sábado, 31 de enero de 2009

Todos somos Margarito


La imagen tumefacta del boxeador tijuanense Antonio Margarito, luego de la paliza que le propinara su contrincante, el veterano pero poderoso pugilista estadunidense Shane Mosley, es como un retrato de la actualidad mexicana.
Margarito lucía como el amplio favorito antes de la pelea. Los medios se habían encargado de ensalzarlo y presentárnoslo como el supergladiador que habría de devolverle a México las glorias de campeones del pasado como Vicente Saldívar, Salvador Sánchez, Rubén Olivares o Julio César Chávez. Que si su habilidad, que si su gran pegada, que si su técnica perfecta, que si el poderío de sus ganchos y sus uppercuts, etcétera. Pero el castillo de naipes se derrumbó en pocos minutos, cuando el musculoso Mosley subió al cuadrilátero y le pegó al de Tijuana la madriza de su vida.
Ahí queda, para la posteridad, la estampa final: ese rostro lleno de sangre y moretones, esa boca rota, esa nariz desacomodada, esos párpados hinchados de tanto puñetazo recibido y, sobre todo, esa mirada extraviada, vacía, incrédula, atónita. Antonio Margarito inició la pelea con la autosuficiencia insolente de un guerrero invencible y acabó la misma con la impotencia lamentable de un guiñapo sanguinolento.
Tal vez por eso tantos mexicanos nos identificamos con el pobre Márgaro. Porque en su imagen derrotada vemos el reflejo de la situación actual del país. Porque la cara deforme y bañada en sangre del boxeador es la misma que presenta el México de hoy, tan magullado, tan noqueado, tan herido, tan golpeado por la violencia de toda laya. Porque así como nos creímos el cuento de la invencibilidad del púgil, nos tragamos también el mito del país perfecto que no requiere de cambios sustantivos. Así quedó aquél y así está quedando éste.
Todos somos Antonio Margarito. Todos recibimos a diario los más contundentes golpes y ni siquiera metemos las manos. Todos tenemos la faz maltratada y la mirada perdida y sin rumbo. Todos somos Antonio Margarito, sí, y aún nos quedan muchas, demasiadas, peleas por delante.

hgarcia@milenio.com

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