lunes, 17 de noviembre de 2008
El jornalero del ring
El pequeño Sento Martínez, corría el año 1983, era un mal bicho. "Un niño que ponía a caldo a los otros niños", como él mismo cuenta ahora, con la boca seca, pastosa, después de pegarle no más de tres tragos a una Coca-Cola light en un bar frente al mercado del Cabanyal poco después de correr durante 50 minutos. "Yo casi no bebo, es mi secreto", explica antes de pasar a relatar cómo fue su infancia, la de un chiquillo hiperactivo que se desfogaba zurrando a sus compañeros de la guardería. Hasta que alguien descubrió la forma de sofocarlo, canalizando toda su adrenaliza hacia el kárate, donde aprendió a pelearse con unas reglas, con disciplina y respeto por el contrario.
Ahora, 25 años después, se ha convertido en un boxeador profesional, el único que hay en Valencia, el primero que aparece en el Cabanyal desde los tiempos del legendario Pepín García Álvarez, un púgil de los años 30 que llenaba la plaza de toros de bote en bote. Ahora, corre el año 2008, se le conoce como Sento Tsunami Martínez y es un jornalero del ring, un tipo que, sin ser una estrella, tiene como oficio el pugilismo, el eje de su vida.
Su historial no es nada brillante -13 peleas para cuatro victorias (tres por k.o.), seis derrotas y tres combates nulos-, pero es feliz pudiendo vivir de los guantes. "En Valencia no hay nadie más. De 300 sólo llega uno", comenta orgulloso. Su principal virtud es su osadía. Nunca rehúye un combate y gracias a este precepto se gana un jornal. "Hay dos tipos de boxeadores, los protegidos, tíos con dinero detrás, que eligen sus rivales, y los trabajadores del ring, gente sin poder económico que nunca puede pelear en casa, que es donde se logran las victorias. Y si yo quiero ser boxeador no tengo más narices que ir a pelear contra el que sea. El que se pega con niños no es un boxeador".
Tsunami diferencia entre las metas -"ser profesional, que lo he logrado por mis huevos"- y los objetivos -sueña con disputar un título, ya sea un Campeonato de España, del Mundo Hispano o un Intercontinental-, entre los cuales se pone como culminación disputar un combate a 12 asaltos, el mejor remunerado. Ahora oscila entre los seis asaltos, dotados con 1.500 euros, y los ocho, con una bolsa de 2.500. Y así, con siete u ocho peleas al año, trabajos esporádicos como instalador de aparatos de aire acondicionado y currando de segurata en una discoteca completa un sueldo más que digno.
Para alcanzar esos siete u ocho combates trabaja como un negro. Sento Martínez habitualmente está en 68 kilos, pero el día del pesaje, la víspera de sus peleas en la categoría de superligero, se presenta en la romana con 63,5 kilos. Para ello obra siempre el mismo milagro en las semanas previas. Adelgaza a la carrera. Se toma dos rodajas de piña y sale a correr enfundado en plásticos, incluso en verano, tiene el agua restringida y sólo come un par de veces al día. Pero los milagros no existen, así que un endocrino hace el resto. Sento completa su alimentación con inyecciones de vitaminas C y B12, además de complementos de minerales, aminoácidos, potasio, hierro y un oxigenador celular. "Todo legal", se apresura a matizar para aclarar que nunca ha manchado su expediente con un positivo en los controles antidopaje.
Y desde el pesaje hasta el combate, en sólo 24 horas, es capaz de meterse cinco kilos encima. "Me hincho a comer hidratos de carbono y a ingerir bebidas isotónicas". Una vez entra en el cuadrilatero tiene la sensación de haber hecho todo el trabajo. Entre las 12 cuerdas sólo conoce un camino: pegar más que el rival. "Si hubiera ido a marcar, tendría más victorias a los puntos. Pero así tengo el público garantizado; la gente sabe que conmigo va a haber palos, me puede el temperamento", aclara antes de enumerar las tres patas de un púgil: el sacrificio, "que se consigue con el entrenamiento"; la experiencia, "que la dan los combates", y la valentía, "que la tienes o no la tienes; y yo nací con la testiculina a tope". Es un valiente. Para lo bueno y para lo malo.
Sento Martínez ha crecido como profesional atendiendo a las lecciones del maestro Fernando Riera -un boxeador pionero, de Sueca, que fue olímpico en los Juegos de Roma, en 1960-, la cabeza mejor amueblada del boxeo valenciano, y su hijo, otro Fernando Riera, otro púgil que perdió sus opciones de hacer carrera por el mundo tras ceder hace 11 años, en un polémico combate, ante Javier Castillejo, el lince de Parla. Ellos le han enseñado lo mejor de este deporte. "Yo era malo, pero el boxeo me ha hecho una buena persona", se sincera.
Lo que es incuestionable es la devoción por el boxeo de este vecino del Cabanyal. Sólo así se entiende que un buen día cogiera lo bártulos, se subiera a un avión y se marchara a vivir a la selva, en Caguas (Puerto Rico), para entrenarse en el mítico gimnasio Bairoa junto a su ídolo, Miguel el Ángel Cotto, un boxeador con un récord de 33 victorias (26 nocauts) y una derrota. Allí vivió en el campamento de Cotto, una vivienda donde duermen cuatro o cinco jóvenes en cada habitación, "gente que está harta de pegarse en Las Vegas o en el Madison".
En Caguas vivió un mes y medio muy duros. Se levantaban a las cuatro de la mañana para ir a correr y los entrenamientos en el ring se desarrollaban sobre una lona muy blanda para endurecer aún más sus piernas. "Luego, cuando boxeas en un ring normal, las piernas van solas, se mueven que flipas." Pero tuvo que volver. "Si no tuviera a mi gente en Valencia no hubiera regresado, me habría quedado allí. Aquello es un paraíso para el boxeador." Pero está su gente. Sus padres, Vicente e Inma, y su novia, Sandra. Y el recuerdo, siempre presente, de su difunto abuelo paterno. "Mi abuela siempre me dice: 'qué pena que no te vea boxear'".
Pero sigue soñando, a la espera de su momento, la gran velada. Ahora está en la segunda serie mundial y cuando alcance la primera, eso anhela, lo hará realidad. "Iré a prepararme otra vez a Puerto Rico, disputaré una muy buena pelea y regresaré con 10.000 euros en el bolsillo". Hasta entonces tendrá que seguir pegándose en Europa. Donde le llamen. O haciendo de sparring. "Te dan 120 euros por guantear con un boxeador de los buenos". Habla de los entrenamientos haciendo guantes con Mario Santiago, el campeón de Europa Leva Kirakosyan o Hoang Sang Nguyen, un español de origen vietnamita con quien se encontrará el martes en Palma de Mallorca.
Más tarde, el 2 de diciembre, se irá hasta Venecia para volver a poner la cara en el feudo de su rival. Esta vez le toca el italiano Emiliano Marsili. Allí probará suerte con la esperanza de que su croché de izquierda le dé la gloria. Y si no, da igual, atrapará la bolsa y volverá al Cabanyal. Es el jornalero del ring.
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