jueves, 27 de noviembre de 2008

Riddick Bowe y Evander Holyfield quieren recuperar la gloria de tiempos pasados



AP

El jet del Caesars Palace que nos llevó de Lake Tahoe a Los Angeles había llegado a una altura crucero cuando el campeón del mundo de los pesados miró hacia abajo y sonrió por su buena fortuna.
Un par de meses atrás había visitado al Papa en el Vaticano y le había presentado los guantes que usó para derrotar a Evander Holyfield. Ahora, Riddick Bowe comía su desayuno mientras si dirigía hacia el sur para un día que terminaría con una aparición con Jay Leno en The Tonight Show.
Era octubre de 1993, y la vida le sonreía al hombre que mantenía el único título que realmente importaba. Yo estaba a su lado por el día mientras promovía la revancha con Holyfield que permanecerá en la infamia del boxeo para siempre.
Bowe había logrado salir de las calles de Brownsville en Brooklyn, N.Y. para llegar a lugares que nunca imaginó, viajando con un estilo de vida que nunca pensó posible.
"En el gheto no sabíamos que existía algo como un jet privado", dijo.
Quince años más tarde, Bowe ya no viaja en jets privados. Su séquito ya no existe y balbucea por haber sido golpeado en la cabeza tantas veces.

Y ahora va a volver a pelear.
Es una locura, claro está, y más loco aún el hecho de que Bowe tiene 41 años de edad y pesó cerca de los 300 libras la última vez que entró en un ring hace tres años. Pero ya está en Alemania preparándose para la pelea del 13 de diciembre contra un oponente aún a ser nombrado sólo porque no encontraron a un duro suficientemente grande al que pueda vencer.
Hay más. Una semana más tarde en Suiza, el hombre contra el que ganó el título de los pesados peleará por una parte del título en una freak-show contra Nikolai Valuev de 7 pies.
Holyfield tiene 46 años de edad y más que una bolsa de golpes humano. Pero tiene una hipoteca que pagar y un par de hijos y ex mujer que mantener.
También es un delirante acerca de lo que aún puede hacer, 24 años después de haber dado su primer golpe por dinero.
"Mi meta es ser campeón indiscutido y no sólo ganar un título", dijo Holyfield el otro día.

Desafortunadamente, así es el boxeo hoy, un deporte tan desesperado por obtener fanáticos que está reciclando a dos veteranos del pasado. Tanto Bowe como Holyfield tendrían problemas para conseguir una licencia en cualquier parte que regule el deporte, con lo que viajaron al exterior en busca de lo que una vez tuvieron.
En el caso de Holyfield es fácil comprender su motivación. Además de la evidente necesidad de ganar dinero--fue llamado a la corte el mes pasado por no haber pagado el apoyo financiero de su hijo de 10 años de edad--de hecho cree que aún tiene suficientes cualidades restantes y que la división de pesados está tan mal como para poder convertirse otra vez en el campeón de los pesados.
Está equivocado, porque esas cualidades se esfumaron junto con sus reflejos hace mucho tiempo y hay dos hermanos Klitschko con títulos que podrían destruirlo. Pero Holyfield sigue peleando, más que nada porque aún conserva su nombre y porque hay promotores dispuestos a pagarle.
Pero es Bowe quien representa a una de las historias más tristes y extrañas del deporte.
Su reinado como campeón de los pesados terminó de manera bizarra un par de semanas después de que yo viajara con el a Los Angeles, cuando el Fam Man entró al ring e interrumpió su pelea con Holyfield. Bowe estaba ganando la pelea hasta ese punto pero terminó perdiendo una decisión ajustada. Hasta el día de hoy, cree que todo fue parte de una conspiración para quitarle el título.

Luego hubo una huelga que se llevó a cabo en el Madison Square Garden tras que Bowe venciera a Andrew Golota por descalificación tras que Golota le siguiera golpeando debajo de la cintura. Se reunieron en la revancha, y Bowe ganó de la misma manera. Pero fue su dificultad para hablar después de la pelea que atrajo la mayor atención.

Un par de semanas más tarde se unió a la Marina pero no duró mucho en el campamento. Luego en 1999 fue arrestado por secuestrar a su mujer y a sus hijos a mano armada en lo que dijo fue un esfuerzo por recuperar a su familia. Un psiquiatra le dijo al juez federal que le mandó a prisión que Bowe contaba con "daño cerebral en el lóbulo frontal" de tanto pelear.
Ahora va a volver a hacerlo.
No es una sorpresa, porque hasta los boxeadores sin daños cerebrales nunca saben cuando detenerse. El dinero en juego es mucho, anhelan la atención y la mayoría no sabe qué más hacer.
La única sorpresa es que Bowe y Holyfield no pelearán entre sí.

Tristemente, ese podría ser el próximo paso.

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