ALEJANDRO DELMÁS
AS.com
Poco antes de que amaneciera en Kinshasa, una derecha de Muhammad
Ali explotó en la mandíbula de George Foreman. Norman Mailer lo describió como
“el golpe que encerraba todo el conocimiento y sabiduría de la carrera de Ali”.
El Ali-Foreman, el combate tocado por los dioses, formaba parte de una velada
que comenzó a las 04:30 horas de la madrugada del 30 de octubre de 1974 en
Kinshasa, horario para captar el prime-time en las televisiones de América: por
circuito cerrado. El mundo acabaría conociéndolo como Rope a Dope (Engaño,
Trampa o Encantamiento en las Cuerdas, por la estrategia desplegada por Ali) o
The Rumble in the Jungle: el rugido o estruendo en la jungla…. con diez
millones de dólares de bolsa a repartir. Lo financió Mobutu Sese Seko, el
déspota congoleño de la entonces República de Zaire: el promotor Don King
embarcó a Mobutu en el barco del gran combate.
Invicto. Desde el corazón de África, el magnetismo que
emitía el Ali-Foreman era incomparable: Foreman, campeón olímpico en 1968,
llegaba con 40 victorias en 40 combates. Y sólo la negativa de Ali al reclutamiento
militar, que le impidió combatir entre 1967 y 1970, pudo poner algún plomo en
las alas de Muhammad: campeón olímpico en 1960 cuando aún respondía por Cassius
Marcellus Clay y volaba como una mariposa. Tras regresar a los cuadriláteros,
en 1970, Ali (44-2 en 1974) había perdido el halo de invencibilidad al caer en
su primer cruce con Frazier: El Combate del Siglo, en el Garden de Nueva York,
en 1971. Frazier, al que Ali ya había llamado “ignorante”, acudió a Kinshasa
para comentar la pelea por televisión.
En casetas, y por divergencias con el batín a elegir, Ali
discutió con su consejero Bundini Brown. Muhammad abofeteó a Bundini, que no
repetía la frase sacramental de Ali: “¿Are we gonna dance, vamos a bailar?”.
“Di a tu hombre que más le vale que esté listo para bailar”, espetó Muhammad a
Doc Broadus, descubridor de Foreman. “George no baila”, insinuó Broadus. “Su
propio hombre dice que George no puede venir al baile”, lagrimeó Ali. En el
vestuario de Foreman, su equipo le recubría con toallas: la humedad era
insoportable.
Y El Más Grande, Muhammad Ali, recorrió la senda hasta el
ring del Estadio 20 de Mayo entre el frenesí de 60.000 espectadores que
coreaban en lengua lingala: “¡Ali, boma ye!”, “¡Ali, mátalo!”. Allí, Angelo
Dundee, el preparador de Miami y de Ali, portaba una pequeña bolsa de deportes
de la que extrajo llave inglesa, varillas de radios y alicates. Metódicamente,
Dundee operó sobre los postes tensores de las cuerdas (ropes) del ring, cuya
tensión rebajó. Ali esperó a Foreman ya junto al árbitro, el reputado Zack
Clayton, afroamericano. Ali lanzó a Foreman unas palabras hipnóticas: “Desde
que eras un chiquillo has oído hablar de mí y me has ido siguiendo. Ahora te
toca encontrarte conmigo, con tu maestro”.
Toro. Exasperado e ignorante de las maniobras de Dundee,
Foreman se arrancó con todo, casi como un toro. “El toro es más fuerte, pero el
matador es más inteligente”, había dicho Muhammad. Y a los 30 segundos, Ali
olvidaba sus shuffles o pasos de baile: reculaba ante Foreman, se retiraba
hacia las cuerdas privadas de tensión por las herramientas de Dundee. Allí, el
llamado Loco de Louisville comenzó a atascar el asalto de Foreman: a un clinch
seguía una combinación izquierda-derecha. Hacía más de tres años que Foreman no
superaba los cinco rounds de acción.
“George está
castigando el cuerpo y Ali necesita moverse”, opinaba Frazier. “Pero Ali hace
daño incluso en las cuerdas. Y eso va a notarse”, observaba su colega Jim
Brown. Foreman seguía atacando como un camión... cada vez más ralentizado. En
Kinshasa, la vieja Leopoldville, la ominosa madrugada tropical reclamaba a los
cazadores de la jungla.
Al comienzo del octavo asalto, la ofensiva de un Foreman sin
munición se desplomaba por tanto golpe
descontrolado contra Ali, agazapado en las
cuerdas. A 20 segundos de la campana, Muhammad olfateó la ocasión. Y reaccionó
con el instinto del felino ante una presa fatigada. Ante la enésima carga del
ralentizado Foreman, el superclase Muhammad Ali, El Más Grande, salió de las
cuerdas y dejó a Foreman sin escapatoria.
La avispa acorraló al mamut con una serie de ganchos cortos
de derecha. Un gancho de izquierda fijó al desencajado Foreman. Y otra derecha
durísima, mortal, la melodía de La Canción del Verdugo, hizo explosion en la
cara de George, quien se fue a la lona, un paracaidista derribado.
Cuenta. Foreman se alzó a la cuenta de nueve, pero Zack
Clayton ya detenía la pelea… cuando sólo quedaban dos segundos del histórico
octavo asalto.
Pensativo tras recuperar el cetro, Ali dejó escapar un amago
de pasos de baile, el famoso Ali Shuffle, como en disculpa por no haber danzado
durante casi toda la noche. Ali se desmayó en su banqueta durante unos diez
segundos. Archie Moore y Dick Sadler consolaron a Foreman. Al momento descargó
la tormenta ecuatorial: la noche de Kinshasa acababa, la leyenda amanecía.