jueves, 20 de noviembre de 2008

RINGO, EL GRANDE



Por Sebastián Contursi
ESPNdeportes.com

Sonará como una expresión lírica y, por cierto, anacrónica en esta época donde los resultados mandan estrictamente en todos los órdenes de la vida.

Esta es la historia de un hombre que jamás fue campeón mundial de boxeo. Quizás mereció serlo. Quizás sólo fue el campeón sin corona. Lo cierto es que, a la postre, el personaje de Oscar Bonavena trascendió lo hecho en el plano estrictamente deportivo para convertirse en una figura legendaria, en un ícono de culto que, aún hoy, a más de 32 de su trágica muerte, sigue integrando el panteón de los grandes del deporte argentino y, por qué no, a nivel mundial.

Curiosamente, Bonavena se hizo grande en las derrotas. Y quizás éstas fueron inexorables por la sencilla razón de que le tocó competir en una época dorada de los pesos completos, en la que para prevalecer era necesario derrotar a rivales como Muhammad Ali, Joe Frazier, George Foreman, Floyd Patterson, y otros. Nada más y nada menos.

Pues bien, Bonavena, Ringo para propios y extraños, fue capaz de pelear de igual ante Ali, Frazier y Patterson, por ejemplo, antes quienes ofreció actuaciones inolvidables.

De hecho, su combate ante Ali, en diciembre de 1970, ya es un clásico. Porque pese a su indiscutible inferioridad técnica, Ringo supo ingeniárselas para tener en vilo al mundo hasta el último asalto, donde si terminó noqueado fue, simplemente, porque prefirió apelar a su irrefrenable guapeza y no a la especulación.

"Oscar fue el rival que más me hizo doler con sus golpes al cuerpo, recuerdo que oriné sangré durante varios días", diría el gran Alí en una de sus biografías, ejemplificando lo que fue aquella pelea que paralizó al mundo.
También son muy recordados sus enfrentamientos con Joe Frazier (en el primero de ellos, lo derribó dos veces, pero perdió inexplicablemente en las tarjetas de los jueces), Floyd Patterson, George Chuvalo y Karl Mildenberger.

Pero Bonavena fue, además de un guapo de verdad sobre el ring, un personaje de esos que se meten en la piel de todo el mundo gracias a un carisma y una gracia inigualables. Al punto que pocos deportistas calaron tan profundo en el corazón de su pueblo.

Nacido en Buenos Aires en 1942, Bonavena dio sus primeros pasos en el boxeo en el club de sus amores: Huracán de Parque Patricios.

En 1963, representando a la selección argentina, protagonizó un hecho escandaloso que, sin embargo, marcaría el futuro de su carrera.

Bonavena estaba recibiendo bastante castigo por parte del estadounidense Lee Carr y no tuvo mejor idea, entonces, que morderle una tetilla, por lo cual no solamente fue lógicamente descalificado, sino que además, recibió una dura sanción por parte de la Federación Argentina de Box.

Así las cosas, y ante la imposibilidad de pelear en su país, Ringo decidió probar suerte en los Estados Unidos para hacerse profesional allí.

Bonavena desembarcó en Nueva York y en enero de 1964 hizo su gran debut nada menos que en el Madison Square Garden, noqueando en el primer asalto al local Ron Hicks. Fue sumando victorias y, sobre todo, ganándose fama de guapo.

Así regresó a la Argentina, donde, fiel a su estilo de bravucón, supo generar el interés de sus compatriotas, que hasta el momento lo ignoraban, en base a declaraciones rimbombantes pero siempre llenas de ingenio.

En 1965, entonces, venció a Gregorio Goyo Peralta (aquel que venciera a Willie Pastrano y que aguantara 10 asaltos ante el temible Foreman), ganando el título argentino y aquel combate marcó el récord histórico de concurrencia del mítico estadio Luna Park, que aquella noche tuvo más de 25 mil espectadores. Al día siguiente, Oscar se puso un traje y se calzó el cinturón de campeón argentino, paseándose orgulloso por su barrio.

