JORGE CASILLAS
ABC.es
La primera vez que Javier Castillejo optó al Campeonato del
mundo del peso superwelter por la Asociación Mundial de Boxeo (WBA) fue en el
Polideportivo Parquesur de Leganés. Lo hizo un sábado 24 de abril de 1993 y
ante las cámaras de Telecinco. El rival era el argentino Julio César Vásquez, un
púgil de 26 años que acumulaba en sus nudillos 43 combates con un balance de 42
victorias y una sola derrota. Vásquez, portador del cinturón de campeón, vistió
aquella noche un calzón blanco adornado con la bandera albiceleste. Castillejo,
que aún no lucía las mechas rubias que le acompañaron durante años, vistió un
brillante calzón granate.
«El Lince de Parla», cuyo apodo le viene por su
inconfundible mirada, tenía entonces 25 años y sus combates eran ya un fenómeno
social. Llenaba pabellones, bares y reunía a miles de personas delante del
televisor con relativa frecuencia, pero aquella pelea rompió moldes. Jaime
Ugarte, sempiterno narrador de boxeo, lo recuerda con viveza: «Me parece que la
velada empezó a las doce de la noche. Al final del combate vino un pico de
audiencia que nunca se me olvidó: 3.300.000 personas a la una de la mañana».
Era un 51,3% del share. Es decir, uno de cada dos españoles frente al televisor
estaba viendo a Javier Castillejo pelear por el Campeonato del mundo del peso
superwelter.
Lazarov, al ver las audiencias: «¿Este chico no puede pelear
todas las semanas?»
Tras doce asaltos, el boxeador madrileño perdió por decisión
unánime de los jueces: Vásquez estuvo más fino aquella noche. A pesar de la
derrota, el combate fue muy celebrado en la carretera de Fuencarral. Cuenta
Jaime Ugarte que Valerio Lazarov, director general de Telecinco, quedó muy
sorprendido por la audiencias de aquella madrugada. «Me preguntó: “Pero esto,
¿qué cojones es? ¿qué ha pasado?”. Yo le dije, 'Nada, que ha habido un
campeonato del mundo'. Fue entonces cuando me dijo en broma: “Oye, ¿ese chico
no puede pelear todas las semanas?”». Lazarov había apostado fuerte por el
boxeo, pero el tirón mediático de Castillejo había superado sus mejores
previsiones.
Lejos de frenar su progresión, aquella derrota contra Julio
César Vásquez acentuó el perfeccionismo de Castillejo. Llevaba tiempo
concentrado en El Espinar, un pueblo de la provincia de Segovia situado a 1.200
metros de altitud donde coincidió con Poli Díaz, el otro gran campeón de la
época. Allí conoció a Marta, la mujer que desde comienzos de los noventa le ha
dado estabilidad y dos hijos. Saray y Javier, de 17 y 13 años, han heredado la
nariz, la sonrisa y la mirada de «El Lince»: unos ojos pequeños pero llenos de
fuerza.
Siempre de la mano del entrenador Ricardo Sánchez Atocha,
Castillejo fue cambiando su lugar de entrenamiento. Una tarde, en el gimnasio
del Vicente Calderón, Sánchez Atocha llamó al boxeador José Luis Serrano para
que hiciera guantes con Castillejo, que estaba preparando el campeonato de
Europa. Después de entrenar con «El Lince» durante varios minutos, Serrano bajó
de la lona y dejó una frase premonitoria: «Este va a ser campeón de Europa ya».
A Sánchez Atocha le hizo gracia el comentario, pero era innegable que su pupilo
estaba muy fuerte: pocas semanas después, se proclamó campeón de Europa.
«Me di cuenta de que era el boxeador más fuerte con el que
yo me había enfrentado. Ya no enfrentado, es que solo haciendo guantes era
fuerte como una pared. Era un tío peligrosísimo», recuerda hoy su compañero de
guantes aquella tarde. Serrano había sido campeón de España amateur en 1988 y
1989 y había peleado con el «Lince de Parla» en sus inicios. Con el tiempo,
Castillejo dio el salto a profesional y Serrano se hizo empleado de banca, pues
alternaba el boxeo con sus apuntes de Empresariales de la Universidad
Complutense. «Yo era un bicho raro», recuerda. Aunque tomaron caminos
diferentes, ambos mantuvieron el trato hasta el punto de que, después de las
peleas, Castillejo solía ponerse en contacto con él. «Le gustaba pedirme mi
opinión y yo trataba de decirle la verdad de cómo lo veía».
