viernes, 20 de mayo de 2011
"Siempre amé a Monzón"
Ernesto Rodriguez III y Natalia Scali
En un íntimo reportaje, Mike Tyson, el ex campeón mundial de los pesados, abrió su corazón: habló de sus fantasmas, de sus defectos como padre, de su nueva vida, de sus combates en el ring y sus batallas internas.
El camarín es chiquito y está al toque del estudio de IDS en Colegiales, en donde a una hora de que largue Bailando por un Sueño 2011, se siente el hervidero de técnicos aprestando cables, luces y demás fierros. En los pasillos mucha gente haciendo fuerza por entrar al estudio vaya a saber uno por qué. Pero en ese camarín todo es calma. Y eso que el sillón del fondo, cómodamente sentado, está quien durante mucho tiempo fue el hombre más temido del planeta. A los 44 años, con casi seis sin ponerse los guantes, Mike Tyson mantiene el aura de respeto y se siente raro enfrentarlo, darle la mano y, de sopetón -como hacía él cuando sonaba la campana-, tratar de pegar primero.
-¿Es difícil ser campeón del mundo?
-Es más difícil abajo del ring que arriba. ¿Sabés, man? Cuando un tipo es un campeón, un verdadero luchador, es especial. Es difícil no pasar algo de eso a su vida personal. No es fácil vivir la vida normal como otras personas.
-¿Vos podés vivir una vida normal?
-Ahora le pertenezco a mi mujer, Kiki, y a los chicos.
-En los últimos meses te volcaste a los medios de comunicación. ¿Por qué elegiste esta vida?
-Es lo que hago ahora. El boxeador está muerto (Entra al camarín su hija Milan, de dos años y él le dice “Sos la nena más linda del mundo. Sos una prima donna, una femme fatal”). Soy un papá campeón. Cuando era un campeón del ring abandoné a mis otros hijos (en total tiene ocho). Estaba muy intoxicado por esa vida. Ahora me dedico a mi esposa y a mi familia. Por eso las traje a la Argentina. Trato de tener una vida mejor, sin importar el dinero, los autos, la fama. Quiero ser más humano y éste es un buen comienzo.
-¿Cuándo sentiste que tu vida necesitaba un nuevo comienzo?
-Hace dos años, cuando se murió mi hija Exodus. Ella tenía cuatro años, estaba jugando con su hermanito Miguel en la casa de su madre en Phoenix ( NdeR: Tyson no vivía con la nena) y se estranguló con el cable de una máquina de ejercicios. Otra gente puede ponerse a llorar y decir: “¿Por qué a mí?”. Y eso no cambia nada. A partir de allí mis prioridades fueron otras. Decidí que era el momento para dejar la mierda atrás, que necesitaba estructurar mi vida. Le ofrecí matrimonio a Kiki, quien era mi mejor amiga desde hacía casi 20 años. Decidimos no juzgarnos. Y empecé una nueva vida, viviendo cada momento. Y ahora tenemos dos hermosos niños ( NdeR: Morocco Tyson nació el 25 de enero). Ya no tengo ganas de cagarla saliendo con otras mujeres, yéndome de joda. Ellos son mi misión. Soy uno de los hombres más débiles. Así me creó Dios. Pero ahora siento que tengo una misión. Y nada va a impedir que la cumpla. Personalmente, cambié mi estilo de vida, me hice vegano ( NdeR: vegetariano a rajatabla) y volví a mi estado físico de antes. Hace dos años pesaba 160 kilos. Y estoy en mi peso de combate, entre 100 y 105 kilos. Tuve que rearmar mi vida desde niño, casi.
-¿Por qué?
-Yo era bastante depresivo. Por suerte, ahora no lo soy tanto. Eso viene de familia: mi madre era alcohólica, era depresiva y me lo transmitió. Yo fui un pibe que siempre buscó cariño y no sabía bien cómo. Era un mundo en el que los hombres tenían que ser machos, duros. Y yo lo que quería era que me tuvieran en cuenta. Así que casi era como una puta, una mascota. Haciendo cualquier cosa por una caricia. Tratando que la gente me reconociera. Soy extremo y estoy un poco loco. Herencia de mi madre. Voy y vengo en mi humor.