Al año siguiente llegarían una victoria ante el indestructible canadiense Chuvalo y una derrota cuestionable nada menos que ante Frazier, a quien tuvo por el suelo dos veces en el segundo asalto.

Así se ganó el respecto del mundo boxístico estadounidense, que seguiría construyendo al año siguiente, cuando derrotó a Karl Mildenberger en Frankfurt, Alemania en una decisión unánime, como parte de un torneo eliminatorio organizado por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), ante la suspensión impuesta a Alí por haberse negado a ir a la guerra de Vietnam.

Justamente, sin Alí en el horizonte, Bonavena tuvo la gran posibilidad de coronarse campeón cuando enfrentó a Jimmy Ellis. Pero no le fue bien. Fue derribado en dos ocasiones y perdió por puntos la posibilidad de acceder a la final de aquel torneo, ante Jerry Quarry.

"Tanto tenés, tanto valés. Cuando gané a Mildenberger el presidente me mandó un telegrama. Cuando perdí con Jimmy Ellis me quedé solo, todos desaparecieron. Y cuando alguien se acercaba era para decirme 'No hiciste lo que te dijimos...' ¿Y qué me pueden enseñar a mí? ¿Se creen que es como el fútbol, que uno se cansa y le pasa la pelota a otro? ¿A quién le paso la pelota yo arriba del ring?", diría Bonavena en una de sus clásicas frases.

LA OBSESIÓN POR ALÍ
Bonavena cumplió su sueño de enfrentar a Ali
Tras aquel amargo traspié, mientras Bonavena seguía haciendo de las suyas tanto en Argentina como en los Estados Unidos, generando todo el tiempo medios para autopromocionarse, siempre con un estilo único por su sagacidad y sus ocurrencias, se fue creando en él lo que sería una enorme obsesión: enfrentar a Alí.

Llegaría otra pelea ante Frazier, en 1968, esta vez perdiendo nuevamente por puntos, pero en forma justa. Y 10 peleas más tarde, en diciembre de 1970, el objetivo soñado: el combate ante Alí.

Lejos de amedrentarse ante las habituales fanfarronadas del estadounidense, Bonavena logró lo inimaginable: hacerse dueño del show durante una memorable conferencia de prensa en la que lo llamó "gallina", por no haber peleado en Vietnam. Esto enfureció a Alí, que por primera vez se vio superado dialécticamente, y en su propia casa.

El resultado de la pelea, ya conocido, fue un golpe tremendo para Ringo. Pero aún así logró reunir fuerzas como para pelear hasta el último día de su vida por conseguir una revancha, que nunca llegó.

Las anécdotas, los desafíos públicos a sus colegas, hasta la grabación de un disco y las geniales apariciones en programas televisivos. Su incondicional amor por su madre, doña Dominga, que gritaba a los cuatro vientos. Su nacionalismo extremo. Sus ganas de ser alguien en la vida, abriéndose paso gracias a su ocurrencia, pero también a su corazón de guerrero. Un argentino auténtico que supo ganarse el corazón de su pueblo, al que años antes le había caído tan antipático.

Ese fue Bonavena. El que supo pasar de reo de barrio a integrante del jet set, del cual en realidad, se burló siempre. El niño en cuerpo y mente de adulto que no medía las consecuencias. El que se fue demasiado lejos en sus días de ocaso en el boxeo y terminó metido no donde no debía. Y entonces, el trágico final, cuando en 1976, a sus 33 años, la mafia de la prostitución lo asesinó en la puerta del legendario prostíbulo Mustang Ranch de Reno, Nevada.

Tal como ocurrió con personajes de la talla de Carlos Gardel o el general Juan Domingo Perón, casi 200 mil argentinos desfilaron enmudecidos del dolor en el funeral del gran Ringo.

Así terminó la historia de un personaje único, al que siempre se lo extrañará.

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