domingo, 4 de enero de 2009
Salieron de las sombras el día que me colgué la medalla de oro al cuello y nunca me abandonaron. Además de las sanguijuelas, los falsos promotores, los managers y los entrenadores, estaban los parásitos financieros, quienes también querían una parte de Oscar De La Hoya. Mientras que mis fanáticos se conformaban con ver o tocar la preciada medalla de oro que había ganado en los Juegos Olímpicos, los parásitos querían adueñarse del Chico de Oro.
Me prometían a mí y a mi familia riquezas que, en comparación, hacían parecer deslucida la medalla de oro. Así como la gente del mundo del boxeo quería dirigir mi carrera en el cuadrilátero, había abogados, agentes, contadores y encantadores de serpientes que querían llevarme a la cima del mundo financiero. Ellos me mostraban fajos de dinero, me ofrecían contratos, autos y un sinnúmero de garantías si firmaba con ellos.
Los buitres habían estado merodeando desde mucho antes de mi participación en Barcelona, pero había podido espantarlos con la ayuda de mi familia, diciéndoles que ya habría tiempo para sacar partido de mis logros cuando regresara triunfante de los Juegos Olímpicos.
Y ese momento había llegado. El momento de hacerme profesional, de invertir mi fe y mi fortuna potencial en alguien que pudiera guiarme por ese camino traicionero del boxeo y me ayudara a enfrentar a las aves de rapiña y a los farsantes; alguien motivado por algo más que la codicia, que se preocupara genuinamente por mis intereses. Recibí llamadas de muchos interesados y algunos tocaron a mi puerta. La frase típica era “¿No tienes agente? Yo soy el indicado. Déjame contarte lo que puedo hacer por ti”. Una vez hasta llegó un tipo a mi casa que quería vender camisetas estampadas con mi rostro.
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