En apenas cinco años, Castillejo se proclamó campeón de
Europa seis veces. A ritmo de flamenco, heavy metal y mucho sacrificio –«Me
levantaba a correr a las cinco de la mañana»– fue preparando el combate que lo
elevó a la cima. Esta vez fue el viernes 29 de enero de 1999 y en la plaza de
toros de Leganés. A tres kilómetros y cuatro rotondas del polideportivo de
donde lo había intentado seis años antes. El ambiente de La Cubierta era
espectacular. El aspirante Castillejo salió de las entrañas de la plaza con el
«Olé» de las Azúcar Moreno a todo trapo, unas estrofas que le motivaron
especialmente en sus primeros años: Dame la alegría, de mi Tierra Santa / Y ese
ángel de mi gente / Cuando el corazón les canta / Y dicen: ¡Olé, olé! ¡olé,
olá! / Mi tierra tiene una gracia / Que no se pude aguantar.
«Empecé escuchando heavy metal, rock duro y flamenco. Vaya
mezcla ¿eh?, no tiene nada que ver. Primero fue el flamenco porque mi padre
estaba en una peña flamenca, luego pasé al heavy y al rock duro», recuerda
Castillejo. En la grada le esperaban más de 15.000 personas entre las que
estaban Poli Díaz y el promotor estadounidense Bob Arum, un hombre que rivalizó
en los despachos durante años con el famosísimo Don King. Cuenta el narrador de
combates Jaime Ugarte que el millonario Arum «se quedó muy satisfecho» con lo
que vio aquella noche. «Le impresionó mucho el ambiente y la hora que era,
porque sus combates en Las Vegas son a las nueve de la noche».
«El americano negro, campeón mundial, al final vino y se
llevó un susto»
Como manda la liturgia, el campeón Keith Mullings –conocido
como «El asesino de Brooklyn»– entró el último en el ring. «El americano negro,
campeón mundial, al final vino y se llevó un susto», recuerda Castillejo con un
punto de ironía. Hay algo en el carácter de los boxeadores que les hace contar
sus batallas con una gracia especial. Pero también hay algo en su lenguaje que
les impide decir «peleé contra». Instintivamente, siempre dicen «boxeé con», un
cambio de preposición con el que hacen a su rival partícipe de un destino
común: ganarse la vida encajando golpes.
Castillejo entró entre las dieciséis cuerdas con pantalón
negro y ribetes dorados, un diseño que le dio suerte en batallas posteriores.
Nada más terminar el combate, se subió a una de las esquinas y recorrió el
cuadrilátero a hombros de su cuadrilla. Dedo índice al cielo, puño apretado y
grito al aire. A Mullings, con calzón verde y rayas amarillas, le cambió el
gesto cuando la megafonía comunicó las puntuaciones: «¡Tenemos decisión
dividida! ¡Tarjeta del señor Silvi: 114 para Mullings, 115 para Castillejo!
¡Tarjeta del señor Laurens: 114 para Mullings, 114 para Castillejo! ¡Tarjeta
del señor Petrov: 112 para Mullings, 116 para Castillejo!».
Javier Castillejo: guantes y ayuno hasta llegar a la cima
Castillejo defendió su título con éxito en cinco ocasiones
antes de enfrentarse al reto «más grande» de su carrera deportiva: el combate
contra Óscar de la Hoya. «Pelear en Las Vegas, por el título mundial, siendo yo
campeón del mundo y contra una estrella... Él aspirante y yo campeón», repite.
Castillejo y su equipo volaron a un rancho muy próximo a la zona de juego de
Las Vegas. Allí permanecieron tres meses según «El Lince», dos según su
preparador, Ricardo Sánchez Atocha; y tres según algunos medios de
comunicación. Pese a esta disparidad de cifras, todos coinciden en que fue
demasiado tiempo.
«Estaba en un rancho súper grande, yo solo, con mi
entrenador y algunos ayudantes. Fue mucha soledad, me tendría que haber llevado
un equipo en condiciones. Hay que hacer las cosas para que el campeón se
encuentre bien, esté cómodo», reclama en tercera persona. «Íbamos a estar mes y
medio, pero el combate lo aplazaron quince días», recuerda Sánchez Atocha. Otro
factor que condicionó la pelea fue la llegada de su segundo hijo. Javier nació
pocas semanas antes del viaje a Las Vegas, con el combate programado desde
hacía tiempo. «Yo psicológicamente estaba ya hasta los cojones. Tres meses es
demasiado. Había nacido mi hijo, casi no lo conocía y me vine un poquito
abajo», recuerda. «El principio del viaje lo llevó bien, pero luego se encontró
mentalmente muy bajo, por el niño, creo yo. Lo decía y se le notaba», ahonda su
entrenador.
La pelea fue difícil: las apuestas pagaban 10 dólares a 1 la
victoria de «El Lince». Óscar de la Hoya se impuso por decisión unánime de los
jueces, arrebatando a Castillejo el cinturón de campeón del mundo. «El chico de
oro» fue durante años el mejor boxeador libra por libra, y terminó su carrera
con títulos de campeón en seis categorías distintas: superpluma, ligero,
superligero, welter, superwelter y medio. A la vuelta de Las Vegas, Castillejo
pudo, por fin, conocer a su segundo hijo.
