Edgard Tijerino
nuevodiario.com
En mayo de 1940, cuando Winston Churchill entró al relevo de Neville
Chamberlain como Primer Ministro de Inglaterra en un momento crucial, retando el
poderío de la Alemania nazi, en la parte más vibrante y dramática de su discurso
en la cámara baja, dijo: “En circunstancias como estas, no tengo nada más que
ofrecer, que sangre, sudor y lágrimas”.
Ese ofrecimiento nunca lo haría Floyd Mayweather. Su boxeo de espadachín,
sacado de las páginas de Dumas, merecedor de un carné como mosquetero, es
alérgico a la sangre, alejado del sudor, y sin el menor motivo para las
lágrimas. No, eso no va con él. De ninguna manera, porque su propósito esencial
es precisamente evitar riesgos. No tiene interés Mayweather en lo épico, y mucho
menos en lo trágico. Verlo emerger de entre las brasas para arrebatar una pelea
en la que ha sido cortado y tumbado es tan improbable, como encontrarse con
Obama en un Congreso del Partido Comunista en La Habana, bromeando con Raúl.
Entre los expertos en boxeo, hay quienes piensan que Mayweather puede llegar
a superar a Ray “Sugar” Leonard, calificado como un Mozart entre las cuerdas,
próximo a otro “Sugar”, Ray Robinson, el original, el mejor de todos los
tiempos.
¿Es un atrevimiento sin soporte esta comparación de Mayweather con Leonard?
No tanto, pero por ahora, mientras Floyd no enfrente una oposición tan brava y
espectacular como la que tuvo que tratar de torear Ray “Sugar”, se le
considerará en desventaja. Y es que en boxeo, un deporte de violencia y
destrucción, la grandeza solo se construye derribando factores adversos. La
estimulante frase: ¡mátalo! ¡mátalo!, es la que obliga a no tener piedad por un
lado y sacar fuerzas de la nada en busca de resurgir por el otro. Es entonces
cuando el público siente que sus corazones se hinchan, el sistema nervioso se
deshilacha, y el pugilismo se convierte en una metáfora de la barbarie.
Leonard se fajó con Tommie Hearns, un auténtico rompehuesos, con el casi
siempre enfurecido Roberto “Mano de Piedra” Durán, con el impresionante
golpeador Marvin Hagler acostumbrado a no dar ni a pedir cuartel, con el
versátil y difícilmente descifrable Wilfredo Benítez, y con el temido Terry
Norris, que funcionó como verdugo metiéndolo brusca e implacablemente en el
infierno que nos grafica Dante.
Para Floyd, hasta hoy, todo ha sido un entretenido tour por Disney. Se dio el
lujo de borrar por completo a Juan Manuel Márquez, y no enfrentó a Pacquiao por
una serie de inconvenientes. Pasó algún momento difícil con Ricky Hatton, cierta
preocupación con Oscar de la Hoya, casi sin problemas con Shane Mosley, un poco
de confusión con Víctor Ortiz, ningún clavo con Zab Judah, un poco de trabajo
con el intenso Miguel Cotto, y recuerdos sudorosos de José Luis Castillo, pero
en todos los casos, ninguna duda.
¿Qué tan bien lucirá Mayweather en una pelea con exigencia de sangre, sudor y
lágrimas, como muchas de Rocky Marciano, de Joe Louis, de Muhammad Ali, de
Hearns y de Hagler, de Leonard y de Alexis, de Durán y de Wilfredo Gómez? Nadie
lo sabe, y no sabemos si llegaremos a ver eso. El mexicano “Canelo” Álvarez, no
parece ser el rival capaz de meterlo en pequeñas complicaciones.
Como la mejor versión del audaz filipino Manny Pacquiao quedó atrás, no se ve
en el horizonte una seria amenaza para Floyd. Su boxeo cargado de variantes,
tiene el antídoto para cualquier rival. Físicamente muy bien construido, dueño
de una velocidad de piernas y manos desconcertante, con una precisión
computarizada en sus combinaciones de golpes, una habilidad fuera de serie para
entrar, salir y desaparecer, Mayweather, de 36 años, podría llegar al momento de
su retiro, sin necesidad de un ofrecimiento como el de Winston Churchill, y no
será su culpa, sino de los tiempos que estamos atravesando.
El boxeo lo va a recordar como el Campeón menos golpeado, menos sudado, y sin
haber derramado sangre en su proyección hacia la grandiosidad