viernes, 19 de diciembre de 2008

José Legrá no tira la toalla


Por VÍCTOR RODRÍGUEZ.

Extiende la mano para saludar Pepe Legrá y uno piensa que la suya va a quedar hecha añicos, pero no. El saludo de Legrá es suave como la brisa, leve y no se extiende más de lo necesario. Apenas el tiempo para sentir su tacto áspero, para ver sus nudillos rebajados y unos dedos afilados que al final se retuercen.

Ahí está, la mano derecha que han estrechado Franco, Fidel Castro, Haile Selassie, Cassius Clay o Martin Luther King.

La mano derecha que en ı967 tumbó a Yves Desmarets para quitarle el título de campeón de Europa del peso pluma (57 kilos) en el Palacio de los Deportes de Madrid.

La mano derecha que en Porthcawl, ante ı5.000 seguidores enfurecidos que jaleaban al ídolo local, machacó a Howard Winstone, el brujo galés, y terminó levantada por el árbitro para coronar como campeón del mundo al segundo español que llegaba a lo más alto del boxeo en la Historia.

«Ya en el primer asalto se tambaleó y se levantó», recuerda Legrá. «Como buen galés, era valiente. Yo le había conocido en Mallorca. Había venido a veranear y José María García me llevó allí y nos sacó unas fotos. Y allí vi que no era muy fuerte. Lo vi más bien delgadito, blanquito, y me dije: ‘Coño, yo le gano a éste’».

Le ganó, Dios sabe que le ganó. En el quinto asalto y tras haberle dejado el ojo izquierdo como un avispero. «Le di una derecha con toda la potencia», continúa, «y, de causalidad le cogí de pleno». Fue el 24 de julio de ı968, hace 40 años...

«¿Hace 40 años? Joder, me cago en la puñeta, fíjate tú...». Cuarenta años. Al propio Legrá le sorprende. Es como si en su reloj, un Rolex flamante, el tiempo corriera más despacio. De hecho, lo lleva atrasado. Recién llegado de Cuba, donde ha ido a visitar a la familia tras la reciente pérdida de su madre, el reloj de Legrá aún da la hora de La Habana. Marcándole el ritmo al recuerdo de cosas que no se olvidan.

La infancia... José Legrá Utría era el segundo de ocho hermanos. Había nacido en Baracoa, en el extremo más oriental de Cuba, el ı9 de marzo (día de San José) de ı943. Su padre descargaba barcos en los muelles. Su madre limpiaba casas y fregaba escaleras.

Era otra Cuba. Los locales que hoy albergan comités de defensa de la revolución eran entonces casas de lenocinio. Y al niño José Legrá le tocó trabajar y mucho: limpiaba botas, lavaba coches, vendía cacahuetes y periódicos, cualquier cosa que le valiera para ganar unos pesos.

«Los sábados me acercaba a los muelles para coger turistas que vinieran en busca de fiesta», cuenta. Eran sobre todo alemanes y americanos. Dejaban más propina que los que se sentaban a que les lustraran los zapatos. Y al caer la tarde no hacía el calor que pegaba por las mañanas. Legrá los llevaba casi siempre al mismo sitio, casa Lala. «Era muy famosa esa mujer, Lala...», evoca.

En esas excursiones perdió algo más que la inocencia y aprendió cosas que luego le serían muy útiles en el cuadrilátero. Pero donde empezó a boxear realmente fue en la calle. Cuando la necesidad aprieta, un limpiabotas no puede dejar que le roben un cliente.

«Siempre me andaba quitando clientes con otros muchachos», cuenta. «Y la verdad es que me gustaba mucho liarme. Era peleón. Me peleaba muchas veces al día, no sabes cuántas...». Las suficientes, al menos, para impresionar a un tipo que solía pasar.

Tentaciones de La Habana. «Se llamaba René Castro, pero todo el mundo le llamaba Pecado», prosigue. «Se me acercó y me preguntó: ‘Oye, ¿tú siempre te has fajado en la calle?». Le dije que sí y me comentó que había un sitio donde se boxeaba en Baracoa, que si quería ir. Fui allí, me puse los guantes y le causé buena impresión. Empecé como amateur. De todos los combates que peleé en mi pueblo sólo perdí uno».