Con 33 años (y a pesar de la derrota) estaba en lo mejor de
su carrera, como demostró el 12 de julio de 2002 en el combate por el
campeonato del mundo interino. La velada fue en el campo de fútbol Las Américas
de Parla frente al ruso Roman Karmazin, un púgil de 29 años que aún no conocía
la derrota: se presentó al combate con un total de 30 peleas y un balance de 29
victorias, un empate y 16 triunfos por KO. «Era un boxeador terrible, muy bueno
y con unos brazos larguísimos. Un asesino, vamos», recuerda José Luis Serrano.
El combate no empezó muy bien, pero «El Lince de Parla» terminó mucho más
fuerte y consiguió llevarse la victoria por decisión unánime de los tres
jueces.
Todavía con el bullicio de fondo, con la ciudad de Parla
festejando un nuevo campeonato del mundo, Castillejo se dirigió al vestuario
por las entrañas del campo de fútbol. Lo acompañaba José Luis Serrano, el púgil
retirado con el que había hecho guantes durante la preparación del campeonato
de Europa. «El Lince», vigente campeón interino del peso superwelter, estaba
solo en el vestuario cuando, antes de duchase, se sinceró con su amigo:
–Joder Serrano, lo que cuesta ganar los combates. Y
sufriendo y siempre para adelante. Todo el mundo se cree que esto es solo
gloria y victoria, pero qué duro es esto.
Javier Castillejo: el hombre de la capucha
No fueron dudas de campeón, fue un reconocimiento íntimo a
su propio esfuerzo. Fueron muchos años corriendo en ayunas y entrenando mañana
y tarde para llegar en plenitud pasada la treintena. «Fue una pelea muy dura.
Javier tenía un golpeo muy fuerte, algo que debía recordar durante el combate»,
revive hoy su rival aquella noche, Roman Karmazin. «Es un boxeador talentoso, y
uno de sus golpes no lo vi venir. Un poco más tarde, Javier volvió a ser
campeón del mundo. Y fue realmente un gran campeón».
La espinita del combate contra De la Hoya se superó con más
victorias y con la fijación de un nuevo reto: ser el primer español en coronarse
campeón del mundo en dos categorías distintas. Se había proclamado seis veces
campeón de los superwelter (hasta 69,9 kilos) y ahora quería ir a por el título
del peso medio (hasta 72,5 kilos). La ambición de «El Lince», ya en los 35, no
conocía límites. «Javi se hizo a base de trabajar y trabajar, entrenar y
entrenar. Esa era su mayor virtud. De hecho, con 35 años estaba mejor que con
25, porque tenía acumulado el trabajo de toda su vida. No era un talento
natural, pero lo fue consiguiendo. Cada vez era más fuerte, más experto y
boxeaba mejor», explica Sánchez Atocha.
Castillejo cambió de peso y de inspiración musical:
sustituyó los acordes flamencos de Azúcar Moreno por el rock duro. Ahora le
acompañaba una canción que el grupo Amset, surgido en Madrid a comienzo de los
2.000, había compuesto para él. De título «Lince», sus primeros versos
conformaron la puesta en escena de Castillejo en el tramo final de su carrera.
Larga es la espera / Fuerte el rugir / De gradas repletas / Que esperan por ti
/ Nervios de acero / Instinto animal / Nudillos que abrasan / El aire al pasar.
«Yo a los periodistas les decía: "El viejo puede hacer
mucha pupa todavía"»
El 15 de julio de 2006 llegó la primera tentativa de
Castillejo por el título del peso medio. El propietario del cinturón era el
alemán Felix Sturm, conocido como «The fighter», cuyo equipo promovió la
defensa voluntaria del título. «Eligieron a Castillejo porque venía de perder
con De la Hoya, porque ya era mayor. Lo eligieron para que se luciera Felix
Sturm y les salió el tiro por la culata», recuerda Ricardo Sánchez Atocha.
«Todo eso de que estaba viejo se lo dijeron, aunque luego en Alemania lo
admiraban, hablaban de cómo estaba físicamente para la edad que tenía».
Aquellos comentarios no sentaron bien a Castillejo, que se
notaba más fuerte que nunca. «En rueda de prensa me decían que yo estaba mayor.
Yo les decía “el viejo puede hacer mucha pupa todavía. Si tú me dices que con
38 años soy viejo, el viejo eres tú que estás pensando eso”. Yo estaba fuerte»,
rememora orgulloso. El día del combate, Castillejo se presentó a ritmo de
Amset. La pelea, que se había programado para lucimiento de Sturm, terminó sin
embargo antes de lo previsto. A falta de diez segundos para que el final el
décimo asalto, «un gancho de zurda que explotó en la sien de Sturm», puso en su
crónica la agencia de noticias alemana DPA.
