domingo, 15 de noviembre de 2009

El referí de la vida


Seguramente muy pocos sueñan con ser árbitros en su vida. La proporción entre quienes sueñan con ser árbitros de boxeo y campeones mundiales seguramente hace empalidecer a la abismal diferencia que existe entre quienes desean ser arqueros de fútbol y quienes quieren ser delanteros en el molde de Pelé, Diego Maradona o Lionel Messi.
Hay un viaje muy particular que lleva a una persona a dedicarse a este oficio en el que los aciertos pasan inadvertidos y los errores (por pequeños que sean) son recordados con una crueldad digna de mejor causa. Pero también es cierto que cuando sucede, cuando alguien se embarca en esa búsqueda de justicia sobre el ring (esperando quizás que se derrame sobre causas mayores hacia afuera del cuadrilátero), lo hace deseando llegar tan alto como cualquier niño que quiere ser el mejor campeón mundial posible. Lo hace, en definitiva, soñando ser el árbitro del combate más grande y de mayor envergadura posible.
Y si hablamos de combates grandes, hay uno que se destaca.
"Cuando hice la pelea de Julio César Chávez en el Estadio Azteca", recuerda Joe Cortez, el instantáneamente reconocible réferi puertorriqueño que ya es un símbolo del boxeo latino a nivel mundial, al buscar en su memoria el momento de mayor regocijo de su carrera. "Para mí esa fue una de las noches más grandes y más felices para mí, por trabajar en una pelea tan grande así con tantos fanáticos, 136.000 fanáticos en el estadio. Y para mí eso fue lo más grande".
Sin perder de vista sus raíces y su corazón, Cortez compara esa pelea (la de mayor audiencia en vivo en toda la historia) con otra de una significancia muy personal. "Fue cuando Gaspar Indio Ortega logró ser retador de Emile Griffith. Aunque perdió, eso fue como ver a mi padre pelear por el título mundial, y yo estaba muy alegre esa noche", dice, sin ocultar su cariño hacia su mentor.

SUS INICIOS EN EL BOXEO
Cortez nació en El Barrio neoyorquino (Spanish Harlem), de padres puertorriqueños. Luego se mudó a Puerto Rico, a sus 23 años, ya casado y con dos hijos, para regresar a los Estados Unidos diez años después. Pero antes de todo eso, vivió una infancia de sacrificios que tuvo un segundo comienzo después del encuentro con quien guiaría su vida en el oficio que luego lo haría famoso.
"En el 55, Gaspar Ortega se mudó a Nueva York para boxear", cuenta Joe desde su casa en Las Vegas, rememorando sus orígenes. "Se mudó para mi barrio, en la calle 99 en Manhattan. Vino con su hermano Félix y, juntos, empezaron a pelear en el Madison Square Garden. Él no hablaba inglés, y yo hablaba inglés y español, y así empecé el boxeo con él".
La relación de todos los boxeadores con sus maestros y entrenadores es una de las más estrechas en el mundo del deporte, quizás por el componente de vida o muerte que conlleva cada pelea y en el que ambos personajes comparten riesgo y protagonismo. En el caso de Cortez, hay que agregar a esa relación la imagen de figura paterna que Ortega le aportó en su adolescencia.
"Gaspar Ortega es como si fuese mi padre", afirma Cortez. "Fue uno de los mejores pesos welter en la historia del boxeo. Tuvo 185 peleas como profesional. Peleó con Emile Griffith por el campeonato mundial, pero Gaspar ya tenía muchas peleas como profesional, y ya estaba un poco caído".
Yo quisiera que la gente me recuerde como alguien que se ha hecho querer por todo el mundo, especialmente los latinos, en todo el mundo.

