JUANMA BELLÓN
AS.com
La medida de un campeón en boxeo está grabada en su récord.
En la fría estadística. Pero también se puede calibrar por las veces que ha
caído y ha sido capaz de levantarse. A Muhammad Ali, considerado The Greatest,
‘El Más Grande’, le mandaron a la lona cuatro veces. Pero siempre volvió a
ponerse en pie. Las contadas ocasiones en las que probó la amarga sensación de
vacío, esas en las que un golpe le puso en posición horizontal, forman parte ya
parte del imaginario del boxeo. Como los nombres de los cuatro valientes que
pudieron cambiar la historia: Sonny Banks (1962), Henry Cooper (1963), Joe
Frazier (1971) y Chuck Wepner (1975).
EL ESPEJISMO DE BANKS
Muhammad Ali era aún Cassius Clay, el chico que había
llegado de los Juegos de Roma 1960 con una medalla de oro al cuello. El
diamante que Angelo Dundee sacaba brillo a su lado para convertirlo más tarde
en campeón del mundo. El 10 de febrero de 1962 era todavía un chaval de 20
años, menudo, que sí flotaba como una mariposa pero quizá todavía no picaba
como las avispas. Había debutado dos años antes como profesional, en 1960, con
dos victorias.
En 1961, ya con su desparpajo, sus rimas y sus predicciones
sobre en qué asalto iba a tumbar a su rival, realizó la friolera de ocho
combates. Todos con victorias. Hasta que en 1962 se plantó en el Madison Square
Garden de Nueva York frente a Sonny Banks. Un púgil de raza negra, rápido
también. En la corta distancia, en el primer asalto, Banks metió una mano al
mentón de Clay que dio con sus huesos en el tapiz. Fue un espejismo.
Rápidamente recuperó la verticalidad, acabó con la cuenta del juez y se fue a
por Banks. En el segundo, fue el de Lousville el que le tiró. En el cuarto, la
pelea se paró por inferioridad del de Detroit.
Banks pasó a la historia como el primer boxeador que casi
noquea a Ali. Pero luego quedaría también en los libros por su trágica muerte.
Tenía sólo 25 años y compaginaba el boxeo con un trabajo en la factoría de Ford
en Detroit cuando en un combate contra Leotis Martin en Filadelfia recibió un
golpe fatal. O el que sirvió de detonante para una lesión cerebral que le
provocó la muerte con tan sólo 25 años.
EL GANCHO DE IZQUIERDA DE COOPER
Clay se presentó en Londres en 1963 con traje negro, bombín
y una flor blanca en el ojal. Muy british. Genio prematuro de la mercadotecnia.
Su destino era el estadio de Wembley, con 55.000 espectadores, un 18 de junio
de 1963. Y su rival Henry Cooper. No había aún título mundial de por medio.
Cooper, querido en Gran Bretaña como pocos y al que luego llamarían ariñosamente
Our Henr y, ‘Nuestro Henr y’, pegaba mucho pero sangraba casi tanto. Tenía la
piel fina y la imagen que dejó en las dos peleas que sostuvo con Ali fue la de
un rostro sangrante, roto. La cara como un cuadro rematado a gruesos brochazos.
En Wembley se forjó una de esas leyendas de las que está
llena el boxeo. Esta cierta, aunque muchas veces magnificada. Cooper, 29 años,
había hecho que Ali, de 21, se comiera uno de sus espectaculares ganchos de
izquierda sobre la campana. Visto y no visto en el cuarto asalto. La torre de
ébano se desplomaba contra las cuerdas. Entonces, Dundee, preparador de Ali,
soltó la famosa frase al árbitro Tommy Little: “Señor, el guante está roto y
así no podemos seguir”. El barullo provocado consiguió que el descanso se prolongara
durante seis segundos. Un aliento extra bendito para que el gigante americano
tomara aire, ordenara su cabeza y saliera rabioso en el quinto episodio. La
paliza era tan tremenda que Little paró la pelea. “Me despisté mirando a
Elisabeth Taylor, que estaba en la primera fila”, fue la explicación que dio el
soberbio Ali para justificar su casi KO.
Cooper murió el 2 de mayo de 2011 entre el cariño de un país
que le reconoció como uno de sus grandes depor tistas. Isabel II le había
nombrado en el 2000 Caballero del Imperio Británico y la BBC le declaró dos veces
‘Personalidad Deportiva del Año’ (1967 y 1970). Eso, sin proclamarse nunca
campeón del mundo de los grandes pesos en una carrera de 17 años que saldó con
40 victorias, 14 derrotas y un nulo.
