sábado, 9 de enero de 2010

Estupidez de Pacquiao y Mayweather coloca al boxeo al borde del nocaut


Por JORGE EBRO
jebro@elnuevoherald.com

Hubo un tiempo en que el boxeo era parte inseparable de nuestra cultura, en que el campeón pesado aparecía como la figura más importante y reconocible de todos los deportes -Joe Louis por encima de Babe Ruth-, y donde cualquier púgil se comparaba con un héroe de aventuras.
Eso se acabó. El boxeo languidece gracias a la estupidez de quienes piensan que las vacas gordas siguen pastando cerca de los cuadriláteros y que el mundo prestará atención a cualquier movimiento de puños y piernas.
Floyd Mayweather Jr. y Manny Pacquiao pudieron dar, al menos por unos meses, la sensación de que el pasado estaba de vuelta, crear la sensación de que el boxeo retornaba a su puesto cimero.
Y pudieron, sobre todo, regalarles a las nuevas generaciones algo que jamás han experimentado: el ambiente de una megapelea, algo parecido -no igual, parecido- a lo que experimentaron nuestros padres y abuelos con Muhammad Alí contra George Foreman o Joe Frazier, o Marvin Hagler contra Tommy Hearns, o Hagler contra Sugar .
Mayweather y Pacquiao son, en parte, los responsables de traspasar el boxeo a los potenciales seguidores de una disciplina que encandiló a la tierra durante el siglo pasado; y sin embargo, aparecen ahora como enterradores del "negocio del dolor''.
Lo más increíble es que no se trata de dinero, sino de la sangre. Mayweather quiere implantar el sistema de pruebas olímpico -innumerables pruebas, a cualquier hora y cualquier lugar- y Pacquiao sólo desea tres exámenes: uno antes de la pelea, otro al final, y un tercero que sí sería sorpresivo.
Yo puedo entender que Mayweather desee contrarrestar cualquier efecto de esteroides en el filipino, pero me cuesta creer que lo hace llevado por los más puros ideales deportivos.
El estadounidense se ha lanzado, sin pruebas, a acusar a Pacquiao de usar sustancias prohibidas, aunque el multicampeón del orbe jamás ha fallado un control en su carrera.
Como Alí en su tiempo, Mayweather habla, habla y provoca, pero es incapaz de ver más allá de la límitada expansión de su cuerpo, mientras que el filipino tendrá que convivir siempre con la duda sobre su pureza, pues ha sido víctima del viejo proverbio que reza: difama, que algo queda.
Y de que queda, queda, porque ¿cómo es posible que Pacquio decida apartarse de tanto dinero por unos pinchazos de más -los mismos que recibiría su oponente-. El que no la teme, no la debe.
Tampoco estimo como el presidente de Top Rank, Bob Arum, que Mayweather es ‘‘psicológicamente un cobarde que no desea pelear con nadie que tenga una oportunidad real de vencerlo''.
Al final, nos quieren vender las peleas alternativas de Mayweather contra Paulie Malinaggi, y Pacquiao contra Joshua Clottey. Por favor, si quieren que las pongan por televisión abierta, porque un Pago-Por-Ver de $40 o $50 por dos combates que son como crónicas de victorias anunciadas no tiene ningún sentido, ni económico ni deportivo.
Es humillante que en tiempos en que muchos pierden sus casas, sus negocios y el país bracea como puede en una larga crisis económica, Mayweather y Pacquiao hallan virado el rostro a una bolsa potencial de casi $40 millones para cada uno.
Y mientras estos dos divos del ring escriben su propia novela, en la vida real el boxeo agoniza.

ESTE ARTÍCULO ESTÁ EN LA MISMA LÍNEA DE LA OPINIÓN DE "BOXEO VELEÑO" Y LO COMPARTO DESDE LA A HASTA LA Z. ENHORABUENA A SU AUTOR.

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