--Joe Cortez
Los consejos de Ortega marcaron la vida de Cortez y, su paso al profesionalismo después de haber acumulado muchos logros en el amateurismo, fueron moldeados sobre los pasos de su mentor.
"A los 15 años empecé a combatir en los guantes dorados de Nueva York, en el año 60. Ahí gané mi primer campeonato, y mi hermano Mike ganó también. Yo tuve un total de seis campeonatos de guantes dorados en mi carrera como amateur. Entonces, en el 63 debuté como profesional en una cartelera con Gaspar Ortega, y luego él me llevó a Hawaii, México, y tuve un total de 19 peleas como profesional".
La realidad del boxeo en esa época no guarda muchas similitudes con la realidad actual del deporte, donde una carrera amateur exitosa sirve como trampolín para glorias mayores en el profesionalismo, y una medalla olímpica acarrea su peso y su prestigio hacia la parte rentada de la carrera de un boxeador.
"Nuestros managers nos decían 'Joe, no pierdas tu tiempo en eso, hazte profesional', y bueno, seguimos ese consejo", dice Cortez, ante la pregunta de cómo evitó la tentación de intentar competir en el nivel olímpico ya sea por los Estados Unidos o por Puerto Rico. "A los 18 años me faltaba un año para esperar a los Juegos Olímpicos y no lo hice. En lugar de eso me hice profesional".
De todos modos, los éxitos esperados tardaron en llegar, y las promesas de los managers no se cristalizaron tan pronto como era de esperarse.
"No había dinero en el boxeo en esa época" se lamenta Joe."Yo a los 21 años ya me había casado, y a los 23 ya tenía dos hijos, y me dije 'bueno, déjame buscarme una carrera profesional para ver qué puedo hacer'".

SUS PRIMEROS PASOS EN EL ARBITRAJE
Cortez pronto encontraría algo que hacer, y en un lugar privilegiado. Poco tiempo después de abandonar el ring, Joe se encontró trabajando en el Hotel Conquistador de Fajardo, en Puerto Rico, en un rincón paradisíaco de la isla en la que nacieron sus padres. Allí permaneció durante 8 años, terminando su carrera como sub-gerente, para luego ser transferido a Nueva York y transformarse en ejecutivo de operaciones de los casinos de la empresa.
"Cuando regresé a Nueva York, en el 77, me convertí en árbitro amateur", señala Cortez, como acentuando un punto de quiebre en su vida. Su paso por el amateurismo duraría poco. "Hice eso por seis meses. Entonces la comisión de Nueva York me llamó y me dijo 'te estamos viendo cómo trabajas con los Guantes Dorados como árbitro, y no queremos que pierdas tu tiempo como amateur, tú tienes las cualidades para ser un buen árbitro profesional'. Y ahí fue que me convertí a profesional en Nueva York y Nueva Jersey".
Después de ese momento, Joe trabajaría 15 años como referí en Nueva York, Nueva Jersey y diferentes partes del mundo, al tiempo que desarrollaba una carrera gastronómica con su propio restaurant, y luego trabajando en el ámbito gerencial de la medicina ocular durante 12 años. Luego de invertir sus ganancias en el mercado inmobiliario, Joe se retiró parcialmente de esas actividades en 1988. Pero el futuro le tenía preparado un destino de reconocimiento mundial que recién comenzaba.

