domingo, 4 de enero de 2009


Todo eso era muy confuso para una humilde familia del Este de Los Angeles como la nuestra. ¿A quién debíamos elegir? ¿En quién debíamos confiar? Conocía todas las historias terroríficas: había leído sobre Joe Louis, uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos, quien terminó como portero en el Caesars Palace. Sabía que la mayoría de los boxeadores despilfarraban el dinero, invertían en los negocios equivocados, escuchaban a los asesores equivocados, salían con la gente equivocada o se casaban con las mujeres equivocadas.

Yo estaba decidido a ser diferente. Y me equivoqué. Elegí a Mike Hernández, dueño de una agencia de autos, como mi asesor financiero. Mucha gente desaprobó mi decisión. Desafortunadamente, sus reservas no me preocuparon. Yo tenía diecinueve años y era demasiado ingenuo e ignorante en cuanto a las finanzas como para prestarles atención a quienes cuestionaron mi elección. Conocí a Hernández poco después de ganar la medalla olímpica, pues las ofertas me llovían. Me hicieron una propuesta muy buena que inmediatamente atrajo mi atención: Chevrolet quería darme un Corvette púrpura. ¡Magnífico! ¿En dónde firmo?, pensé. Me dieron el nombre de Mike Hernández. Fui a su concesionario, Camino Real Chevrolet, en Monterey Park, y además del auto también me dio un sermón sobre todo lo que podía hacer por mí, la imagen financiera tan prometedora que yo tenía, y cómo él podía hacerla más grande y deslumbrante que la de cualquier otra persona.

Hernández era inteligente. Cuando clavó sus garras en mí, su próxima movida fue aferrarse con fuerza, sin importar ninguna otra persona que tratara de tentarme con otra oferta. Y, ¿quién era la persona más cercana a Oscar? Obviamente, mi padre. ¿Les suena familiar? Esa fue la misma estrategia que emplearon mis managers anteriores, Mittleman y Nelson. Hernández se le presentó a mi padre y se hicieron amigos. Estaba decidido a acercársele, pues pensaba que así también estaría cerca de mí.

No puedo culpar a mi padre. Hernández y yo también éramos amigos y durante mucho tiempo tuvimos una buena relación. Cuando comencé a ganar dinero, me dijo “Mira, tienes que empezar a cuidar tu dinero, debes invertirlo. Yo te voy a crear una corporación”. Para darles una idea de cuán poco sabía yo sobre finanzas, lo que pensé en ese momento fue “Vaya, éste es mi salvador. Mira el magnífico negocio que tiene, vende autos. Es increíble, éste es mi pasaporte a la fortuna. Va a cuidar de mí y voy a vivir feliz por siempre”. Esa fue mi manera de pensar durante varios años.

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