JOE FRAZIER, EL PRIMER VERDUGO
Los tres choques de Muhammad Ali con Joe Frazier
construyeron la que se tiene por una de las grandes rivalidades del deporte. El
choque de dos colosos que danzaron al borde de la agonía. Un episodio para
Frazier, en 1971 en el Madison Square Garden, y otros dos para Ali en el Rumble
in the Jungle de 1974 y en el cierre del Thrilla in Manila de 1975. “Es lo más
cerca que he estado de la muerte", describió el Loco de Louisville a esas
batallas que engrandecieron la leyenda de los pesos pesados, esa división de
gente enorme que se encierra en un cuadrilátero muy pequeño para dirimir quién
es rey del mundo, rey del boxeo.
Un reportaje antiguo de AS Color presenta a Ali con el deseo
de volver a ser campeón mundial, después de haber permanecido castigado durante
casi cuatro años por negarse a cumplir el servicio militar y luchar en Vietnam.
Había vuelto con dos victorias, frente a Jerry Quarry y sufriendo ante Ringo
Bonavena, pero Frazier era otra cosa. Era una roca que había unificado los
cinturones de los pesados en su ausencia.
Todos los focos apuntaron esa noche al Madison. Las mofas de
Ali, llamando “feo gorila” a Frazier y acusándole de ser el favorito de los
blancos, habían calentado al máximo el ambiente. “¡Eres demasido feo para ser
campeón del mundo. El campeón debe ser bonito como yo!”. La humillación a la
que Ali sometía a sus rivales antes de cruzarse, Frazier la había transformado
en rabia. La promoción de la pelea lo presentaba como ‘El Combate del Siglo’ y
la bolsa para cada uno ascendía a los 2,5 millones de dólares. Cifras enormes
cuando el excampeón no era el que fue. Durante los quince asaltos, el de
Filadelfia dominó la corta distancia y también el castigo.
Norman Mailer pudo contar lo que nadie había visto. Y Frank
Sinatra recogerlo en fotografías para 'Life'. En el 15º asalto, un gancho de
izquierda de Frazier tumbaba a Ali. Se levantó. Resistió como pudo las
andanadas y al final acabó en pie. Pero la decisión de los jueces fue unánime:
Frazier ganador a los puntos. Tras 31 combates, llegó la primera derrota del
gran Ali. No podía ser ante otro que ante el gorila feo, herido en su orgullo.
CHUCK WEPNER, EL PERDEDOR QUE INSPIRÓ ROCKY
Una foto inmor taliza el momento en el Coliseum de
Cleveland. Es el noveno round. Chuck Wepner, un modesto boxeador ya con 35 años
que iba a cobrar sólo 100.000 dólares por los 1,5 millones del campeón del
mundo, pisa con su pie derecho el izquierdo de Ali. Unas décimas de segundo
antes, le había conectado una derecha pesada al cuerpo. La combinación de los
dos factores lleva a Ali a caer contra las cuerdas. El referee Tony Pérez
inicia una cuenta de protección un tanto polémica a Ali. ¿Influyó el pisotón
para desequilibrarle? Los adoradores de ‘El Más Grande’ lo ven más un derribo
que una caída por efecto del golpe. Pero ahí está. En los registros. En una
foto y negro sobre blanco.
Mas a Wepner se le conocía como Bayonne Bleeder (el
Sangrante de Bayonne, la localidad donde nació) por su gran facilidad para
acabar los combates hecho un Cristo. Cosa que ya le había ocurrido contra
George Foreman o Sonny Liston. Y a partir del noveno round y de la cuenta de
protección a Ali, su aspecto fue tornándose peligroso por los abundantes cortes
que le infligió el de Louisville, recuperado de ese golpe al cuerpo que le sacó
el aire. Quedaban sólo 19 segundos cuando la torre de ébano le tumbaba, pero
fiel a su estilo de gladiador, de perdedor con orgullo, Wepner se puso en pie.
El árbitro decidió parar el combate. El castigo era tremendo.
Así acabó su momento de gloria. Y Silvester Stallone vio en
ese boxeador blanco, tambaleante pero siempre digno, una inspiración para
Rocky. La película se estrenaría un año y medio después y ganaría el Oscar.
Wepner, que no llegó a campeón del mundo como El Potro italiano, demandaría
después a Stallone por los derechos de la película. Ni tumbó al actor-director
en los tribunales ni consiguió dar KO a Ali. No estaba en su destino.
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