AL ESTRELLATO
"En el '92 la comisión de Nevada estaba buscando un réferi de buen nombre y de reputación, y me dieron la chance, y ese mismo año me mudé para Las Vegas", afirma, recordando el primer paso de una nueva etapa en una carrera que ya lo había llevado a grandes logros y que todavía parecía tener muchos más por delante. Y en un terreno en el que muchos apenas pueden soñar en conquistar.
"Desde que estoy en Las Vegas, los productores y los actores van siempre a las peleas, y me han visto y saben que soy un réferi de renombre, y así fue que comencé esta otra carrera", dice Cortez, refiriéndose a sus ya numerosas apariciones en la pantalla grande de Hollywood. Películas como Rocky Balboa, Play it to the Bone (Hasta el último round) con Antonio Banderas y Woody Harrelson, Soy Espía con Eddie Murphy, y Undisputed (Contraataque) con Wesley Snipes lo han tenido como protagonista en el rol que más cómodamente puede interpretar: el de árbitro de boxeo.
"Ahora tengo una película pendiente que se llama Lido. Hace poco me dieron los papeles, es una parte grande en una película que trata sobre artes marciales mixtas y tengo una parte bien grande ahí" afirma, a pesar de admitir que (más allá de dos obviamente coreografiados enfrentamientos de lucha libre arbitrados en Puerto Rico) nunca ha participado como réferi en ningún otro deporte de combate más allá del boxeo.
Pero su rol como actor no limita sus ambiciones ni lo hace sentirse feliz solamente con participar como invitado ocasional en el mundo del espectáculo. Emprendedor por naturaleza, Joe apuesta más fuerte e incursiona en ese ámbito con un proyecto propio, sin esperar a que el teléfono suene.
"Tengo ahora una compañía que se llama Dream NetworkTV, que hace comerciales, especiales y documentales", afirma, mencionando que uno de esos largometrajes mostrará su vida personal y su paso por el boxeo, todo un desafío si tenemos en cuenta la enorme cantidad de peleas notables en las que ha participado como tercer hombre. Empezando, quizás, con la pelea que lo puso ante los ojos del mundo.
"Roberto Duran contra Iran Barkley", dice Joe sin dudarlo, refiriéndose al combate que hizo por él lo que el Thrilla in Manila de Alí vs Frazier hizo por su colega filipino Carlos Padilla, o lo que Chávez vs. Taylor hizo por Richard Steele.
"Ya era mi 17ª pelea de campeonato mundial, y de ahí en más empecé con peleas cada vez más grandes", dice, mencionando grandes combates como Holyfield-Bowe, Foreman-Cooney, Foreman-Moorer y Chávez vs De la Hoya.
Pero no todo el camino ha sido tapizado de rosas. Todos los participantes del boxeo tienen, cada uno en mayor o menor medida, la vida de los participantes en sus manos. Y las decisiones acertadas o desacertadas de un réferi pueden terminar afectando de manera impredecible a un boxeador.
"Una vez murió un boxeador en una pelea que yo hice", comenta Joe, con el tono ensombrecido. "El boxeador se llamaba Robert Wangila, era campeón olímpico de Kenya. Él estaba ganando la pelea hasta que paré el combate. Él estaba peleando con un latino, un mexicano (David González). Yo paré la pelea porque pensé que Wangila estaba recibiendo mucho castigo. Aunque estaba ganando hasta ese punto, vi dos golpes que no me gustó como reaccionó y paré la pelea. El público me abucheó, se preguntaron qué fue lo que yo vi que tuve que parar la pelea. Entonces, tuve que explicarle a la esquina que me reclamaba, pero yo estoy para proteger al boxeador. Yo pensé que hice lo correcto".
Y probablemente fue así, aunque un poco tarde. Después de la pelea, Wangila colapsó y tuvo un ataque, fue llevado al hospital donde le descubrieron una hemorragia cerebral. Fue operado esa misma noche, pero falleció dos días después.
"Para mí eso fue lo más difícil", dice Cortez. "En todas las demás peleas la gente siempre me reclamaba por qué le quité un punto a uno, o a otro, y entonces cuando paré esa pelea y ese muchacho muere, para mí eso fue un choque muy fuerte, pero yo sé que hice lo correcto. Así ellos vieron que yo como árbitro con la experiencia que yo tengo sé lo que tengo que hacer".
Es probable que el origen de las críticas a Cortez por la detención prematura de esa pelea a favor de un boxeador latino le hubiesen valido críticas en su momento, y hasta acusaciones de favoritismo hacia un boxeador de su mismo origen. Pero en el caso de Cortez, las acusaciones infundadas de parcialidad hacia los boxeadores hispanos es la excepción, y no la regla.
"A veces, los fanáticos siempre piensan las cosas más increíbles", dice. "Porque en el ring, si mi hermano comete una falta, yo le tengo que quitar un punto a mi hermano. Yo voy ahí para hacer mi trabajo, sea quien sea. No veo razas, no veo colores. A todos los boxeadores los considero como hijos míos. Yo estoy ahí para protegerlos y cuidarlos, y también para hacer cumplir las reglas. Pero de favoritismo no doy nada, porque para mí no es buena ética por parte de un oficial pensar que uno es favorito".

