jueves, 24 de febrero de 2011

MEJOR QUE NUNCA


Diego Morilla
ESPNdeportes.com


De los muchos términos y frases que han permeado desde el boxeo hacia el lenguaje coloquial de las masas (tirar la toalla, aguantar hasta el último round, y tantos otros) hay un vocablo ante el cual los traductores se detienen con una mezcla de frustración y hastío, y con el que luchan hasta darse cuenta de que serán incapaces de resumir todos sus matices en una sola palabra (o conjunto de palabras), de igual eficacia. La miran, la leen, la absorben y la entienden. Pero no pueden transmitirla a su idioma. Una palabra, en definitiva, ante la cual los traductores tiran la proverbial toalla y se rinden exhaustos.
Esa palabra no es otra que "throwback". Se usa para definir peleas, peleadores y situaciones aledañas al desarrollo del pugilismo. Su definición es amplia, y puede ser concisa a la vez. Define a un peleador "a la antigua", a una pelea "clásica", o a una situación que nos remonta a tiempos idos, que han quedado atrás, que imaginamos mejores o más heroicos, puros o gloriosos. La definición de esta palabra en un contexto boxístico podría llenar con facilidad un cuarto de página en un diccionario de tamaño normal, y aún así no quedarían expuestos todos sus significados posibles.
Pero si tuviésemos que elegir una imagen para ilustrar esa palabra, quizás la primera a la que echaríamos mano sería una foto del múltiple campeón mundial Bernard El Verdugo Hopkins. Y con ese sencillo acto podríamos resumir gran parte de los posibles sentidos de ese término tan ampliamente ilustrativo.
Hopkins es un peleador de los que ya no se fabrican. Un púgil que aprendió a boxear en la cárcel y que se hizo profesional sin mediar un solo combate como amateur. Que perdió su primer pelea (raro deshonor que comparte con otros gigantes del ring de tiempos pasados, como Henry Armstrong, Alexis Arguello y otros) para luego acumular tan solo otros cuatro traspiés en los siguientes 22 (sí, veintidós) años de carrera, la mitad de ellos por fallo dividido (y muy criticables). Que a pesar de no tener "escuela" boxística como aficionado se transformó, a pura guapeza y oficio, en un gran boxeador de técnica impecable y disciplina férrea tanto dentro como fuera del ring. Que desestimó completamente el estereotipo de ex presidiario descargando desordenadamente en el ring su odio por la sociedad que lo victimizó, para transformarse en un campeón ejemplar, un pupilo obediente y un auténtico asceta en sus costumbres de gimnasio, además de ser un exitoso empresario deportivo. Y que el próximo 21 de mayo podrá transformarse en el púgil de mayor edad en obtener un título mundial cuando desafíe a Jean Pascal por las fajas de peso semipesado en su poder, en la esperada revancha de un combate llevado a cabo en diciembre pasado y que todos vieron ganar a Hopkins. Un combate que podría redefinir una carrera que, de por sí, es difícil de definir al compararla con la de sus contemporáneos.
Y es en las comparaciones donde Hopkins emerge como el gran ganador. Su actuación ante Jermain Taylor es claro ejemplo de esto. Hizo falta un púgil de 27 años con una extraordinaria carrera amateur para superar por el mínimo margen a un Hopkins de 40 años y así arrebatarle el título indiscutido de peso mediano que intentaba defender por una inaudita 22da vez (el récord anterior estaba en 14 defensas, en manos del gran Carlos Monzón). La comparación con su némesis más destacado también lo tiene como triunfador. Porque si bien Hopkins perdió ante un Roy Jones Jr. en su plenitud (aunque cayó por decisión dando una gran pelea en disputa por el título mediano vacante en 1993), su revancha ante el mismo púgil (tres años más joven que él, ex medallista olímpico y probablemente el mejor atleta puro en la historia del boxeo) llevada a cabo 17 años más tarde lo tuvo como amplio ganador, tanto en el aspecto físico y boxístico como en el aspecto moral y deportivo, al exhibir a un Hopkins con su talento innato y su deseo de triunfo intactos a pesar de sus más de dos décadas fatigando los cuadriláteros del planeta.

Pero si hay algo que transforma a Hopkins en un verdadero "throwback" es su desenvolvimiento en el cuadrilátero. En ese ámbito mágico que transita como si le hubiese sido legado por derecho natural, B-Hop (según su cuasi-rapero apelativo) es el boxeador más astuto que uno pueda imaginar. Hábil, voluntarioso, dispuesto a probar cualquier combinación con tal de penetrar la guardia de su rival. Versátil, de gran balance y tremenda defensa, Hopkins es un fenómeno de adaptabilidad que el mismo Darwin no encontraría manera de definir. Es imposible conectar a Hopkins dos veces con el mismo golpe. Si su rival tiene la suerte de llegar con una combinación, esa será la última ocasión en que la use, porque Hopkins la memorizará, la anulará y la usará en su contra para dar vuelta el curso del combate. Este raro tipo de "boxeo espejo" (me vienen a la mente dos púgiles de gran técnica como el argentino Omar Narváez y el mexicano Daniel Zaragoza como cabales exponentes de esta notable habilidad) frustra de tal manera a sus rivales que con el paso de los rounds solo algunos pocos se animan a probar cosas nuevas. Simplemente se dedican a repetir su receta y a aferrarse a lo poco que les haya resultado efectivo, y cruzan los dedos para esperar un error de Hopkins que nunca llega.
Y como si fuese poco, el karma también está de su lado. Su primer título mundial fue obtenido en una revancha tras un empate originalmente producido en la tierra natal de su rival (en aquel caso, el ecuatoriano Segundo Mercado, a quien noqueó en siete asaltos en abril de 1994, cinco meses después de haber empatado en Quito), y el combate que le espera podría ser una suerte de deja vu para el nativo de Filadelfia. Hopkins estará enfrentando a Pascal poco más de seis meses después del empate que ambos protagonizaran en Montreal, tierra adoptiva de Pascal. No sería extraño, entonces, que la carrera de Hopkins entre en su último tramo con una definición mágica e histórica para un boxeador destinado a escribir su nombre en la historia grande del boxeo.
Todo parece estar de su lado. Experiencia, voluntad de pelea, talento natural y sudor en el gimnasio. Pero gane o pierda, Hopkins seguirá siendo esa elusiva gema que nos retrotrae a tiempos idos. De púgiles sin tiempo. De peleadores, peleas y hechos memorables, pero al mismo tiempo imposibles de clasificar y definir en una sola palabra. Como Hopkins mismo. Como el boxeo mismo.
Y ante semejante tarea, nosotros también tiramos la toalla.

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