 meses sin pelear.
Con todos esos golpes para bloquear, Wright (51-5-1), simplemente no tuvo tiempo de conectar muchos de los suyos ante un más alto y largo peleador. Williams nunca pareció cansado y persiguió a Wright por todo el ring sin parar durante el combate.