viernes, 23 de enero de 2009

"Tuvo truco: el suelo estaba muy mullido, nunca salté tanto"


Tomás Guasch 23/01/2009


El 28 de enero de 1983 el boxeador aragonés Perico Fernández se proclamó campeón de España del peso welter al derrotar por KO en el quinto asalto a Alfonso Redondo. Fue su última corona tras haber reinado en Europa y el mundo.
Ese salto mío tuvo truco: el suelo estaba muy mullido, parecía una cama elástica. Fíjense que casi me levanto por encima de la primera cuerda. ¡Yo nunca salté tanto! Me impulsó la alegría que me dio proclamarme campeón de España diez años después de la primera vez y dos pesos más arriba del mío, el ligero, donde empecé... Fue mi último gran triunfo en Madrid y el último título que conquisté".
Así fue. El 3 de marzo de 1973, en su Zaragoza natal, Perico Fernández (10-10-1952) ganó por puntos a Kid Tano el título nacional de los ligeros. El 28 de enero del 83, en Madrid, noqueó a Alfonso Redondo y logró el de los welter. Fue en el abarrotado Poliedro, un circo estable que se ubicaba enfrente de la plaza de Las Ventas. "Yo llenaba siempre", presume Perico. "Redondo era más alto que yo, buen boxeador. Creía que me iba a ganar, pero en el quinto le cacé. Un golpe abajo, al hígado. Si te pegan bien ahí te caes. Te liquidan si te dan en el hígado o en la carótida; se te va el mundo de vista. El combate iba igualado, pero metí una buena izquierda abajo... y se acabó".
¿La pegada se entrena o es un don? Perico no duda: "Es un don, se nace con eso. Yo nunca hice pesas en el gimnasio, por ejemplo. La verdad es que me entrené lo justo. El golpe sale de aquí, del hombro. Mejoras la técnica, pero el pegador lo es desde la cuna".
En el caso de Pedro, desde el hospicio de Zaragoza. "No tuve padre ni madre. Viví allí y, bueno, ¡la de palos que me llevé de crío! Un maestro, que era uno de los jefes, me dio unas palizas tremendas. Hay veces que me lo cruzo por la calle en Zaragoza y me dan ganas de ir por él... A mis doce años me había pegado lo que nadie hizo después en toda mi vida. A mí me animó a boxear un carpintero del hospicio, que era muy aficionado y el que montaba el ring en los combates que se disputaban en la ciudad. Al principio me resistí, pero acabé yendo al gimnasio. A los dos meses, cansado de tanto saco y tanta cuerda, pregunté: ¿boxeo o no boxeo? Me contestaron con un reto: si me entrenaba una semana seguida debutaría. Y así pasó: fue en Torralba de Aragón. Gané por KO aquel mi primer combate. A partir de ahí empezó mi etapa como aficionado. Todo fue bien hasta que un día me peleé en el hospicio y el director, Borrero se llamaba, me echó. Sin preguntar qué había pasado, quién tenía razón. Total, que me vi en la calle. ¿Dónde voy yo sin padre ni madre? me preguntaba angustiado. La solución estuvo en el gimnasio de Martín Miranda, en Torrero".
Miranda fue un personaje clave en la vida de Perico. Lo acogió y fue su mentor a lo largo de casi toda su carrera. "Se lo agradeceré siempre, pero en materia de dineros... Yo nunca sabré lo que gané ni cuánto me llevé ni lo que se llevaron él y Enrique Soria, que me dirigió más adelante. Yo firmaba el contrato y recibía el dinero que ellos me daban. Me empecé a mosquear con ocasión de un combate en Japón: Me dieron un millón de pesetas de finales de los 70, una pasta, pero también supe que la pelea se televisó en directo para todo aquel país lo que supuso mucho dinero al margen de la bolsa. Me gasté todo lo que gan o mejor, todo lo que me dieron. Ahora estoy fastidiado de salud".
Su preocupación.
Perico tiene azúcar. La entrevista se desarrolla en el restaurante El Churrasco de Zaragoza. Miguel Latorre, el propietario, buen amigo, le aconseja un menú a la medida de su dolencia. "Vengo mucho por aquí, también por el Guetaria (otro restaurante de la ciudad) Pero es que ni comer lo que me gusta puedo... Estoy preocupado. El azúcar me ha afectado un ojo y no me permite pintar cuadros. La pintura fue mi otra gran afición y estos años, mi modo de vida. Temo al futuro. Quizá alguien que leerá esta entrevista se acordará de mí...".
Este es el combate de Perico ahora: la vida. Los de antes son inolvidables en la de quienes tuvimos la fortuna de presenciarlos. Su primer gran combate fue con Toni Ortiz. El mejor, según el protagonista, lo libró con el brasileño Joao Henrique. Frente al japonés Lion Furuyama y el tailandés Saensak Muangsuring cinceló su leyenda. Perico Fernández disputó un total de 125 combates en el campo profesional con un balance de 82 victorias (47 antes del límite), 28 combates nulos y 15 derrotas.
