domingo, 24 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO ZARPAZO DEL LINCE DE PARLA







Por Juan Carlos Rodríguez. Fotografías de Ricardo Cases


«¡Lince! Furia es tu interior/ ¡Lince! Rom-pes el dolor / ¡Lince! Acechando estás / ¡Lince! Sangre animal…». La canción del grupo heavy Amset, compuesta en honor del boxeador Javier Castillejo (Madrid, 22-III-1968), popularmente conocido como el Lince de Parla, resuena a todo volumen en La Cubierta de Leganés. Vestido con un batín azul con bordes plateados, su acerado puño derecho a la altura del corazón, el púgil recorre lentamente el pasillo que separa el vestuario del ring. Envuelto en una orgía de luces de colores, el chico de barrio se transmuta en artista del boxeo.
Unas 10.000 gargantas corean su nombre. No es una velada cualquiera: es el último combate del mejor boxeador español de todos los tiempos. «¡Lince, eres el más grande!», gritan los aficionados al tiempo que intentan inmortalizar el paseíllo con sus teléfonos móviles. Antes de subir al ring, el veterano gladiador se detiene en la zona VIP y le da un beso en los labios a Marta, la madre de sus dos hijos. Un beso cariñoso, aunque no demasiado sensual (lleva el protector bucal), que a ella, cansada de verle ganarse el pan a puñetazos, le sabe a gloria.
Tanto su mujer como su preparador, Ricardo Sánchez Atocha, le venían insistiendo en la retirada. Hasta que El Lince, casi a regañadientes, comprendió que había llegado el momento de colgar los guantes. Que era preferible un adiós a tiempo, con 41 años y en plenitud de facultades, que arrastrarse por los cuadriláteros.

«Si por él fuera, seguiría peleando una vez más. Para convencerle me he tenido que poner pesado, incluso borde», asegura Sánchez Atocha, mánager, amigo y ángel custodio de Castillejo desde hace dos décadas. El pasado 12 de abril de 2008, su pupilo intentó conquistar el título europeo de peso mediano ante el alemán Sebastian Sylvester, en Neubrandenburgo. Pero, contra todo pronóstico, cayó derrotado por KO. «Fue una decepción, porque era la primera vez que perdía por nocaut. En el boxeo es muy importante la velocidad, tener reflejos para devolver los golpes en el momento oportuno. Y a Javi, que físicamente está como un cañón, empezaba a faltarle esa chispilla. Si continuara compitiendo, acabaría haciendo importantes a boxeadores que no son nadie», prosigue el veterano director de la promotora Rimer Box.
El combate-homenaje de La Cubierta, el pasado 4 de abril, planteado como el derby del morbo entre Rimer Box y Barceló (principales viveros pugilísticos de España), acabó en nulo (empate), pero el resultado fue lo de menos.
Así lo entendió el rival, Pablo Huracán Navascués (33 años, seis veces campeón de España), que le robó un beso en el fragor de la pelea y, con la mejilla en carne viva, le subió a hombros en señal de respeto. Hubo abrazos y lágrimas. El José Tomás del cuadrilátero, como le llaman por su afición a los toros, se cortaba la coleta en la misma plaza donde, hace una década, el 29 de enero de 1999, se proclamó por primera vez campeón del mundo ante Keith Asesino Mullings.
Un palmarés sin parangón. Ni Carrasco, ni Legrá ni Urtain, leyendas de la época dorada del boxeo en España, años 60-70, hicieron tantos méritos como el Lince de Parla, boxeador valiente (guapo, en el argot pugilístico) y encajador cuyo palmarés no tiene parangón: a lo largo de 21 años y 72 combates (62 victorias, 42 de ellas por KO) se ha proclamado ocho veces campeón del mundo en dos categorías distintas (seis en superwelter, hasta 69,8 kilos, y dos en peso medio, hasta 72,5 kilos), seis veces campeón de Europa y tres de España. Sólo el motociclista Ángel Nieto (12+1) le supera en títulos internacionales.
De haber nacido en EEUU, Rusia o Alemania, Castillejo sería hoy un ídolo de masas. Un Nadal con guantes; un Alonso de las 16 cuerdas. Valdría su peso en oro y las marcas se lo rifarían. Pero, pese a haber paseado la bandera de España por medio mundo, es uno de los deportistas de elite más desconocidos por el gran público. «Ser boxeador profesional en España parece un delito», ruge el luchador. Por supuesto, ninguna cadena de televisión retransmitió su último combate.
«Es una pena que la tele no haya apostado por ello», comenta. «Llevo 21 años en esto, y te aseguro que es el momento más bajo del boxeo español. Este deporte engancha, da audiencia, es un espectáculo más. Dos hombres en un ring ante un árbitro y tres jueces que puntúan una serie de golpes. ¿Violento? Esto es un deporte con reglas, no una pelea callejera. En el cuadrilátero no hay odio. ¿Tú viste violencia en esa velada? ¿Oíste a alguien gritar: ‘Hijo de puta, mátalo?’ [el periodista niega con la cabeza]. Luego vas a ver un Madrid-Barça y sales vivo de milagro. Por es, yo no llevo a mi hijo al fútbol», se enerva este púgil de natural tranquilo, equilibrado y hogareño y padre amantísimo. Saray (12 años) y Javier (8) «no pudieron ver el combate porque lo prohíbe el Defensor del Menor». Especie boxística en vías de extinción, el Lince de Parla nos cita dos semanas después de su adiós oficial en el gimnasio Marbella, en el barrio madrileño de Ciudad Lineal, adonde llega cada día desde Parla en su flamante BMW. Que haya colgado los guantes no significa que haya dejado de entrenar. «Por la mañana, de 9 a 11, hago carrera, gimnasia y circuito de pesas. Por la tarde, de 5 a 8, sesión técnica en el gimnasio del Rayo Vallecano: comba, asalto de sombra, manoplas…», explica.
Está recién duchado, y por su camiseta asoman sus bíceps de acero; en el antebrazo derecho tiene tatuada una rosa con las palabras «Amor y libertad». Apasionado de Camarón, devoto del Cristo del Gran Poder y seguidor del Atleti, se define como «testarudo y con mucho corazón». Sin un gramo de grasa, no aparenta los 41 años que tiene. A pesar de una tocha moldeada a golpes, su presencia no intimida. Como presume su mujer, «no tiene la típica cara de boxeador». Su complexión corresponde a un peso mediano, categoría reina del pugilismo que combina velocidad y pegada. Sólo conoció los michelines tras concursar en el reality de supervivencia Aventura en África (2005), que terminó en tercer lugar después de matar el hambre con saltamontes o lengua de hiena: «Perdí 15 kilos y salí con muchas ansias de comer. En 20 días engordé 20 kilos».