LAS CONTROVERSIAS
En casos como el de Wangila vs. Rodríguez, los sucesos posteriores al combate le dieron la razón. Pero en otros más sutiles, como John Ruiz vs. Kirk Johnson (en el que descalificó a Johnson por reiterados golpes bajos) o la más reciente pelea entre Francisco Lorenzo vs. Humberto Soto (un combate cuyo desenlace despertó gran controversia) siempre generan resquemores entre el público en general, sobre todo en las parcialidades de los boxeadores que se ven afectados por el resultado más adverso.
"Las decisiones que yo he tomado han sido siempre como el libro lo dice", afirma Cortez. "Yo consulté al médico y él me dijo 'hay que parar la pelea por el golpe detrás de la cabeza'. Yo me digo, 'esta es una mala decisión que tengo que tomar aquí', pero tuve que hacerlo. Yo me sentí muy mal por Soto, es un buen boxeador y buena persona. Por suerte le dieron la revancha y ganó por decisión y conquistó su título", afirma, señalando cómo a veces la vida da desquite cuando uno lo merece.

LOS GOLPES DE LA VIDA
La vida de Cortez conoce bien de cerca la ansiosa espera de una revancha merecida. Hace ya casi 10 años, una de sus hijas sufrió un terrible accidente automovilístico que la dejó paralizada desde el pecho hacia abajo.
El peso aplastante de una congoja que hubiese sepultado al más valiente solamente le dio más fuerzas a Cortez (sobreviviente de cáncer, al igual que su esposa) para afrontar una situación en la debió aplicar toda la fortaleza mental y espiritual de sus años de boxeador. A pesar de haber nacido en Nueva York, Cortez lleva el "Ave María" y el "Ay, bendito" de uso cotidiano en sus parientes boricuas a flor de labio en cada una de sus frases, y esa fe se mantiene ante esta trágica circunstancia que la vida le ha planteado.
"Afuera del boxeo, lo más grande que tengo es mi hija, que tuvo un accidente de automóvil y quedó paralizada. Para mí lo más importante es que sigue viva todavía, la tenemos con nosotros, y eso para mí es algo grande, una alegría grande".
A pesar de la emoción que empaña sus palabras, Cortez se empeña en exhibir la fortaleza que lo ha ayudado a superar esa tribulación. "Habiendo trabajado peleas tan difíciles durante estos años, y siendo boxeador yo mismo, yo se los sacrificios que uno tiene que hacer para tratar de mejorar y ver todo positivo. Yo no veo nada negativo. Por ejemplo, cuando veo todo lo negativo que dicen de la pelea de Lorenzo vs Soto, yo digo 'bueno, otra persona quizás no hubiese tenido la fuerza y la voluntad que yo tengo para aceptar eso'. Yo como oficial tengo que pensar diferente. No puedo culpar a la gente por pensar cómo piensa".
"El boxeo me hizo una persona más fuerte. Ver a mi hija en una silla de ruedas, paralizada, todos los días de mi vida, me ha hecho una persona más fuerte. La gente no sabe lo que uno pasa, lo que uno sufre viendo a su hija en una silla de ruedas. Pero mi hija es tan fuerte, que me hace pensar siempre positivo en todo, nada negativo. Y por eso digo que si la gente supiese lo duro que es el boxeo, nunca hubiesen dicho que yo tomé una decisión incorrecta".