-¿El boxeo y la fama potenciaron eso?
-La gente tenía una mirada equivocada sobre lo que yo era. Pensaba que todo el tiempo era el boxeador, el tipo con cara de culo, el que no se bancaba una. Que afuera del ring tenía que seguir siendo Mike en lugar de Michael. Y se hace difícil separar esas cosas, es difícil no perder la cabeza. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás...
-¿Cambiarías algo?
-(Mira al techo) Una pila de cosas. Creo que no me alcanza la noche para contarlas. Pero, ya está. Sigo adelante. Ojalá fuera un tipo convencional. Me gustaría ser más sociable, más amigable. ¿Sabés? Todos los grandes boxeadores son un poco locos, porque hay que vivir momentos extremos en el ring. Y para todos es difícil separar eso de la vida real.
-En el ring nunca demostrabas tus emociones. ¿Fuiste feliz en algún momento de tu carrera? -Si mirás videos o fotos de mis triunfos, jamás me vas a ver con la mano en alto o festejando. El viejo Cus ( NdeR: su primer DT) decía: “¿Por qué vas a estar contento, si es lo que hiciste un millón de veces en el gimnasio? ¿Qué te sorprende? Hiciste lo que debías”.
-¿Jamás el boxeo te dio alegrías?
-Tal vez cuando era amateur. Pero como pro nunca fui feliz. Subía a hacer mi trabajo y lo hacía. Sabía que el otro tipo me tenía miedo y yo lo proyectaba en él, como Cus me enseñó. Me mostraba duro y eso me jugaba en contra, porque la gente pensaba que abajo del ring era igual.
-¿Cuál fue la piña más dura que pegaste? -(Ríe a carcajadas) No sé man, les pegué a tantos tipos... Hagamos algo: agarremos la agenda y llamémoslos a ellos, ja. Tendría que hacer memoria. Tal vez la paliza a Berbick ( NdeR: KO2, el 22/11/86, cuando logró el primer título CMB) sea un momento para recordar.
-¿A qué rival elegirías como el mejor?
-Evander Holyfield, sin dudas. Y Tony Tucker era un tipo muy bueno, muy difícil.
-¿Hay algún momento de tu carrera que cambiarías?
-No tengo dramas con lo que hice en el ring. Lo hecho, hecho está. Gané y perdí. Sin los guantes es otra cosa. Por suerte estoy madurando, estoy en ese largo proceso.
-Creciste en la casa de Cus D’Amato, viendo viejas películas de boxeo. Sos fan de tipos como Jack Johnson, Joe Louis y Jack Dempsey. ¿Qué onda con el boxeo actual? ¿Mirás peleas?
-Miro poquito, no me interesa mucho. Hay pocos que son realmente buenos. Floyd Mayweather, Manny Pacquiao... Tenés a un tipo como Bernard Hopkins que a los 46 años es durísimo.
-¿Qué sentís si ves a los pesados actuales?
-No me vas a creer, pero no conozco a casi ninguno de los pesados actuales (se ríe). Están los hermanos Klitschko, el inglés David Haye, Chris Arreola, que es bien divertido de ver. Pero no, no hay nada que me llame la atención.
-¿Qué pasa que no hay gente en tu país que continúe el legado tuyo, de Holmes, de Ali, de Louis en el peso pesado?
-Ellos no quieren pelear. No veo un nuevo Mike Tyson tratando de salir de la pobreza. Los pibes no quieren tener una vida de sacrifico por el triunfo. Yo pasé siete años viviendo como en el ejército con Cus. Trabajo, trabajo, trabajo. El más duro de todo. Man, era durísimo eso. Pero el viejo lo hacía porque me amaba. A él no le gustaba demostrar cariño; yo lo jodía y lo abrazaba. Y él me sacaba a los gritos: “Fuera, nene”. El me dio disciplina y ganas de superarme. Eso no es común ahora, man. Ahora hay buenos boxeadores, pero no boxeadores excitantes. Mayweather es un gran boxeador, pero no es excitante.
