Bernard Hopkins entró en el olimpo del deporte universal al
proclamarse nuevo campeón mundial del peso semipesado de la IBF, tras imponerse
claramente a los puntos por decisión unánime al hasta ahora campeón invicto,
Tavoris Cloud, de 31 años. Las cartulinas fueron elocuentes y justas en esta
ocasión: 117-111, 116-112 y 116-112.
En realidad era algo más que una pelea cualquiera. Estaba en
juego una posible gesta consistente en que un tipo con 48 años, 1 mes y 25 días
se convirtiera en el campeón mundial más mayor, que no viejo, de la historia,
plusmarca que poseía el mismo Hopkins cuando en 2011, cuando contaba con 46
años, superó en combate antológico al canadiense Jean Pascal. Tavoris Cloud es
un buen boxeador, de buen físico y buena pegada. Pero enfrente tuvo un mito,
una leyenda, alguien que se siente superior, y que sabes que hará sobre el ring
todo lo que sea capaz para vencer a cualquiera, a menos que sea muy superior a él.
Desde el principio de la pelea, celebrada en el majestuoso Barclays Center de
Brooklyn, Nueva York, el árbitro Earl Brown quiso advertir, ya con el combate
empezado, que no toleraría artimañas fuera del reglamento. Sabía que Hopkins es
un tipo duro, que a veces no dista mucho de realizar un boxeo rayano en lo
sucio o antirreglamentario. No fue el caso. En realidad no ha sido el caso
desde que cumplió los 40 años. El corte que le hizo a Cloud con su antebrazo en
el ojo izquierdo, y por el que tuvo que suspenderse unos segundos el combate,
fue aparentemente fortuito.
Pero bajo el griterío ensordecedor de los miles de
aficionados que encendían el ambiente con sus “B-Hop”, “B-Hop”, Hopkins volvió
a ejercer su magisterio, sin hacer más que lo estrictamente necesario. El peso
de los años claro que se nota, y él también lo acusa, su boxeo no fue lo
magistral que resultó ser en su recordada lección ante Kelly Pavlik en 2008,
pero siempre hizo más que Cloud, se movió infinitamente mejor en el ring que su
rival, 17 años más joven, y también fueron suyos los mejores golpes de la
noche, a pesar de una andanada de Cloud en el 6º round, encorajinado por el
corte, que hizo temblar al viejo Bernard, que solucionó la papeleta con unos
imperiales movimientos laterales. De pronto, la pelea, no exquisita ni vistosa
pero sí interesante y vibrante por momentos, se detuvo en los cuatro últimos
asaltos. A Tavoris Cloud se le acabó la gasolina, pareció pedir el armisticio,
buscando árnica en los jueces, como en la injusta victoria ante Gabriel
Campillo. Fueron cuatro asaltos sin nada trascendente, como si el destino
estuviera jugado antes de empezar la pelea. Hopkins los vivió con tranquilidad,
sabedor de que el trabajo estaba hecho. Al final de la pelea, se fue a por los
periodistas, pero esta vez no para mirarles provocadoramente como después de su
pelea ante Pavlik, sino directamente para increpar, aparentemente, a los
comentaristas de HBO. Le sobró tiempo aún para también gesticular desafiante al
octogenario Don King, dedo índice por delante. Quizás estaba cobrando facturas
a quienes desconfiaron de él por la maldita edad.
Si estaba confiado en que había cumplido su particular
expediente (repito, frente a un peleador invicto) que se puso a charlar con su
posiblemente próximo rival Jean Pascal en el centro del ring, mientras el
inefable Michael Buffer leía el veredicto. No hubo sorpresas. Ganó el mito. La
alegría de la huerta para cuarentones y hasta cincuentones a este paso. Nada es
imposible, viéndole encima de un cuadrilátero, Hopkins es alguien capaz de todo
en el deporte más físico y duro del mundo. Bernard Hopkins no está aún en el
Salón de la Fama, precisamente porque sigue en activo, pero ha entrado ya en
ese departamento estanco solo reservado para los verdaderos mitos del deporte. Por
muchos años, por qué no.
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