martes, 17 de enero de 2012

CINCO MOMENTOS EN LA CARRERA DE ALI



CARLOS IRUSTA ESPN.com

A lo largo de su brillante carrera, El Más Grande debió enfrentarse a situaciones extremas. Aquí recordamos algunas.

"El guante está roto"
Cuando Ángelo Dundee dijo esta frase en un Wembley colmado de espectadores, todos al borde de la histeria y la euforia, el referí, Tommy Little, no supo qué hacer. El estadio estaba en llamas, Cassius Clay se había salvado gracias a la campana y Henry Cooper, el orgullo de Inglaterra, estaba a punto de shockear al mundo& Cuando se anunció la pelea para el 18 de junio de 1963, se generó una gran expectativa. Cooper, quien siempre fue uno de los favoritos del boxeo inglés, era además, un caballero de finos modales, de gran temperamento y de una piel tan fina que sangraba muchísimo en cada pelea. Pero podía pegar, también.
Así que el estadio se sacudió en sus cimientos cuando, al finalizar el cuarto round, con un gancho de izquierda de breve recorrido, Henry lo puso en la lona a Clay, quien cayó hacia atrás, como un muñeco, sentado en la lona, rebotando contra las sogas. Se levantó, si, y fue entonces cuando sonó la campana.
Una vez más iba a aparecer allí la astucia de Ángelo Dundee, quien de inmediato llamó al referí: "Señor, este guante está roto y así no podemos continuar". Muchos años más tarde, en sus oficinas de Miami, Dundee, riendo con su risa de niño atrapado en una falta, nos contó: "Yo ya había visto que el guante estaba roto, pero no dije nada porque pensé que quizás, podía llegar a necesitarlo en algún momento..."
La leyenda dice que se perdieron varios minutos y que Clay, ya recuperado, salió al quinto asaltos sin problemas. La pelea en realidad fue detenida apenas unos segundos y, de acuerdo con una investigación de la revista Boxing News, el guante nunca se cambió.
Clay salió al quinto asalto dispuesto a terminar con aquello, y tras propinarle tremendo castigo a Cooper, obligó al referí a detener el encuentro, puesto que el británico estaba muy lastimado. La pelea quedó en la historia como "La pelea del guante roto" y en donde, una vez más, Dundee mostró ser un buen piloto de tormenta.

"¡Estoy ciego, no veo nada!"
El suplicante grito de Cassius Marcellus Clay conmovió a Ángelo Dundee. Sentado en su esquina, inquieto, abriendo grotescamente la boca y parpadeando entre lágrimas y pulsaciones, el boxeador lucía confuso y preocupado. Había terminado el cuarto asalto de la pelea que estaba sosteniendo frente a Sonny Liston, por entonces, el campeón mundial de todos los pesos. Era la noche del 25 de febrero de 1964.
La pelea -- programada en Miami -- había creado una gran expectativa entre los periodistas, ya que la mayoría se preguntaba en qué asalto Liston iban a noquear a su arrogante y parlanchín retador. Clay, que había hecho burla de Liston, llamándolo "Oso Feo" y arrogándose el título de "El boxeador más bonito y más rápido de todos", comenzó la pelea bailoteando y saliendo a los costados.
Liston, de por sí muy lento, subió confiado en que apenas pudiera conectar una mano, la pelea se iba a terminar, tal cual como había hecho con Floyd Patterson, por ejemplo, a quien había noqueado dos veces en tiempo casi record. Pero con Clay era otra cosa. Saliendo a los costados, presionando con su jab de izquierda, moviendo la cabeza cuando Sonny pasaba de largo, el retador iba alargando la pelea. Hasta que, en ese cuarto asalto, Clay comenzó a sentir fuego en los ojos y perdió gran parte de la visión. Era muy común que se acusara a Liston -- que por entonces tenía 32 años, diez más que su rival -- de utilizar substancias prohibidas que le ponían en los guantes. Sin perder la sangre fría, Dundee le dijo a Clay: "Quédate quieto. Te voy a limpiar con mucha agua, para que se vaya el efecto. Ahora hay que salir a bailar bien de lejos. Que no te toque, chico, que pase el round entero sin que te toque". Clay obedeció; lentamente comenzó a mejorar su visión.
Liston se dio cuenta de que sus fuerzas decrecían y, finalmente, abandonó por una lesión un hombro, en la que pocos creyeron. Clay, gracias al consejo de Dundee y a sus prodigiosas piernas que lo mantuvieron lejos de Sonny, había superado un momento crítico. Esa noche se convirtió en el campeón mundial de todos los pesos. Apenas se produjo la victoria, comenzó a gritar, mirando a los periodistas: "Cómanse sus palabras!".