-¿Vos vas a ser recordado por ser un boxeador excitante? -No me importa el futuro. Vivo el presente. Pero sí, sé que dejé mi huella. Sé que a la gente le movía algo cuando peleaba.
-Siempre dijiste que Carlos Monzón fue uno de tus ídolos. ¿Hay otros boxeadores argentinos que admirás?
-Me gustó mucho Gustavo Ballas, un gran estilista, ¡¡Uuuhhhh!! Sabía todo en el ring. Sé que tuvo problemas con el alcohol y los superó (Se posesiona). ¡Guau! ¡Aleluya! Está limpio, como yo. Tienen a otro tipo que fue increíble: Pascual Pérez. Ganó el oro olímpico, fue campeón del mundo. Lo hacía todo bien. Y sabés, siempre amé a Carlos Monzón. El era un tipo duro, de verdad, un tipo de la calle. No hablaba mucho, no tenía que hacerlo. El ring era lo suyo. En los 80 le dije a un amigo mío que lo invitara a venir a vivir a los Estados Unidos. Monzón había ido a ver algunas peleas a Las Vegas. Y mi amigo me dijo: “Man, no hay manera. Al tipo no les gustan los yanquis, el tipo es feliz en su tierra”. Era un campeón que sabía cómo imponer respeto y que no lo jodieran.
-¿Y de los actuales? -Conozco a Sergio Martínez. El es un boxeador muy vivo, muy pícaro en el ring. Es casi imposible pegarle. Si me dieras a elegir, desearía que Hopkins y él se encontraran. Pasarían cosas increíbles.
-¿Contra Mayweather, contra Pacquiao?
-Con Pacquiao es imposible. Martínez es muy grande para él. Con Mayweather, puede ser. Tiene que bajar a 70 kilos, 69. Creo que allí puede ser. Si Floyd resuelve sus asuntos, es una gran pelea. Como para no perderse.
-El último ganador del concurso fue Fabio Moli. ¿Qué opinás sobre él?
-Mi coach me mostró unos videos y puedo decirte que bailo mejor que ese grandote, sin dudas.
-La Mole comenzó a pelear en 1996 buscando una pelea. Tenía una remera que decía “Te espero Mike Tyson”. ¿Se dará ahora ese combate, 15 años más tarde? -(Se ríe). Nooooo. Lo vi y es muy grandote y yo ya no quiero más líos. Bailando está todo bien, pero ya no quiero boxear más. Estoy retirado. ¡Paz! -¿Por qué volviste a la Argentina? -La otra vez me invitó Diego Maradona y me demostró que es una gran persona. Y conocí a gente que me abrió su corazón. Me llevaron a pasear por la ciudad y yo les dije: “Muy lindo, pero en dónde vive la gente que sufre, un verdadero ghetto ( NdeR: villa)”. Recuerdo que estaba cerca de La Boca. Allí nos bajamos y la gente venía a sacarse fotos y yo les decía. “No, man, vos sos como yo. Yo salí de un lugar tan bajo como éste, de la mierda. En esencia somos lo mismo”.
-Te llevaste la remera de la Selección de Diego...
-Sí, y fui a Brasil con la camiseta puesta y casi me meten en cana (se ríe). Además, mi verdadero ídolo es el Che Guevara. ¡Qué huevos tenía ese tipo! No podía correr de acá a la puerta por el asma, pero por el pueblo dejó la vida. Yo estuve en Cleveland y había un grupo de ex Panteras Negras que habían pintado murales con luchadores de la libertad. Y había un tipo, el único que no era negro, con su barba y su boina. Y yo pregunté: “¿Quién ese tipo que no es un hermano?”. Me dijeron que era el Che, que era de Argentina y leí sobre él, sus Diarios de motocicleta. Sé que era médico y venía de una familia acomodada. Pero prefirió luchar por los que menos tenían. Por eso lo llevo en el cuerpo (se levanta la remera clara y muestra el enorme tattoo del Che en el abdomen). Ojalá pudiera tener un poco de él.
