lunes, 1 de febrero de 2010

El penúltimo robo del siglo


MOISÉS DOMÍNGUEZ
DIARIO LEVANTE.

¿Hay algo más manido que poner de hoja de perejil a los jueces cuando un deporte se rige por el criterio subjetivo de un grupo de árbitros?. Que se lo digan a Gemma Mengual cuando saca la lengua a pasear cada vez que las rusas le birlan un oro. O como las gimnastas de rítmica de una generación atrás, cuando intentaban hacerse un hueco en medio de la tiranía soviético-búlgara.
En el boxeo sucede lo mismo. Y no es el manido tongo (dícese de cuando los púgiles se ponen de acuerdo para el desenlace del combate). Aquí se trata de que los árbitros, a pie de cuadrilátero, deciden quien le está dando una tunda a quien. El pasado viernes, Gabriel Campillo perdió el cinturón mundial de los semipesados a manos de Beibut Shumenov en lo que, dicen, fue un atraco a mano armada. ¿Es verdad o es el típico exceso de patriotismo?. Los analistas se basan en las críticas de los expertos estadounidenses (teóricamente neutrales en un combate entre un español y un kazajo) y en un dato elocuente: un juez dio ganador al "nuestro" por 117-111 y otra dio exactamente el mismo tanteo, pero al revés. ¿Quien vio otro combate?. Luego se atan los cabos (connivencia entre el entorno de Shumenov y los promotores) y la conclusión es clara: atraco. Como en los mejores tiempos de Pedro Carrasco en el tardofranquismo, cuando intentó hacer las américas ante Mando Ramos.
Lógicamente, esto no es nuevo en el boxeo. Sin embargo, el posiblemente más escansalodo de la historia lo sufrió un estadounidense, Roy Jones jr (uno de los mejores boxeadores de la historia hasta que decidió no retirarse) en los Juegos de Seúl de 1988, en su época de aficionado: tiró tres veces a su rival coreano, llegó 82 veces por 32 al cuerpo del rival... y le dieron por perdido el combate. Afecta a los grandes de verdad.
A Julio César Chávez le señalaron nulo un duelo con Withaker que casi nadie se creyó. Evander Holyfield y Lenox Lewis se intercambiaron resultados a cada cual más cuestionable en su mejor época. Oscar de la Hoya y Trinidad... Campillo no es más que la penúltima víctima.

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