viernes, 3 de enero de 2014

MUHAMMAD ALI: EL MÁS GRANDE



JULIO CÉSAR IGLESIAS
Marca.com

La llegada de Cassius Clay provocó en los niños de la época un sentimiento ambivalente; le saludaron con la frescura que inspira la llegada de lo nuevo y con el recelo que transmite un agitador. Tenía un rasgo común a las estrellas genuinamente americanas: había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma y, por un efecto secundario, había hecho el mejor curso posible de formación profesional.
Entonces, su figura imponía poco respeto; ante sus más célebres colegas del peso pesado, titanes de musculatura insolente, parecía una obra inacabada. Ni conseguía llenar el uniforme con sus huesos de grulla, tibia larga, clavícula saliente, hombro escueto, ni conseguía llenar el cuadrilátero con las inquietas costuras de sus calzones. Al verle flotar sobre la lona, los especialistas crédulos le buscaron algún pariente lejano en los anuarios del pugilismo. Inicialmente pensaron en Sugar Ray Robinson, el showman que modernizó la esgrima desde su pedestal del peso medio, pero descartaron la candidatura por una razón definitiva: seguían considerándole un ejemplar único, así que atribuirle parentescos implicaba el contrasentido de comparar a un incomparable. Años antes, por cierto, también habían investigado la misteriosa identidad del propio Sugar. ¿Era una simple metáfora del azúcar moreno? ¿Era una columna de humo con guantes? ¿Era un artista de variedades huido al boxeo por algún desengaño sentimental? O, analizando aquel bamboleo suyo que los cronistas bautizaron como el paso del gato, ¿no era un felino que se transformaba en gladiador con el tañido de la campana? Finalmente decidieron proclamarle revolucionario y pionero. Si el pugilismo lograba sobrevivir hasta el tercer milenio, sus grandes campeones serían como él.
Tras muchas idas y vueltas, sólo encontraron un abuelo para Cassius: Gene Tunney, el inventor del juego de piernas. Había un lunar en su carrera, el combate de la cuenta larga frente a Jack Dempsey, quizá el mayor escándalo arbitral de la historia. El episodio forma parte de las antologías: pega Dempsey, cae Tunney, el árbitro se desorienta, Dempsey no alcanza el rincón neutral, el árbitro no actúa, Tunney no vuelve de las profundidades. Por fin, demasiado tarde, uno, dos, tres, el árbitro entra en acción. Tunney despierta, sacude la cabeza, baila y vence por puntos. Fue un papelón, pero después de superar aquel incidente se había retirado invicto.

El primer rapero
Desde su presentación en sociedad, Cassius estableció las dos bases de su estilo: prefería discutir a pelear, y llevaba el espectáculo hasta las salas de prensa. Hizo además dos valiosas aportaciones musicales: convirtió el juego de piernas en una variante de la danza clásica y se acreditó como primer rapero del planeta. Dijo "Vuelo como una mariposa y pico como una avispa" y, manos a la obra, predijo sus victorias en verso. Si las proporciones de su métrica no eran muy ortodoxas, la exactitud de sus pronósticos era irreprochable.
En el ringside, los escépticos le auguraron una vida corta. Repasaron el ranking mundial, Jerry Quarry, Zora Folley, Karl Mildenberger, Henry Cooper, George Chuvalo, Ringo Bonavena, Archie Moore, Cleveland Williams, Floyd Patterson, Sonny Liston, y anunciaron que aquel teatrillo acabaría en farsa. Estaban equivocados: Cassius ascendió por el top 10 como por una escalera mecánica y se permitió todos los grados de superioridad comprendidos entre la hegemonía y la tiranía. Deslumbrados por su velocidad, su flexibilidad y su elegancia, los chiquillos le aceptaron como ídolo de los ídolos, se agruparon ante los televisores, miraron al cielo y rezaron para que prolongase su reino hasta el infinito.

De Cassius a Muhammad
Con ese afán apoyaron su cambio de nombre: alguien como Cassius Clay debería llamarse como quisiera, de modo que, fieles a los deseos de su modelo, en el futuro le conocerían como Muhammad Ali. Durante aquella campaña sobrenatural salvó escollos tales como sus pleitos con la Comisión Atlética, sus debates con la Secretaría de Defensa o sus diferencias con la Fiscalía General. Sin embargo, vivieron con una insufrible ansiedad los días precedentes a su pelea con un mito de los gimnasios: Cleveland Big Cat Williams.
En la distancia que marcaban los océanos, en Europa nos impresionábamos con la resonancia de aquel nombre. Teníamos buenas razones para temerlo: el Gran Gato nos conectaba con Sugar Robinson, defendía su leyenda de mal enemigo entre los tipos más duros del cuadro, se paseaba por el ranking como un tigre, y era un candidato permanente al título mundial. Por un instante nos maliciamos lo peor.
De pronto llegó un despacho urgente y suspiramos de alivio: Muhammad Ali le había noqueado en el tercer asalto. Con él llegó una fotografía cenital que nos ofrecía el privilegio de contemplar la tragedia desde las alturas. Aunque la firmó un hombre, sólo pudo hacerla Dios.
Los críticos admitieron a Cassius/Muhammad en el Salón de la Fama, le otorgaron la herencia de Sugar, y decidieron proclamarle pionero y revolucionario. Si el pugilismo lograba sobrevivir hasta el cuarto milenio, sus grandes campeones serían como él.

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