ALEJANDRO DELMÁS
AS.com
Hace 41 años, cuando Fernando Vadillo se encontró en Génova con Muhammad
Ali, aún llamaba (y titulaba) al ‘Más Grande’ con el nombre de Cassius Clay.
‘Con Cassius Clay en Génova’ era el titular de aquellas páginas de AS Color,
donde Vadillo escribió líneas tan antológicas como éstas: “Nunca, desde los
tiempos dorados de Ray ‘Sugar’ Robinson, había presenciado Europa tan fastuosa
llegada de un semidiós del boxeo yanqui. Ray ‘Sugar’- ¿quién no lo recuerda?-
deslumbró a París, ciudad difícil de deslumbrar, con sus cadillacs malvas,
rosas, azules y verdes; con su guardaespaldas enano, sus ‘sparring partners’,
su limpiabotas, su abogado y su trompetista, que le amenizaba los asaltos de
‘training’ y ponía música de fondo en la antesala nerviosa de los vestuarios
(…)”. Así iba extrayendo Vadillo comparaciones entre aquel desembarco en París
de ‘Sugar’ Robinson (en 1951) y la llegada a Génova en 1971 del nacido como
Cassius Marcellus Clay, “con su séquito de 12 miembros”.
Pero, desde mediados de los años 60 del siglo XX, los
tiempos eran empujados en EE UU por furiosos vientos de cambio. La guerra de
Vietnam, los asesinatos de los hermanos John y Rober t Kennedy y otros
homicidios tan señalados como los de Malcolm X, Martin Luther King y el joven
‘Pantera Negra’ Bobby Hutton se convirtieron en una cadena de sucesos telúricos
que clavaron espuelas en los ijares de los deportistas (y la mayoría de
jóvenes) afroamericanos. De ahí emergieron movimientos como los ya citados
‘Panteras Negras’ (Black Panthers), los Musulmanes Negros, la Nación del Islam… y el
OPHR, el famoso Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos: el estallido al
aire en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, de los puños con guantes
negros de Tommie Smith, John Carlos y Lee Evans.
Guías políticos y religiosos como los propios Malcolm X,
Luther King, Angela Davis (Black Panthers), Elijah Muhammad (Musulmanes
Negros), Harr y Edwards (OPHR) e incluso la ‘black panther’ Afeni Shakur (madre
del rapero asesinado Tupac Amaru Shakur) lideraron la revuelta de los afroamericanos.
Ese germen de rebeldía estuvo tras el icónico simbolismo de los puños
enguantados en México… y germinó en muchas otras uvas o semillas de ira: Lew
Alcindor, el pívot de UCLA, el mejor jugador universitario de EE UU, rechazó
enrolarse con el equipo de EE UU en los Juegos Olímpicos de México y se cambió
el nombre por el musulmán de Kareem Abdul-Jabbar. ‘Of course’, Alcindor se
convirtió al islamismo… en un proceso especialmente parecido al que vivió el
mismo Cassius Marcellus Clay. Era entonces cuando Bob Dylan cantaba: ‘Los
tiempos están cambiando’, y, en la letra de 'Blowin’ in the Wind':
"¿Cuántas veces deben volar las balas de cañón hasta que sean prohibidas
para siempre…? ¿Cuántas muertes debe aceptar un hombre para comprender que demasiada
gente ha muerto…?".
“En realidad, yo no
inventé esas letras ni esas canciones. Las canciones y las letras estaban ahí
en esos momentos, en las calles. Cualquiera podía haberse asomado a las calles,
cogerlas y usarlas como yo hice”, analizaría Dylan algunas décadas después…
Pero en 1971, Fernando Vadillo tomaba notas de esto que le
decía Cassius Clay-Muhammad Ali: “Desearía borrar mi alejamiento de dos años de
los musulmanes negros (…); cuando me retire, me dedicaré a defender los
derechos de mi raza, a predicar mi religión y a luchar por la libertad de mi
pueblo (…); es difícil opinar bien de un país (EE UU) donde a mi raza la tienen
esclavizada desde hace cinco siglos, desde que nos cazaban como a fieras en
África para transportarnos como mercancía negra a Nueva Inglaterra. El boxeo es
doloroso y cruel”. Todo eso dijo a Fernando Vadillo en Génova, aquel campeón
que había nacido en Louisville como Cassius Marcellus Clay y que desde 1964, a instancias de su
mentor Elijah Muhammad, prefería ser conocido como Muhammad Ali (aunque
inicialmente, Elijah ‘rebautizó’ al boxeador como Cassius X, en recuerdo del
recién asesinado Malcolm X).