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Hopkins busca historia ante Pascal
Diego Morilla ESPNdeportes.com
El veterano campeón no podía encontrarle la vuelta al combate. Tras ocho asaltos de ida y vuelta en el frío clima de Montreal, peleando como visitante ante un ascendente retador local, el título de peso semipesado se le escapaba de las manos luego de haber visitado las lonas cuatro veces en los primeros tres asaltos (tres veces en el primer asalto solamente). Aparentemente, los casi 14 años de diferencia entre ambos peleadores se estaban empezando a sentir, y el estadounidense, ya pasados sus cuarenta años de edad y con sus mejores momentos sobre el cuadrilátero habiendo quedado en el pasado, se preguntaba si su cuerpo aguantaría lo suficiente como para lograr la hazaña que se había propuesto. Esa misma que le dijeron que no podría lograr. Esa misma que él veía como su destino y el inicio de una herencia de grandeza.
Pero la hazaña llegó. Entre el quinto y el decimoprimer asalto, el desconcertado y repentinamente vapuleado peleador local visitó las lonas en cuatro ocasiones, y el viejo campeón volvió a revivir glorias pasadas con una victoria que lo puso una vez más en la cima del boxeo mundial y lo elevó a la categoría de leyenda.
No estamos imaginando el relato futuro de la revancha que tendrá lugar este sábado en Montreal entre el estadounidense Bernard Hopkins y el haitiano-canadiense Jean Pascal por el título semipesado en manos de este último [HBO, 10 p.m. ET]. Estamos relatando un combate que se dio, textualmente como lo reproducimos, hace ya más de 52 años, cuando ninguno de estos dos protagonistas estaba siquiera en los planes de sus padres. Estamos hablando de la épica victoria del enorme Archie Moore sobre Yvon Durelle en Montreal en diciembre de 1952, un combate que, tal como enumeramos al inicio, reverbera con un gran número de resonancias sobre el choque que protagonizarán Hopkins y Pascal este sábado en esa misma ciudad canadiense, en la que Hopkins intentará transformarse en el hombre de mayor edad en lograr un título mundial a sus 46 años de edad.
Más allá de las muchas similitudes, las diferencias con aquella gesta de Moore también son de notarse. Moore se anotó aquella victoria por nocaut en 11 asaltos en el primer combate ante Durelle, y luego ganó también la revancha por nocaut en tres rounds. Se puede argumentar que Hopkins ganó el primer choque según la opinión de la mayoría de los observadores, pero lo cierto es que los jueces no se lo dieron, y no demostró tampoco tener la solvencia como para resolverlo por nocaut como lo hiciera el viejo maestro. De todos modos, Hopkins no pierde la fe en que la revancha será diferente.
“ En definitiva, el respeto no se da. El respeto se gana. Cuando se habla de respeto, comparando lo que yo hice en este deporte y lo que él hizo en este deporte, él debería darme su respeto a mí. Es lo opuesto. Él no está respetando al veterano. Y yo soy el veterano aquí.
” -- Bernard Hopkins sobre su pelea ante Jean Pascal
"Me encantaría subir ahí y lograr mi nocaut", dijo Hopkins (51-5-2, 32 KOs) en una reciente conferencia telefónica. "La última vez que noqueé a alguien fue a Oscar de la Hoya. He sido incapaz de lograr un nocaut, pero puedo conformarme con darle una buena paliza".
Su rival de este sábado concuerda en que eso es una posibilidad. Pero el modo en que Pascal (26-1-1, 16 KOs) analiza este choque difiere ligeramente del enfoque elegido por su contrincante.
