MIGUEL ÁNGEL BARROSO
ABC.es
Mohamed Alí ya está sentado en la banqueta de la
inmortalidad junto a púgiles como Joe Louis, Sugar Ray Robinson o «Smokin» Joe
Frazier, con el que protagonizó algunos de los combates de un siglo que, según
se aleja en el tiempo, va alimentando nuestro sentimiento de orfandad. Alí
trascendió el ámbito deportivo como otros lo hicieron con el político, el
cinematográfico o el musical (Kennedy, Marilyn Monroe, Elvis Presley, los
Beatles...) para convertirse en un icono de la cultura pop, un póster en la
habitación de muchos jóvenes de las décadas de 1960 y 1970, una deidad laica. Y
sin ayuda de las redes sociales ni demás herramientas de la posmodernidad. El
«bocazas» para sus críticos, «el más grande» para una legión de seguidores
encabezada por él mismo, cayó finalmente a la lona después de resistir contra
las cuerdas el asedio de un rival formidable, el párkinson, que le golpeó
durante más de treinta años. Falleció el viernes por la noche en un hospital de
Phoenix (Arizona), donde se encontraba ingresado desde el día anterior por
problemas respiratorios, según confirmó el portavoz de la familia, Bob Gunnell,
a la cadena NBC. Tenía 74 años.
Nacido para ganar
En sus últimas apariciones públicas, casi siempre en cenas
benéficas destinadas a recaudar fondos para obras de caridad o para su
fundación contra el párkinson, la enfermedad con la que fue diagnosticado en 1984 a los tres años de
colgar los guantes, llegaba acompañado por su esposa, Lonnie, y balbuceaba
palabras de agradecimiento a los invitados (algunos de los cuales pagaban mil
dólares por el cubierto). Un exboxeador sonado, de mirada perdida y movimientos
torpes, tan humanamente distante de aquel deportista de ego superlativo que
proclamaba a los cuatro vientos «soy joven, hermoso, rápido y nadie me puede
vencer» con el que retaba a sus rivales.
Nacido el 17 de enero de 1942 en Louisville (Kentucky,
Estados Unidos) en el seno de una familia de clase media, crecido en una
sociedad enferma de racismo, Cassius Marcellus Clay era un mal estudiante que
pensó que el boxeo era una forma razonable de ganarse la vida, ya que el
baloncesto estaba fuera de su alcance al ser la Universidad la vía
natural de acceso a las canchas de élite. Empezó a entrenarse a los 12 años y
acabó graduándose gracias a que al director de su instituto le conmovió su
disciplina atlética.
Oro olímpico
A los 18 años ganó una medalla de oro en los Juegos de Roma
de 1960. El título olímpico (venció en la final de los pesos semipesados al
polaco Zbigniew Pietrzykowski) coincidió con una época convulsa en Estados
Unidos debido a las revueltas protagonizadas por los ciudadanos afroamericanos.
Kentucky se regía por un sistema decimonónico que imponía la segregación racial
y que se mantuvo vigente en algunos territorios del país hasta mediados de los
70. Alí convirtió la lucha por los derechos civiles de los negros en una de sus
banderas. «No puedo hablar el inglés perfecto de los blancos, pero tengo
sabiduría», fue una de sus frases más recordadas. También dijo: «Soy América.
La parte que no van a reconocer. Pero acostumbraos a mí. Negro, confiado,
chulo. A mi nombre, no el suyo; a mi religión, no la suya; a mis metas, no las
suyas... Acostumbraos a mí». El púgil estuvo más cerca del activismo extremo de
Malcolm X que del más mesurado de Martin Luther King.
La verborrea torrencial fue indiscutiblemente una de sus
armas. «La gente no soporta a los bocazas, pero siempre los escucha», dijo el
gigantón antes de tumbar en 1964
a Sonny Liston, el sobrio y demoledor campeón del mundo
de los pesos pesados. Liston le consideraba un «charlatán sin pegada» al que
iba a destrozar sin compasión en el ring. Alí no se sintió ofendido por ello,
prefería potenciar esa imagen de bocazas en vez de desmentirla. «Conseguí que
Liston pensara exactamente lo que quería, que yo no era más que un payaso. No
quería que nadie pensara otra cosa de mí», aseguró Alí después del combate.
Nadie daba un centavo por aquel joven cuyo estilo, según
definición propia, consistía en «float like a butterfly, sting like a bee»
(«flotar como una mariposa, picar como una abeja»). Bailando alrededor de
Liston, le golpeó constantemente hasta que, en el séptimo asalto, el campeón no
pudo resistir más picotazos de abeja. El derrotado se mostró sorprendido: «Ese
no era el tipo contra quien tenía que pelear, ese tipo pegaba», señaló.