Lo que Vadillo transcribió en el genovés Hotel Bristol
Palace de los discursos de Clay-Ali, que acababa de sufrir su primera derrota
profesional bajo los puños de Joe Frazier, en el Madison Square Garden,
equivalía a las bases del ideario del activismo afroamericano en EE UU, fuese o
no musulmán. Pasionales enemigos de los blancos, los Black Panthers (Davis,
Hutton, Eldridge Cleaver…) se enfrentaban a balazo limpio con la dura policía
de California por las calles de los guetos californianos, entre Oakland y
Alameda. La guerra de Vietnam agrandó el abismo. Contra ella ardían la
sacrosanta Universidad de California en Berkeley y el poder pacifista ‘hippie’,
el ‘Flower Power’. Los bombardeos masivos ordenados por el presidente Lyndon
Johnson y su secretario de Estado, Bob McNamara, desataban la indignación,
tanto como los miles de bajas del Ejército de EE UU. Y también ardía Cassius Clay,
ya como Muhammad Ali. “Ningún soldado del Vietcong me ha llamado ‘negro’, no
tengo que pelearme con ningún ‘vietcong’ ni tomar parte en guerras cristianas o
de infieles” fue la declaración contundente con la que Clay-Ali se negó a ser
reclutado por el Ejército de EE UU para combatir en el Delta del Mekong. Ya
había lanzado al río Ohio la medalla de oro que conquistó en los Juegos
Olímpicos de Roma. El 28 de abril de 1967, aquel sensacional boxeador, el
llamado ‘Loco de Louisville’, se negó a contestar por tres veces cuando su
nombre fue pronunciado en la
Oficina de Reclutamiento de Houston. De inmediato, el campeón
fue detenido y su licencia quedó suspendida. Muhammad Ali, entonces rey invicto
y aclamado de los grandes pesos, no volvería a boxear hasta el 26 de octubre de
1970: en Atlanta, contra el ya fallecido Jerry Quarry. Los tres años de
inactividad le pasarían factura: Muhammad volvería a reinar en los
cuadriláteros del mundo tras combatir en tremebundas batallas con Joe Frazier
(al que llamaba ‘gorila’ y ‘Tío Tom’), George Foreman y Ken Nor ton, pero nunca
más volvió a mostrarse con aquella gracia etérea que él mismo describía así:
“Vuelo flotando como una mariposa, pero pico como una avispa”. En 1967, en
Houston, Ali había propinado una paliza brutal a Ernie Terrell, a quien gritó
durante casi todo el combate: ‘¿Cuál es mi nombre? di mi nombre’… en aquellos
tensos días de 1967, cuando el campeón ya había anunciado su intención de no
acudir a Vietnam a combatir con el ejército norteamericano, Terrell siempre se
había dirigido a él utilizando el nombre de ‘Clay’. La leyenda que ha cruzado
las décadas sostiene que Ali mantuvo en pie a Terrell hasta el fin de los 15
asaltos para poder castigarle a placer.
Los incidentes fueron numerosos. Algunos tan explosivos como
los que protagonizaron los atletas afroamericanos en México (“en el podio, yo
temía que nos dispararan”, contó Tommie Smith a AS). Otros quedaron soterrados.
Según relató Harry Edwards, el Ejército de EE UU amenazó al velocista Mel
Pender (oro en el relevo 4x100 de México) con un Consejo de Guerra si se
prestaba a cualquier acto de apoyo al OPHR. Pender, que sí luchaba en Vietnam,
acudió a México mientras aún servía en el Ejército, donde alcanzó el grado de
capitán. Hoy, el capitán es el entrenador-jefe de velocidad en la Academia Militar
de West Point. “A mí me fueron ofrecidos 125.000 dólares por parte de agentes
gubernamentales si conseguía acallar todo nuestro proyecto”, agrega Edwards.
Los atletas del OPHR boicotearon reuniones que calificaron
de ‘racistas’, como la del New York Athletic Club, en el Madison Square Garden,
en 1969, y también competiciones universitarias, incluso partidos de fútbol
americano. “No es que hayan cambiado muchas cosas desde entonces; los jóvenes
negros afroamericanos siguen siendo detenidos y tiroteados a placer por la
policía, en las calles de EE UU”, reflexionó Lee Evans hace unos años, en
exclusiva con AS. Evans preparó velocistas afroamericanos en la Universidad de Alabama
y, en momentos de frustración personal, emigró a Nigeria. En los años 90, aún
había jugadores de la NBA
(Chris Jackson-Abdul Rauf) que cambiaban a musulmanes sus nombres originales.
En 2005, Tommie Smith y John Carlos acudieron en su Universidad, San José
State, a la inauguración de una gigantesca escultura en memoria de su rebelión
en México. En 2009 murió Bob McNamara. Hoy, Lew Alcindor-Jabbar es un anciano
que escribe libros y educa a jóvenes pívots de la NBA. Bob Dylan ya es
abuelete, pero aún sigue preguntándose al viento de los escenarios cuántos
caminos ha de recorrer un hombre para que le digan que es un hombre y cuántas
veces deben volar las balas de cañón. Esas canciones estaban ahí: todos
estuvieron ahí.
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