"Ahora todos saben que Bernard todavía puede boxear bien. Por eso cuando yo le patee el trasero no solamente voy a seguir siendo campeón mundial, sino que voy a emerger como una estrella", avisa Pascal, nacido en Haití y emigrado a Canadá a sus cuatro años de edad, en un inglés ágil y colorido a pesar de ser el francés su idioma natal. "Si Hopkins no es una gallina y no corre como una gallina, entonces va a ser una pelea excelente".
Las diferencias entre ambos púgiles desborda los límites del ring y permea hacia sus vidas personales. Pascal es hijo de un político haitiano y se preocupa por su rol de modelo para los jóvenes y su buen comportamiento. Es cuidado en su manera de vestir y de hablar (dentro de los límites del pugilismo). Hopkins, por su parte, es un producto casi emblemático de las duras calles de Filadelfia, habiendo pasado parte de su adolescencia y juventud en la cárcel y haciéndose desde abajo en el boxeo. Hopkins debutó en el profesionalismo con una derrota, y sin experiencia amateur alguna más allá de algún torneo carcelario, mientras que Pascal es un ex representante olímpico para su país adoptivo con una dilatada trayectoria en el boxeo aficionado. Pero el choque de personalidades más entretenido y parejo entre ambos ha sido el continuo e imaginativo cruce de dardos verbales por demás de pintorescos y venenosos, sazonados con alguna que otra controversia y acusaciones mutuas nunca debidamente fundamentadas.
"Está claro que soy mejor boxeador que Bernard", comentó Pascal, quien acusó en un momento a Hopkins de consumir sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento. "Tengo más herramientas que él. Pero esta vez voy a usar esas herramientas de la manera correcta en el momento correcto. Mi motivación es cerrar su sucia boca. Él es malo para el boxeo, es una desgracia para el deporte". Hopkins, nunca tímido para la riposta filosa, no tardó en contragolpear.
"Él piensa que es más astuto que yo y que su coeficiente intelectual boxístico es mayor al mío, pero yo voy a demostrar que yo soy un graduado de Harvard y que él es graduado de una escuelita comunitaria" retrucó el filadelfiano, que compensó la infundada acusación de su rival con una sutil pero seria amenaza de asesinato lanzada al pasar. "Por eso, al final del día, yo me voy a ajustar rápidamente y ahí es cuando comenzará la guerra".
La guerra de la que habla Hopkins probablemente falte a la cita. Y es que el ex campeón mediano (con un récord de defensas en esa división) no solamente ya no tiene la pegada de un Moore (que continúa siendo teniendo el récord mundial de mayor cantidad de nocauts con 131) sino que tampoco parece tener la estámina y la voluntad de ataque del púgil al cual desea superar con su gesta de este sábado. Si triunfa, Hopkins estará batiendo el récord del gran George Foreman, que se coronara campeón a los 45 años con un nocaut en 10 asaltos sobre Michael Moorer en 1994 en una memorable actuación que fue de menos a más ante un boxeador muchísimo más joven y mejor entrenado.
La pegada de Hopkins, tal como lo expresó él mismo, ya no es lo que fue alguna vez, pero es cierto también que su oponente se notó cansado y debilitado después de apenas cinco asaltos en el primer combate, y que si esa situación se repite es posible que veamos la gesta de Foreman no solamente repetida en el resultado sino en el nocaut consagratorio y lapidario que Hopkins ansía. Pero si ese golpe mágico no llega, ambos tienen suficientes trucos en su manga como para intentar sorprender al otro con alguna variante impensada, cultivada en los años de experiencia que acumulan entre ambos. Tal como dijo el entrenador de Hopkins, Nazeem Richardson, "cuando uno tiene experiencia, siempre tiene algo a qué aferrarse si el físico falla. Si uno no puede hacer lo que quiere, uno puede volver a lo básico y apegarse a eso y así sobrellevar el mal momento hasta recuperarse". Y con un boxeador tan versátil como Hopkins (tanto en defensa como en ofensiva) esa virtud es más que necesaria. Pero Pascal cree que su mayor alcurnia pugilística será la que se imponga por sobre el enorme pero empírico y algo áspero conocimiento de Hopkins.