"Ahora déjenme hacer a mi"
George Foreman era el campeón indiscutido de los pesos completos. Cuando Don King anunció la pelea ante Muhammad Ali en el Zaire, el mundo del boxeo se volvió loco. ¿Por qué ir al Africa, teniendo al Madison en el corazón de Nueva York? Tras una postergación la pelea se hizo el 30 de octubre de 1974.
Beneficiado por el general Mobutu, Don King obtuvo grandes beneficios económicos, que le permitieron anunciar que los boxeadores se iban a llevar 5 millones de dólares cada uno. La pelea empezó como a las cuatro de la mañana, para sintonizar con las diez de la noche en Nueva York. George Foreman, era amplio favorito para retener su corona. Llegó a decirse que en su vestuario, antes del combate, rezaron para que George no matara a Ali.
Ali salió a bailar a los costados. Hasta que de pronto, se estacionó contra las sogas. Dundee nos contó que fue él mismo quien las había aflojado. Recostado en ellas, Ali comenzó a recibir los tremendos golpes de Foreman, quien los lanzaba como aspas de molino. Lentos, a veces imprecisos, los puños de Big George llegaban a los flancos de Ali quien, recostado en las sogas y con la guardia baja, le decía: "¿Eso es todo lo que tienes? ¿Por qué no tiras mas golpes, mujercita?".
Cuando en su rincón comenzaron a pedirle a Ali que saliera de ese encierro, Ali tomó el mando: "Voy a hacer lo que quiero, déjenme hacer a mi". Estaba naciendo el rope-a-dope, o sea la trampa de las sogas. Foreman comenzó a desgastarse de tanto tirar golpes. Ali, mientras tanto ejercía su guerra sicológica. Finalmente, más quebrado en los anímico que en lo físico, Foreman se entregó, al recibir dos tremendas derechas. Dio una pirueta curiosa en el aire, y como un toro de lidia sacudido por la estocada final, se derrumbó. Fue también, el final de la pelea. "Foreman se quejó de muchas cosas -- contó luego Ali -- de que la lona era muy blanda (como si eso tampoco me afectara a mi), de que lo habían drogado antes de subir al ring, de que se equivocó con el tiempo de la cuenta y que el out le llegó cuando iba por ocho segundos... Simplemente, un mal perdedor. Esa noche le di una clase de boxeo". Y esa noche, Ali se convirtió en el segundo boxeador pesado en reinar por segunda vez, ya que Floyd Patterson lo había logrado antes.
El combate fue inmortalizado en un libro, del mismo nombre, escrito por Norman Mailer y un documental, "Cuando éramos reyes", que ganó el Oscar en su rubro.

"Solamente te pido que te pongas de pie"
El estadio era una caldera. Entre el calor de las luces de la televisión, más la gente, más el clima, se había superado la barrera de los 40 grados. "Vi toda la pelea con una toalla mojada tapándome la cabeza, por eso sobreviví -- nos dijo, una vez, el doctor Ferdie Pacheco. Imaginen lo que habrá sido para los boxeadores".
Los boxeadores eran Muhammad Ali, campeón del mundo y Joe Frazier, retador y ex campeón del mundo. El escenario, Quezon City, cerca de Manila, en Filipinas. La fecha, 1° de octubre de 1975. Ali había viajado junto a la modelo Verónica Porche. Cuando su esposa Belinda se enteró, viajó también a Manila y se armó un tremendo escándalo. "Ali pensó que iba a ser un viaje de placer -- contó Pacheco -- mientras que Frazier viajó dispuesto a librar la batalla de su vida, a cobrarse el odio que le tenía a Ali".
Así que cuando pasó el cuarto asalto, y Frazier seguía avanzando, la esquina de Ali comenzó a preocuparse, sabiendo de las tórridas noches del campeón junto a la hermosa Verónica. Bundini Brown, aquel de "Vuela como una mariposa y pica como una abeja", comenzó a rogarle a Dios, entre llantos, que ayudar a su hombre. Su hombre, estaba literalmente destruido.
"Te pido que te muevas, por favor", rogaba Dundee. "Estonces hágalo usted, no puedo más", dijo Ali. Entre intercambios frenéticos de golpes, en el otro rincón las cosas tampoco eran fáciles. Frazier dejaba jirones de salud en cada ataque, y había recibido tremendas derechas cortas a la cabeza: tenía el rostro desfigurado.
Extenuados, ambos cayeron en sus banquillos cuando terminó el 14ª round."No puedo más", susurró Ali. Dundee, como de costumbre, miró al otro rincón. La situación allí era tan crítica como la suya. "Entonces solamente te voy a pedir un favor: ponte de pie, solo eso, quiero que te pares cuando suene la campana, por favor". Ali comenzó a ponerse de pie. La campana no llegó a sonar, porque en el otro rincón, Eddie Futch, apiadado de su hombre, decidió abandonar. "Esta noche no es tu noche, campeón", dijo el técnico. Ali, al ponerse de pie, fue el ganador. Luego se desplomó en la lona. "Fue lo más cercan a la muerte que viví en ese combate", dijo Ali. Tenía razón. Una vez más, Dundee había dado en el clavo.

"No boxearé nunca más"
Allá por el año 1978, el mundo se estremeció cuando un desconocido -- o casi, había sido campeón Olímpico en Montreal dos años antes, junto a su hermano Michael -- como León Spinks, le ganó el campeonato mundial de todos los pesos a Ali, en el Hilton de Las Vegas, conocido como el hotel de las grandes sorpresas.
No faltaron quienes dijeran que, en realidad, Ali había sido un poco cómplice para hacer un buen negocio para la revancha. Lo cierto del caso es que Spinks, con apenas 7 peleas profesionales, le ganó a Muhammad las coronas del Consejo y la Asociación Mundial. Más tarde, cuando León se negó a defender su corona ante Ken Norton, el Consejo lo desposeyó de ese título.
O sea que cuando se efectuó la revancha, el 15 de septiembre de 1978, en el Superdome de Nueva Orleans, ante 63.350 personas, solamente estuvo en juego la corona de la Asociación Mundial. Ganó Ali, por puntos. Y, tras el combate, anunció que no pelearía más. Sin embargo, recién renunció a la corona casi un año después. Y, regresó para perder con Larry Holmes y Trevor Berbick, dos combates que nunca debió realizar, puesto que ya estaba en la etapa final de su carrera. Fue aquella, la decisión de no pelear más, la que no cumplió y por cierto, fue uno de los errores más importantes en la vida de El Más Grande.

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