JUANMA LEIVA
AS.com
Tyson Fury es el hombre del momento en el boxeo. Su victoria
el pasado sábado ante Wladimir Klitschko, rey de los pesados durante casi los
últimos diez años, le ha aupado a la cima de los pesos completos. Ya se
especula sobre cuándo expondrá sus recién estrenados cinturones de la Asociación (AMB),
Federación (FIB) y Organización (OMB), aunque la opción que más fuerza tiene es
la revancha (pactada por contrato) con el ucraniano, esta vez en suelo inglés.
Wembley, e incluso Old Trafford, estadio del Manchester
United del que Fury es fan (así como de exjugadores como Cantona y Roy Keane),
suenan como sedes para la primera defensa del Gipsy King (Rey Gitano), como él
mismo se hace llamar. Nacido a las afueras de Manchester hace 27 años, de
familia nómada irlandesa y con tradición en el boxeo con puños desnudos
(emparentado con Bartley Gorman, el más famoso púgil de esta modalidad
clandestina que usaba también ese apodo), su nombre, Tyson, se debe a la
adoración de su padre por Iron Mike.
Como él cuenta, lleva el boxeo en la sangre y el dinero no
es su motivación: “Sólo necesito lo suficiente para vivir”. Un detalle más del
carácter de este boxeador que podría vivir en su caravana, y cuya faceta de
showman, capaz de aparecer disfrazado de Batman o cantar en el ring, tanto ha
llamado la atención. Eso, y las provocaciones que lanzó al ya excampeón: “Sabía
que ese comportamiento le incomodaba”.
Ayer, en rueda de prensa, volvió a cargar contra el
ucraniano. Tras los problemas que sufrió con los guantes propuestos por
Klitschko y con la superficie del cuadrilátero, Fury reveló las sospechas que
tuvo tras la pelea: “Me dijo mi equipo que no tocara el agua en el vestuario,
que no tomara nada porque podía contener algo que diera positivo en el control
antidopaje. Me fui deshidratado”. Si se confirma la revancha, la promoción ya
ha empezado...