"Tengo planes de pelea de la A a la Z para él", afirmó confiado Pascal, que fue acusado de lucir parco y unidimensional en el combate de diciembre pasado, en el que se impuso en las tarjetas por escaso margen, y que culpa (entre otras cosas) a su cambio de rutina de entrenamiento para aquel combate y a la manera en que Hopkins lo alteró psicológicamente con sus juegos verbales por su mala actuación en aquella oportunidad. "Esta vez fue lo opuesto. Yo me metí debajo de su piel esta vez, porque se puso como loco en la conferencia de prensa y me empujó. Hopkins tiene una boca sucia y eso es malo para el boxeo. Él dice ser una leyenda, pero las leyendas deberían liderar con su ejemplo", concluye Pascal.
Leyenda o no, Hopkins piensa que Pascal le tributará el respeto que él se merece cuando lo derrote en el ring este sábado, y pueda así unirse a Moore y Foreman como el epítome del guerrero sin tiempo, del inclaudicable púgil que se niega a colgar los guantes, convenciéndose día a día de que queda todavía una última corona de laureles detrás de la agonía de cada golpe dado, errado, esquivado o recibido.
"En definitiva, el respeto no se da. El respeto se gana", responde Hopkins, quizás con aliento profético. "Cuando se habla de respeto, comparando lo que yo hice en este deporte y lo que él hizo en este deporte, él debería darme su respeto a mí. Es lo opuesto. Él no está respetando al veterano. Y yo soy el veterano aquí".
Como lo fue Moore. Como lo fue Foreman. Y como quizás le toque ser, si los astros se alinean, a Hopkins este próximo sábado.
ESTA NOCHE, A LAS 23,45, EN CUATRO: "21 DÍAS BOXEANDO"
Patricia Cazón
Adela Ucar se ha subido al ring para pasar 21 días boxeando (esta noche en Cuatro, 23:45). Han sido 21 días de entrenamiento riguroso culminados con una velada sobre el ring. 21 días de guanteo, sacos y abdominales. 21 días intensos que han dejado huella: "Es un deporte que desconocía por completo y he aprendido lecciones que me vendrán bien en la vida".
El primer contacto con la lona fue en Sevilla, con Antonio El Bigotes, "cogiendo fondo". En Madrid, con Pablo Navascues, perfeccionó el estilo. "En el gimnasio de El Bigotes hay pocos medios y la mayoría de la gente es amateur con aspiraciones profesionales. En el de Pablo hay profesionales con títulos. Lo que es idéntica es la pasión. Absoluta. En ambos". Pablo le dio caña sobre el ring. Adela temía una nariz rota, un mal golpe en la cara. "Hubo alguno, pero sin secuelas". Sobre el ring sintió que se pierde la perspectiva, que el entrenador en la esquina es oxígeno: "Desde fuera se ve mucho mejor. Los golpes me impactaban. Era incapaz de devolverlos. Sólo quería salir de ahí".
Nervios.
Le dio voz a Soraya Sánchez, a Poli Díaz, asistió nerviosa a una velada de Pablo. "Le conoces. Te duelen los golpes. Su madre me dijo que le encantaba el boxeo, pero que a Pablo jamás lo veía". 21 días después lo que nunca olvidará es "la pasión y entrega de un boxeador". "Es su vida. Tiene su controversia, pero intentan que se comprenda que es un deporte que tiene un fin. Es noble. Y crudo, sí, pero exige tanto de ti que te saca algo de adentro". 21 días después aún le cuesta "soltar el puño", pero ha descubierto "un mundo de emociones que ha sacado cosas muy reales de mí".
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