Aquel golpe dejó desorientado al púgil alemán, que encajó
otros tres ganchos de arriba a abajo sin apenas oponer resistencia. Sturm apoyó
el rostro sobre el hombro del árbitro, el americano Mark Nelson. Su mandíbula
se había roto como si fuera porcelana de Dresde y hubo que parar el combate.
«Aquello fue tocar la gloria, el techo, el cielo», afirma hoy Castillejo, a
quien le gusta recordar esta pelea con los alumnos de su escuela. En los
descansos, siempre que puede, cuenta cómo fue la concentración para aquel
combate. La necesidad de mantener el peso adecuado le llevó a probar métodos de
los más curioso: «Yo me metía en un plástico, me sentaba al lado de la estufa y
a sudar», les ha dicho en más de una ocasión.
Tras el combate, Sturm volvió del hospital y tomó algo con
Castillejo
Nada más terminar la pelea, «El Lince» interrumpió su
celebración para acercarse a la esquina de su rival, que sangraba
abundantemente por la nariz. Le dio un beso en la frente e intercambió algunas
palabras con él: fue el enésimo gesto de nobleza de un púgil que cuidó hasta el
extremo la imagen de su profesión. «El boxeo es un deporte muy noble. Luego
hubo una fiesta, Sturm vino del hospital y estuvieron tomando una copa», cuenta
Ricardo Sánchez Atocha. Castillejo pasó ocho años de su infancia en Alemania,
por lo que el idioma tampoco fue un problema.
En total, Castillejo se proclamó ocho veces campeón del
mundo: seis en peso superwelter y dos en peso medio. Además, fue seis veces
campeón de Europa y tres de España. Por resultados, «El Lince de Parla» es el
segundo deportista más importante del deporte español, solo por detrás de Ángel
Nieto, que tiene 12+1 mundiales de motociclismo. En condiciones normales,
cualquier otro deportista no podría ni pisar la calle sin que cada diez pasos
le pidan una fotografía.
Castillejo es, detrás de Ángel Nieto, el español con más
campeonatos del mundo
Una tarde de lluvia en Madrid, no mucho después del combate
contra Felix Sturm, «El Lince» entró en el Restaurante Milford, en la calle
Juan Bravo. Castillejo cruzó la puerta de madera cuadriculada que da acceso al
bar. Quizá por la lluvia, quizá por la costumbre heredada de los combates de
boxeo, apenas se quitó la capucha. Al fin y al cabo, solo entró para
preguntarle una dirección al camarero porque no conocía el barrio. Este le
orientó y Castillejo se marchó. En el bar solo estaban en ese momento el dependiente
y el periodista David Gistau, que recrea de esta la siguiente manera una escena
que refleja vivamente «la putada de ser boxeador en España»:
–¿Has visto quién es este?
–Claro, es «El Lince de Parla», campeón del mundo del peso
superwelter, ¿cómo no voy a conocerlo? –contestó Gistau.
–Es el concursante de Supervivientes –replicó el camarero.
«Ni siquiera lo conocía como boxeador, lo conocía porque
salía en la tele», lamenta hoy el periodista. «Me pareció una pena. Acaba de
entrar en tu bar un campeón del mundo vigente de boxeo y no te has dado ni
cuenta. Tú has visto entrar al concursante de un reality. En efecto, Castillejo
había participado en un programa de supervivencia poco antes de enfrentarse a
Felix Sturm. Un programa en el que que permaneció 65 días, quedó en tercera
posición y perdió catorce kilos de peso.
Hoy «El Lince» tiene más de cien matriculados en su escuela
de boxeo, situada en la parte baja del pabellón que lleva su nombre. «No
arrebañes con el guante. Pegas y te vas», corrige a un alumno. A todos les pide
que estén en movimiento, no quiere luego a nadie caminando sobre el ring. Quizá
por eso tiene decenas de combas junto a las espalderas, para que nadie pierda
ese trote tan característico con el que se hizo el mejor boxeador español de
todos los tiempos. Por las paredes, mensajes de sus fans. Por los espejos,
mensajes de Castillejo a sus alumnos: «La valentía más grande del ser humano es
mantenerse de pie, aun cuando se esté cayendo a pedazos».
Mientras el boxeo espera el cambio social que lo convierta
de nuevo en una actividad bien vista a ojos de anunciantes y televisiones,
Castillejo dignifica su deporte sin desistir. Y por si acaso, todos los días,
la puerta de su propia escuela se encarga de recordárselo:
«Colgar los guantes sería lo más fácil, lo más sencillo.
Pero jamás lo más correcto. ¡Vamos! ¡No puedes rendirte! ¡Lucha una vez más!».
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