El siguiente paso era viajar a La Habana para abrirse paso como profesional. Hubo una cuestación en Baracoa para pagarle el viaje. No había cumplido ı7 años cuando bajó del autobús y pisó por primera vez la capital. A finales de los 50 un negro guapete, chuleta y de ı6 años podía haber tenido la tentación de intentar comerse la noche de aquella ciudad del Malecón, el Tropicana y las mulatas más sabias del mundo. Y no precisamente por haber leído a Schopenhauer...

Legrá la venció. «Algunos amigos me decían si salíamos a dar una vuelta; yo les contestaba que no», apunta. «No es que me haga el santo, pero el que quiere algo tiene que sacrificarse». De ı4 combates en La Habana, ganó ı2, perdió uno y tuvo un nulo. Era ágil y pegaba bien con la derecha. Bailaba a los rivales. Sólo la Revolución pudo pararle.

Al poco de llegar Castro al poder se prohibió el deporte profesional y Legrá marchó a México y a Miami. No fue mucho tiempo, pero sí intenso. En un gimnasio de la ciudad de Florida, el cubano coincidió con un joven púgil que venía de ganar la medalla de oro de los semipesados en las Olimpiadas de Roma de ı960. Se llamaba Cassius Clay.

«Como boxeador era un fuera de serie», rememora Legrá. «Como persona, no es mala gente. Pero ya entonces, que aún no era nadie, no era profesional, iba diciendo todos los días que era el mejor: ‘I am the best, the best’. Caía mal a la gente. Pero fue uno de los más grandes del mundo...».

Cassius Clay de bolsillo. Durante años, Legrá tuvo que soportar comparaciones con Clay. Se le llegó a llamar pequeño Clay y Cassius Clay de bolsillo. De hecho, el famoso lema «Vuela como una mariposa, pica como una abeja» podía aplicarse también al estilo ágil de Legrá. Al cubano nunca le ha gustado la comparación. «Seguramente nadie copió a nadie, pero si alguien lo hizo, yo ya era profesional cuando él aún era amateur...».

En Miami, vivió también el que fue el primer y único episodio de racismo que ha padecido en su vida. Fue al subir a un autobús. Se sentó en un asiento delantero y le dijeron que se marchase a los de atrás. Lo hizo. No volvió a coger esa línea en todo el tiempo que pasó en la ciudad.

«Tampoco voy a exagerar», dice ahora. «Eran tradiciones y esos problemas no los ibas a a arreglar en un día. En España, nunca me han gritado por la calle: ‘¡Negro!’. Y jamás un contrario me ha dicho nada por ser negro, todo lo contrario. Seas negro, seas blanco, seas chino, seas ruso, a mí lo que me importa es la persona. Si eres negro y eres borde, para mí te vas con la madre que te parió».

No deja de tener gracia que el país que en los años 60 le obligó a sentarse en la parte trasera del autobús vaya ahora a tener un presidente negro: «Cambia la vida, cambian los tiempos», reflexiona. «A mí me da igual que el presidente de EEUU sea blanco, negro o chino si se porta bien y lleva bien a la sociedad. Obama tiene que tener cuidado. Aún hay problemas raciales en EEUU».

Tras México y Miami, Legrá recaló finalmente en España. Le trajeron un cubano afincado en París, Kid Tunero, que se convirtió en su entrenador hasta que se retiró, y un español, Vicente Gil, presidente de la Federación Española de Boxeo y médico de Franco. El púgil aterrizó en Barajas el ı4 de septiembre de ı963 literalmente con lo puesto: un traje y unos zapatos de verano.

Gil les pagó a Legrá y a Tunero una pensión en la calle Recoletos de Madrid. Y Legrá empezó a crecer como boxeador mientras se tramitaba su nacionalidad española. Se la concedieron en ı966. Golpe a golpe, sin haber ganado antes el campeonato de España –curiosamente Legrá, siete veces campeón de Europa y dos del mundo, nunca ha sido campeón de España–, se había ganado el derecho a pelear por el título europeo.

El 22 de diciembre de ı967 fue su primer día grande. «Vicente Gil vino al vestuario 20 minutos antes del combate, me dio una palmada en la espalda y me dijo: ‘Por España. Su Excelencia está pediente’. Yo ni sabía quién era Su Excelencia, pero salí acojonado. Recuerdo que el primer golpe lo di en la carota», relata. El francés Yves Desmarets cayó al tercer asalto. Un negro nacido en Cuba, español reciente, era el nuevo campeón de Europa.

