martes, 17 de noviembre de 2009

¿Mejor que Robinson?


Edgard Tijerino END

Sobredimensionando a este Manny Pacquiao, sin duda tan espectacular y destructivo como difícil de descifrar, el promotor Bob Arum, instalado en la cresta de una excitación incontrolable, fue directamente al corazón del mercadeo asegurando que el púgil filipino es superior a cualquier otro, incluyendo a Ray “Sugar” Robinson, considerado como “La Mona Lisa” del boxeo, una auténtica obra de arte que debería estar en una de las alas del Museo de Louvre.
Cifras en mano, Robinson podría ser discutible por sus 19 derrotas a lo largo de 201 combates, pero, cuando se revisa paso a paso su carrera, el asombro adquiere niveles insospechados: Jack LaMotta, en 1943, le quitó el invicto después de 40 victorias antes de ser campeón mundial Welter, pero continuó con una racha de 90 triunfos, hasta ser derrotado en 154 libras por Randy Turpin en 1951, ocho años más tarde.
Sólo dos derrotas en 11 años, entre su debut en 1940, y la pelea con Turpin en 1951. ¿Qué les parece ese porcentaje de eficacia a lo largo de 132 peleas, incluyendo sus 19 victorias en 1950, ganando el cinturón mediano y reteniendo el welter en esos 12 meses, con dos defensas en las 160 libras, pesando 154 y 158? ¡Diablos!
Cierto, Robinson, que nació en 192, perdió cinco de 10 combates entre 1957 y 1961 frente a Gene Fullmer, Carmen Basilio y Paul Pender, pero ya mostrándose afectado por el desgaste, aproximándose y llegando a los 40 años, con sus extraordinarias facultades arrugándose. Consideren este detalle, en 1965 rumbo al retiro, con 44 años, Robinson realizó 14 combates, trabajando 111 asaltos.
Ahora, vamos a lo clave de la discusión que plantea la comparación forzada por Arum, y es la clase de boxeador. Nadie como Robinson, ni Leonard ni Alí, y por supuesto, tampoco Pacquiao.
La rapidez y maestría de Robinson, con alma de bailarín y una admirable vocación para el pugilismo, no admite comparaciones ni con otro “Sugar”, tal como fue Leonard; su facilidad para golpear era deslumbrante, asimilaba y contragolpeaba con precisión de cirujano; realizando sus descargas, parecía un pianista enfurecido.
Pacquiao, visto desde cualquier butaca, es la última maravilla del boxeo. Ha superado todos los cuestionamientos y aprobado con sobresaliente los exámenes a que ha sido sometido, atravesando todas las “alertas en rojo” imaginables. Después de no dejar títere con cabeza entre las 112 y las 147 libras, proeza sin precedentes, sólo le queda Floyd Mayweather en la probable pelea más intrigante del nuevo milenio, pero Robinson fue tan y tan grande como el Himalaya, sujetando una feroz oposición con una frecuencia imposible en estos tiempos.
El brillante columnista de Boxing Max, Steve Kim, hace un señalamiento tan certero como el estacazo clavado por Ulises en el único ojo de Polifemo: Pacquiao es el mejor peleador de la última generación, sin admitir el menor cuestionamiento.
Por ahora, las discusiones quedan abiertas. Este filipino ha provocado tal alboroto, que dimensionarlo correctamente es una tarea mucho más complicada que descifrar los jeroglíficos egipcios.

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