–¿Le ha costado colgar los guantes?

–Hombre, cuando uno lleva 21 años boxeando es difícil decir adiós. Las despedidas son duras, y a mí el boxeo me lo ha dado todo. Pero uno debe aceptarlo. Gracias a Dios, en todo este tiempo no he hecho el tonto. He invertido en ladrillo y tengo en proyecto montar un gimnasio en Parla.

–¿Cuándo se es viejo para boxear?

–Depende. Yo físicamente estoy bien, pero para competir al máximo nivel… Algunos boxeadores se retiran muy pronto porque están muy castigados, y otros duran más porque saben defenderse mejor. Yo pego más que me pegan. Pero ya no existen boxeadores sonados. Si acaso, boxeadores golpeados que han sufrido mucho. Los sonados no boxean, están en la calle.

–¿Qué le ha enseñado el boxeo?

–Sacrificio, constancia, disciplina, respeto a mis contrarios… Es una metáfora de la vida. Además, me sacó de la calle. Cuando yo era joven, no había información sobre la droga. Mucha gente del barrio cayó en la heroína, murió o está en el talego.

De extracción humilde, Javier Castillejo vivió en el barrio vallecano de Palomeras hasta los 4 años. En 1972 emigró con su familia a Francfort (Alemania): su padre trabajó empacando pintura en una megafábrica y su madre cosiendo en el textil. Su infancia –educación en un colegio alemán, dos clases de español a la semana– fue un cuarto forrado de posters de Bruce Lee, Jackie Chan y demás ídolos marciales.
A los 12 le aterrizaron en Parla, y no tardó en tontear con las chicas del barrio. Guaperas, avispado y precoz, dos años después se estrenaría en el sexo. «Lince, que eres un lince», y con el apodo se quedó. El emigrante rebotado se adaptó peor al colegio y lo acabó dejando.
Al poco tiempo estaba plantando cebollinos. «Luego, mi tío me enseñó el oficio de pintor de brocha gorda. He pintado coches a pistola, he sido guardia de seguridad, he hecho chapuzas de albañil… De todo». Con 15 años se apuntó a un gimnasio y ya no paró de pegarle al saco. «Se me daba bien. Con 17 años debuté como amateur». Tras la mili –«me licencié con 94 guardias»–, el entrenador de su gimnasio le presentó al promotor Ricardo Sánchez Atocha, púgil retirado que ya le había echado el ojo y que entonces representaba a Poli Díaz.
Cuatro años estuvo concentrado en El Espinar (Segovia) con el Potro de Vallecas. En ese tiempo fue sucesivamente campeón de España (1990), del mundo hispano (1992) y de Europa (1994). «Poli ya era campeón de Europa cuando yo empezaba como profesional. Entrenábamos con Ricardo mañana y tarde. Fue duro. Perdí la juventud, pero en mi caso mereció la pena: me hice fuerte como persona y como deportista». Mientras paseaba por el pueblo, conoció a la mujer de su vida. Al primer asalto cayó noqueado, y el combate acabó en boda. Marta asumió vivir junto a este asceta del ring y le apoyó en las malas rachas, como cuando hubo que compaginar el cuadrilátero con la brocha gorda.
Muletazos con vaquillas. Al principio, iba a ver sus peleas, pero luego le bastó con encomendarse al Cristo de Caloco, patrón de su pueblo, porque cada golpe le dolía en el alma. «Javi, ¿por qué no te retiras? Tú ya no tienes que demostrar nada», las veces que se lo habrá dicho... Pero cada pelea era un nuevo reto: «Cuando empiezas quieres ser campeón de España, luego de Europa y luego del mundo». Hasta que se plantó en los 40 con ocho cinturones.