Siete meses después, llegó el combate con Winstone en Gales. Cuando Legrá se alzó con el Campeonato del Mundo, el Régimen no dudó en aprovecharlo. Ningún español había estado en la cumbre desde ı935, cuando Baltasar Berenguer se proclamó campeón mundial del peso gallo.

Las puertas del Palacio de El Pardo se abrieron de par en par para Legrá. «A mí Franco me trató bien», cuenta él, «sería injusto decir lo contrario. Cada vez que hablábamos sonreía mucho y hablaba conmigo de tú a tú. Cuando aquí nadie tenía bicicleta, el Estado me regaló un cochazo, un Oldsmobile traído de Estados Unidos que tuve que ir a recoger a Barcelona».

También conoció al entonces Príncipe Juan Carlos. «Le gustaba el boxeo, pero no tanto como a Franco», asegura. «Siempre me trató como lo que es, un señor. Me preguntaba: ‘¿Cómo está el campeón?’. Aún hoy cuando me ve me lo sigue diciendo».

Fueron los días de gloria de Legrá, cuando le llovía el dinero y las mujeres guardaban turno para encamarse con él. El periodista Manolo Alcántara le bautizó como El Puma de Baracoa. Perdió el Campeonato del Mundo y lo recuperó en otra pelea memorable, en ı972, con el mexicano Clemente Sánchez en Monterrey, en su misma casa, como había hecho con Winstone.

Después vinieron las dos derrotas que lo retiraron. Una, en mayo de ı973, discutible, con el brasileño Edder Jofre. Otra en noviembre de ese mismo año, sin paliativos, ante el nicaragüense Alexis Argüello. Legrá decidió que dejaba el boxeo esa misma noche. Colgó los guantes bastante joven, con 30 años, y un palmarés de ı3ı victorias, ıı derrotas y cuatro nulos. A diferencia de tantos otros púgiles, nunca se los volvió a enfundar.

Carrero Blanco fue asesinado ocho semanas después. El franquismo estaba visto para sentencia. Y como el país entero, Legrá se preparaba para una vida del todo nueva.

«Boxeando gané 327 millones de pesetas y los invertí», asegura. «Unas cosas salieron mal y otras regular». Legrá se metió en negocios inmobiliarios que no han resultado del todo satisfactorios. También se aventuró en una empresa de calzado deportivo, Legrá Sports, de la que salió con 30 millones de pesetas menos y un enemigo más de cuyo nombre sólo quiere acordarse para llamarle hijo de puta.

Relaciones públicas. Hoy, recién alcanzada la edad de jubilación, Legrá sigue trabajando. Pesa 20 kilos más, pero su paso sigue siendo ligero, ligerísimo. Sabe cómo llevar un traje y no habrá en Madrid muchos hombres que se hagan mejor el nudo de la corbata. Se encarga de las relaciones públicas de Sasegur, empresa de seguridad presidida por Jesús Capote, ex boxeador de segunda al que conoció en los gimnasios del Madrid de los años 60. «De salud estoy bien; de dinero, regular, y de amor, mejor que nunca», confirma.

Nunca se le dio mal esto último. «Yo he tenido siempre mucha suerte en cuestión de amores», asegura con dulzón acento cubano que 45 años en España no han podido enterrar. «Y el color de mi piel me ha ayudado mucho. Más de lo que tú puedes imaginar... Ahora estoy hecho una mierda, pero yo he sido un negro bastante guapo».

Desde hace ı5 años vive con Nines, una española de 49 a la que conoció cerca de la Plaza de las Ventas. Todos los días reza por ella, por su familia y por los escasos amigos a los que llamar tales. Dice que tiene motivos para creer en Dios.

–Y cuando uno está en el ring, zurrando al contrario, ¿se acuerda de Dios?

–Ay, amigo, ahí arriba uno sólo piensa en ganar. Quien te diga otra cosa miente.

Y parece como si la imagen de oro del Sagrado Corazón que José Legrá lleva hoy en la solapa quisiera sonreír.

1 comentario:

Alcaraván dijo...

Pepe Legrá es un fenómeno, como persona es una de las mejores que te puedes encontrar en la vida. Como boxeador fué uno de los grandes no solo en España sino en el mundo y la prueba es que creó escuela, ¿Cuantos boxeadores en la historia han creado escuela?. En mi opinión de conocimiento de 40 años viendo boxeo creo que hubo una persona que fué clave en su vida tanto en la personal como en la deportiva, Don Evelio Mustelier "Kid Tunero", ¿Para cuando una reseña en este blog sobre el gran Tunero?.