Conversión al islam
Cassius Clay se rebautizó como Mohamed Alí por su conversión
a los musulmanes negros («Cassius Clay era el nombre del negrero», se
justificó). Ingresó en las filas de la llamada Nación del Islam, un grupo extremista
religioso que defendía la supremacía de la raza negra sobre la blanca. Un año
después ganó también la revancha a Liston en el primer asalto con un golpe
invisible, la célebre «mano fantasma». En un combate celebrado en Lewiston
(Maine), derribó a su oponente con un golpe casi imperceptible, un precedente
de la «mano de Dios» maradoniana. Algunos medios acusaron al aspirante de haber
amañado la pelea a instancias de la mafia, aunque nunca se demostró.
Hace un lustro se despidió de uno de sus adversarios más
memorables, «Smokin» Joe Frazier, que acabó consumido por un cáncer de hígado.
Alí fue desposeído del título por su negativa a acudir a la guerra de Vietnam
(«Odio la guerra, odio los ejércitos: en esta vida solo amo combatir. No tengo
ningún problema con el Vietcong»), y cuando recuperó la licencia Frazier se
interponía en su camino. Joe le propinó la primera derrota.
Gigantescos rivales
Aquella histórica portada de la revista «Life», con foto de
Frank Sinatra y monumental crónica en las páginas interiores de Norman Mailer
fue un fogonazo de un terrible gancho de izquierda sobre el mentón de Alí, un
instante fugaz, el 8 de marzo de 1971, en el Madison Square Garden de Nueva
York, que resumía la vida de dos leyendas muy diferentes. Frazier, el «Tío Tom»
(así le denominó su contrincante, y nunca se lo perdonó), la América heredera de
Steinbeck, contra Alí, el provocador amante de los focos y de las cámaras. La Pelea, se la llamó, así, con
mayúsculas. «Si Joe Frazier se hubiese enfrentado a King Kong, lo habría
noqueado esa noche», dijo un amigo de ambos. La infinita rabia de los pobres.
En realidad, aquel «combate del siglo» fue el aperitivo de
otros «combates del siglo». Siempre ha sido así en el boxeo, el deporte cuyas
previas provocan pasiones incontrolables. El prolegómeno del «Rumble in the
Jungle», la mítica victoria de Alí en 1974, en Kinshasa (Zaire, actual
República Democrática del Congo), ante George Foreman, que había destrozado a
Frazier en un par de asaltos. Don King labró en esa velada su leyenda de
promotor de boxeo. La prensa pronosticó el fin de Alí, pero nuevamente se
equivocó. Con su táctica «rope a dope», apoyándose en las cuerdas para
contragolpear, acabaría noqueando a Foreman en el octavo asalto. «Les dije a
todos mis críticos que soy el mejor de la historia. Nunca esperen que pierda
hasta que tenga unos 50 años».
El boxeo tras el mito
Luego renovaría el título ante Joe Frazier en la pelea que
pasó a los anales como «The Thrilla in Manila», la tercera y última vez que los
viejos enemigos cruzaron sus guantes. Se celebró en Filipinas el 1 de octubre
de 1975. Un maratón brutal de golpes a 40 grados de temperatura que llegó hasta
el último asalto, donde Alí venció por K.O. técnico.
Hubo muchas más veladas, pero ninguna como aquellas. Se
retiró en 1981 con un balance de 56 victorias (37 por K.O.) y 5 derrotas. En
1984, el doctor alemán Martin Ecker le diagnosticó el párkinson. «Creo que Alí
no ha heredado la enfermedad, sino que puede tener su origen en los golpes
recibidos en la cabeza», declaró Ecker. El campeón nunca se rindió. Participó
en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 portando la antorcha
olímpica en el relevo final, encendiendo el pebetero que daba inicio a la gran
fiesta del deporte.
Y continuó adelante en su labor de apoyo a los más
desfavorecidos, dando contenido a su lema: «No cuentes los días, haz que los
días cuenten». Desaparece en una época en la que el boxeo es una máquina
registradora a lomos del pay-per-view, y un tipo como Floyd Mayweather, que ha
establecido registros increíbles en cuanto a ganancias por la bolsa de los
combates, reclama el título de TBE (The Best Ever) por encima de Sugar Ray
Robinson, Mohamed Alí, Joe Louis y Roberto Durán. Se va en vísperas de unos
Juegos, los de Río de Janeiro, en los que los profesionales del boxeo podrán
luchar por las medallas, una decisión polémica para la que, sin duda, habría
encontrado una frase ocurrente.