REFERÍ DEL MUNDO
Su relación con el mundo hispano de los Estados Unidos recorre ese mismo camino de emoción y compromiso. Y a pesar de su indeleble impronta puertorriqueña, Cortez se siente parte de una familia aún más grande que abarca a todos los latinos del mundo, con un lugar especial para los coterráneos de su mentor en el boxeo.
"Yo tengo ahijados mexicanos. Yo tengo familia mexicana. Tengo dos ahijados mexicanos a los que estoy ayudando para que vayan a la universidad, y a mí me da mucho orgullo ayudarlos a ellos como Gaspar lo hizo conmigo", dice Cortez. "Y lo peor que una persona puede hacer es decirme que yo hago fallos en contra o a favor dependiendo si son mexicanos, o si son puertorriqueños, o americanos. Yo no pienso así. A mí me duele muy fuerte cuando alguien del público dice que estoy en contra de los mexicanos. Porque yo sé lo mucho que quiero a mi gente, a todos, especialmente a los mexicanos porque Gaspar me crió a mí como si fuese mi padre, y es mexicano".
Ese mismo espíritu de retribución es lo que lo impulsó, ya desde su juventud, en involucrarse en diferentes tareas de aliento comunitario, para devolver los favores que la vida le fue dando.
"Yo empecé a trabajar con la comunidad desde muy joven", afirma, mencionando su participación en incontables emprendimientos caritativos. "Gaspar Ortega me enseñó a ser la persona que soy hoy en día, y yo siempre le dijo a mi familia 'lo que Gaspar hizo por mí, yo debo hacer para otros, servir a los otros. Hay muchos latinos que necesitan ayuda. Por eso yo tengo muchos amigos mexicanos aquí en Las Vegas. Yo voy a las escuelas, y les muestro fotos de peleas de Julio César Chávez, y les digo 'éste soy yo trabajando las peleas de Chávez', y de Barrera, y tantos otros, Oscar de la Hoya, Fernando Vargas y muchos más. Y lo que yo hago con los muchachos de la comunidad es lo mismo que Gaspar Ortega hizo conmigo, tener la voluntad de salir de la pobreza y ayudar a mejorar mi vida. Y eso les digo aquí en las escuelas. Les llevo todas esas fotos, y ellos me reconocen y me respetan más, y yo les digo 'mira, si yo lo hice, si yo salí de ser bien pobre con cuatro hermanos y mi mamá sola, ustedes pueden hacerlo'. Yo nunca tuve problemas con drogas, con gangas, con nada de eso. Siempre estuve ayudando en la comunidad, y ustedes tienen que hacer lo mismo".
Seguramente es más fácil que un niño escuche lo que uno dice cuando se le muestra una foto en la que uno está dándole órdenes a dos campeones mundiales de boxeo al mismo tiempo. La fuerza de autoridad implícita en esa foto legitima instantáneamente a quien sea. Pero más difícil es dejar el traje de famoso colgado en casa y darse a los otros desde el anonimato total.
"Yo a veces me disfrazo de Santa Claus y voy por los hospitales, disfrazado sin que nadie me conozca, adonde están los niños pequeños, especialmente los niños pobres", afirma."Esas son las cosas que la gente no sabe, y eso es lo que yo hago".
Seguramente, en sus años de juventud, pocos hubiesen imaginado que un latino llegaría a un puesto de tanto prestigio en el boxeo para mantenerlo durante tanto tiempo. Menos gente aún hubiese imaginado en esos años que los Estados Unidos tendrían un presidente de raza negra, y sin embargo eso mismo está sucediendo. Cortez ha vivido una época de tremendos cambios en la composición social de los Estados Unidos, y eso seguramente se refleja en su vida y en el boxeo.
"Yo veo mucha diferencia, mucho cambio", asevera, comparando la situación de los latinos en los tumultuosos años 60 de su juventud y los tiempos actuales. "Yo veo que aquí en Estados Unidos respetan mucho más a los latinos, más que en el pasado. Y yo cuando hago peleas grandes, y la gente me ve, especialmente los mexicanos, la gente me dice 'Joe, estamos tan orgullosos de ti, porque tú nos representas a todos los latinos alrededor del mundo'. Y yo pienso que yo he hecho un poco de cambio en el mundo, porque la gente ve mi nombre y no saben si soy mexicano, o cubano, o de otras razas. Y cuando me preguntan yo les digo 'yo soy latino representando a todos los demás latinos alrededor del mundo'. Sinceramente, yo me siento igual que cualquier mexicano, que cualquier argentino, que cualquier persona latina, porque en la sangre y en la raza estamos unidos por el corazón".
A través de sus páginas web, de sus cursos de arbitraje por internet o los que dicta en Las Vegas, a los que acude gente de todo el mundo, Joe cimenta su herencia como uno de los mejores réferis de todos los tiempos, un oficio en el que se ha destacado y en el que su legado ya está asegurado. Pero aún así, sus ambiciones de posteridad son mucho más modestas que una placa en el Salón de la Fama o un sitio destacado en los libros de historia.
"Yo quisiera que la gente me recuerde como alguien que se ha hecho querer por todo el mundo, especialmente los latinos, en todo el mundo", dice, casi tajante en su claridad."Yo soy sobreviviente de cáncer de próstata, mi mujer es sobreviviente de cáncer de pecho, dos veces, y sigo involucrado en ayudar a la comunidad latina. Yo no hago esto para ganar dinero, lo hago para ayudar y que la gente sepa que estoy haciendo un cambio y que está ayudando a mejorar la raza latina alrededor del mundo, para que nos respeten en todo el mundo".

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