Hace unas horas he visitado, por primera vez en mi vida, un Gimnasio de Boxeo. Vélez-Málaga hace tiempo que dejó de ser centro neurálgico de este deporte, prácticamente desde la retirada de Bernardo Fernández Lozano, y de éste deporte, en mi ciudad, nunca más se supo. He estado en el Gimnasio Málaga Club, “Escuela de Competidores”, sede de la Delegación Malagueña de la Federación Andaluza. He visto un magnífico ambiente. De los sesenta boxeadores inscritos, a las horas que llego, hay más de treinta pugilistas, de todas las edades. Algunos, como simple actividad física, otros, intentando labrarse un porvenir. El presidente, Eduardo Torres Hiruela, me recibe, junto a mi compañero operador de cámara, Florencio, con amabilidad, y contándome los problemas de todos los empresarios y padres de familia. Que eso es él, el padre de la familia del boxeo malagueño. Me cuenta, entre líos de facturas y papeles con su currículo, que en Málaga, estamos de regular para bien, que sólo nos tosen en nuestra región, los sevillanos, y que los almerienses, otrora inabordables, pasan por un mal momento. Me habla de lo que costaría montar una velada en Vélez-Málaga o Torre del Mar, y hablamos de unos 3.000 euros, si es amateur, y del doble, si aparece algún combate profesional. Las bromas se suceden entre Eduardo y Edwin Murillo, cuando éste aparece, con su notable presencia de ex campeón de tronío. Edwin me habla de su club de “La Mamba Negra” en Mijas, y del apoyo del consistorio mijeño. Presume de su país, Panamá, que con apenas la población de Madrid, cuenta con 25 campeones mundiales en toda sus historia. Dice que el boxeo español está mal. Me recuerda anécdotas de su carrera profesional, en la que llegó a ser campeón intercontinental del peso welter, y de los jóvenes valores a los que prepara, entre los que me destaca al joven de 19 años, Luca Gicacon. Cundo entrevisto a este imberbe de sólo 19 años, belga de padre italiano y madre de Ruanda, me doy cuenta que estoy ante un chico con la cabeza bien amueblada, disciplinado, educado, sin el engreimiento al que estoy acostumbrado a ver en los futbolistas y practicantes de otros deportes, que se saben en el foco mediático de continuo. Luca me habla de las tres peleas que lleva, de su debut en Panamá, donde Edwin le presentó al grande entre los grandes, Roberto “Mano de Piedra” Durán. Me confiesa su admiración por él, pero que, personalmente, le gustan más los boxeadores técnicos o científicos, como Ray Sugar Leonard, Pernel Withaker o Floyd Mayweather, gustos que comparto. Me habla de que los golpes de los contrarios no dan “vitaminas” y que hay que evitarlos, en lo que se pueda. Reconoce que ni su novia ni sus amigos comprenden que llegue el fin de semana y esté molido y sin ganas de salir de copas. Admira a Juan Díaz, el campeón mundial unificado de su peso, y conoce de sus estudios en la Universidad de Houston. Por eso, Luca tampoco quiere dejar de estudiar, de aprender. Buen chaval y magnífico campeón en el futuro. Me encuentro con Ben Salah, un marroquí, malagueño desde hace 37 años, curtido en mil batallas, que me coge un dedo para que le apriete la tripa y casi me lo disloca. En sus tiempos, por no ser español, o ganaba por nocaut, o le daban perdedor en sus peleas. Me cuenta la anécdota de que cuenta con cinco sobrinos, todos policías nacionales, él, que en su día, se las vio y las deseó para obtener la nacionalidad española. Otro marroquí, Amin, de 19 años, y un solo combate amateur, me dice que sí, que el futuro del boxeo español está en los inmigrantes. Y todos, sin excepción, me cuentan que nadie les apoya y que a ver si cunde el ejemplo en otras televisiones. Todos quieren saber cuando emito el reportaje, incluido un chaval del que hemos grabado dos asaltos trepidantes, y está contento sólo del segundo. Me voy, entre abrazos y saludos, y reflexiono en que el boxeo es, de verdad, una gran familia, pequeñita, pero repleta de gente buena, con corazón y ganas de comerse el mundo. Y sin engreimientos. Que cunda el ejemplo.
miércoles, 27 de febrero de 2008
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