"A Toni Ortiz le gané el campeonato de Europa de los superligeros. Yo era campeón de España ligero, título que arrebaté a Kid Tano y lo defendí con éxito frente a José Ramón Gómez Fouz y Manolo Calvo padre, que era muy chulo. "Te voy a pegar", me dijo antes del combate. Y sí, me dio y me hizo mucho daño. Pero acabé noqueándole. Toni era bravísimo. Iba siempre adelante, pegaba y encajaba. Él entró como favorito en la pelea que estuvo muy igualada hasta que en el duodécimo asalto le metí una mano y se cay nadie antes le había derrotado así. Fue el verano del 74 (el 26 de julio concretamente), en Madrid. Más de doce mil personas vieron en directo la pelea".
Tres meses después, el 21 de octubre, Perico se proclamó campeón del mundo superligero al vencer por puntos en Roma a Furuyama. El cetro estaba vacante por la marcha del campeón, el magnífico italiano Bruno Arcari, a un peso superior. Antes, Perico retuvo su cetro europeo ante Pietro Ceru (KO en el segundo asalto), en Viareggio.
"Zaragoza se paralizó la noche del combate con Furuyama", recuerda Perico y confirman Pedro Luis Ferrer, delegado de AS en Aragón, y Mario Ornat: "Fue algo único, de los momentos de más locura deportiva en la historia de la ciudad que tenía por entonces dos ídolos, Perico y Saturnino Arrúa, santo y seña del Zaragoza de los zaraguayos"
Perico se explica: "Furuyama era muy fuerte. En el primer asalto me descubrí, le dije eso de ¡tócame si puedes! y vaya si me tocó. Tan bien que me machacó una costilla. Llegué al rincón y le dije a Miranda, abandono, no puedo. Pero no me dejó. Volví y en el noveno asalto casi lo tiré. Se tambaleó, pero no cayó. Al final le gané por puntos, ¡campeón del mundo! A la vuelta me recibió Franco".
El miedo.
Y casi se arma: "Claro", admite Fernández. "Llegué y me dijo que le hacía mucha ilusión ver que un soldado español se había proclamado campeón de Europa. Estuve a punto de decirle: ¡no me quite usted 'escalones', mi sargento! Pero me contuve, ¡ja, ja!".
Fernández hace un alto en el relato. "Yo era cobardica", sorprende. "Sí, sí. La noche antes de los combates pasaba mucho miedo. Le daba vueltas a la cama preguntándome: ¿Y esté gachó me ganará? Eso siempre y ya de mayor, cuando todo acababa, me sentaba en la ducha, dejaba correr el agua y me preguntaba: ¿por qué sigues peleando, Pedro? ¿No tienes bastante dinero, suficientes golpes encajados? La cabeza se me despejaba camino del ring; entonces me sentía capaz de ganar a cualquiera, por bueno que fuera".
Muy bueno fue el brasileño Joao Henrique, con el que Perico se enfrentó el 19 de abril de 1975 en Barcelona en la primera defensa de su título mundial. "Fue mi mejor combate, sí. Joao era un estilista extraordinario, un atleta fenomenal. Me lo puso dificilísimo". Le preguntamos por aquella costumbre suya de irse contra las cuerdas, refugiarse entre sus brazos y aguantar el aluvión de golpes del contrario. Lo hizo frente Henrique y frente a todos. ¿Táctica?
"No, para nada. Lo hacía para descansar, para que ellos se derrengaran dándome en los brazos. Cuando me sentía mejor salía a por ellos. Me pasó con Joao. Tuve que sacar lo mejor de mi mismo, mi boxeo más académico, para hacerle frente. Lo conseguí y lo tumbé en el noveno asalto. Esa noche me recordó mucho la de Toni Ortiz, la que más había disfrutado. Fue magnífica".
La siguiente no lo fue tanto. El 15 de julio de aquel 1975 Perico puso en juego su título en Tailandia ante el púgil local Saensak Muangsurin. Perdió por KO técnico en el octavo. Pedro se descompone todavía recordando aquella experiencia: "Es que me drogaron". Y lo razona así: "Fue una encerrona. Me drogaron y lo confirma que no hubo antidoping después de la pelea; de haberlo habido se habría descubierto la trampa. Salí a boxear, pero aquel no era yo".
El combate se celebró al aire libre en un campo de fútbol, a más de 40 grados. "Eso ya era un hándicap, pero además me metieron algo en el agua, en la comida... Estaba sin fuerzas. Aquellos días iban a celebrarse unas elecciones en Tailandia y un candidato a la presidencia era el organizador de la pelea: el boxeador local no podía perder; su triunfo suponía que aquel señor llevaba consigo la victoria y así pasó, que acabó ganando los comicios. Jamás debí ir a pelear allí, pero tenía 23 años, ni padre ni madre... Miranda tenía mi patria potestad y me engañó: había un buen dinero, pero a cambio de ir al matadero... Y sí, dos años después me dio la revancha en Madrid y me ganó por puntos. Malo no era Muangsurin... La gente recibió el veredicto tirando sillas y vasos al ring; fue todo muy ajustado".

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