Hoy, pese a la retirada, mantiene ciertos ritos. Después de entrenar cada mañana, y con el estómago aún vacío, el boxeador suele tomar el primer café del día con Ismael López, su amigo del alma, propietario de una carnicería en Parla. Les une la afición taurina, y de vez en cuando torean alguna vaquilla. «Más de una vez le han pegado un topetazo, pero enseguida se ha levantado. Su lema es: ‘Caer está permitido, levantarse es obligatorio’», dice Isma.
Por la tarde, el campeón retoma el entrenamiento en el angosto gimnasio del Rayo Vallecano. Salta a la comba, sombrea frente al espejo, le pega al saco con rabia... En la recepción, frente a un viejo cartel de 1916 (pelea entre Jack Johnson y Arthur Cravan), cuelga el póster del último combate de Castillejo. El Lince de Parla ha hecho historia. Tras su último rugido, su ilusión es «montar la escuela de boxeo y crear un campeón desde abajo». La canción de Amset le acompañará en su empeño: «Sabias son tus heridas, grande el porvenir…».



ARROPADO POR EL CLAN BARDEM
Se ha forjado a base de esfuerzo, constancia y mucho gimnasio. “Yo no nací para boxear”, reconoce Javier Castillejo. ¿Tenía madera de campeón? “Tenía madera de trabajador”, responde su entrenador, Ricardo Sánchez Atocha, que técnicamente le describe como un “boxeador muy completo: rápido, fuerte y con mucha variedad de golpes, entre los que destacan sus ganchos, sus jub y sus cross. Pero sobre todo”, añade, “es un encajador tremendo. En el boxeo, lo más importante es encajar. En las peleas serias, a cualquiera le puede llegar un golpe duro. Muchos dicen: ‘A mí me tienen que matar para perder’. Hay quien lo dice y hay quien lo siente. Y Javi lo siente. Sabe sufrir como nadie. Es un ejemplo a seguir”.
Lo corrobora el púgil Pablo Huracán Navascués, campeón de España de 2004 a 2009 y dignísimo contrincante de Castillejo en su último combate. “Es un estandarte del boxeo, el Óscar de la Hoya español”, dice en referencia al campeón estadounidense que también anunció su retirada hace un mes y con el que Castillejo llegó a pelear en Las Vegas en 2001. Aguantó los 12 asaltos, pero perdió a los puntos.
Entre los aficionados que disfrutaron de la histórica velada de adiós del púgil de Parla no podía faltar el actor Carlos Bardem, testigo junto a su hermano Javier de varios combates de Castillejo en el extranjero. “El Lince ha pagado el desprestigio social del boxeo en España”, sostiene el actor, miembro del extinto colectivo Los 100.000 hijos de Joe Louis. Impulsado por el pintor Eduardo Arroyo, el grupo estuvo integrado por artistas e intelectuales amantes de la cultura del boxeo. “Castillejo tenía que haber hecho su carrera en Alemania. ¡Allí hubiera alcanzado el reconocimiento que merece!”, clama Arroyo.
“Retirarse es lo mejor que podía hacer Castillejo; su KO ante Sylvester era para preocuparse”, opina el periodista Jaime Ugarte, orgulloso de haber comentado sus combates en Telecinco y Vía Digital. “Si las retransmisiones hubieran tenido continuidad, hoy sería candidato al Príncipe de Asturias”.

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